2 de noviembre de 2010

Una mirada otoñal.


Las  hojas secas se arremolinaban contra el bordillo de las aceras, obturaban las rejas de las alcantarillas, allí detenidas se mezclaban. Comenzaba a llover, Las gotas resonaban sobre la sequedad de las hojas evocando una especie de música aún no inventada... Paraguas abiertos, apuro en las pisadas, rostros contraídos asiendo las bufandas, manejando con destreza la dirección de los paraguas. Un perro empapado se enreda en sus piernas, trastabillea su paso, dobla su cuerpo, recupera el equilibrio. Un pequeño susto, no fue nada. El perro escapa asustado. El hombre sonríe benévolo; tiene una dulce mirada. Se cruzan, la suya y la mía, por azar. Prosigo mi camino, ambos en la misma dirección. Me aborda con voz grave con una pregunta sin más. Me quedo detenida en sus labios esperando salga de nuevo su voz. Perdone si insisto, ¿sabrá decirme...? Reacciono aturdida, me disculpo y le indico. Puedo acompañarle, me dirijo también allí. Nuestros pasos idénticos, sin prisa ni pausas, caminaron la ciudad aquel día, y muchos más.
Fue un día de otoño. Fue en otoño cuando asomó la primavera a estos días grises de dos personas cualquiera. Todo lo vieron, todo lo miraron con la mirada nueva de quien no conoce nada. Juntos exploraron los secretos del juego de las miradas, todos los recovecos caleidoscópicos del mundo de las palabras, todas las íntimas entrañas del alma. En ellas permanecieron, buscándose, llenándose, llamándose, gozándose durante un presente infinito, imposible de precisar.
Es Otoño, otra vez. No hay un perro empapado con quien tropezar. Apenas quedan hojas que la lluvia haga sonar. Es Otoño, pero no es el mío, no es aquel en el que el hombre de dulce mirada me habló con su voz. No hay a quien acompañar. Ni miradas nuevas que aprender. Ni casi nada por conocer. Ni entrañas del alma a las que llegar. No hay palabras que traducir en colores que ahuyenten las sombras negras de esta soledad. Soledad ovidada en su mirada otoñal.

2 comentarios:

  1. Esta mirada otoñal es como una novela resumida, o una película francesa (de las buenas), que empieza con ese encuentro bajo la lluvia incipiente. Podría ser en el mismo escenario de la fotografía (es un lugar muy hermoso ¿es tu lugar?). El enlace de las voces, el cruce de las miradas, los pasos juntos, la forma de mirar con el tempo justo descubriendo la ciudad de siempre que ahora se ve de otra manera. Y, tras la melodía narrativa, el fraseo de los violines de la orquesta en ese ritmo sostenido y delicado, la música entra en un terreno de graves hondos reforzados por los cellos y los bajos, y las tubas, trombones y trompas: son los sonidos de un sentimiento de soledad recordando un otoño que no era solitario, los sonidos de una tristeza venida del lamento prococado por aquel recuerdo de un presente infinito en que las palabras llegaban hasta cualquier rincón de las entrañas del alma.
    Como una novela en miniatura de la que uno podría imaginar toda la trama intermedia, o como una película francesa en la que se pueden rellenar imágenes de paisajes y decorados interiores, contraluces, siluetas, rostros y cuerpos; pero también como una sinfonía o una ópera con todos sus pasajes emotivos.
    Es un texto triste, precioso, serio. Algo que no puede sino agradecerse leer.
    Un fuerte abrazo.

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  2. rh: Me has dejado... sin palabras. Creo que tu comentario es mejor que el texto que te lo ha sugerido. Veo que sigues practicando el desarrollo de las sugerencias, llenándolas de posibilidades tan reales y tan inventadas como cada uno esté dispuesto a provocar.
    Gracias por todo ello. Y no, la foto no es de mi lugar, es algún lugar de Mallorca en un otoño cualquiera. Yo también nací un otoño cualquiera, no sé si llovía, o hacía viento; si sé que algo desnudo y nostálgico se me pegó en la piel.
    Un fuerte abrazo.

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