20 de mayo de 2007

Una carta manuscrita y una postal.


He recibido una postal, una preciosa postal de la tour Eiffel. La persona que me la envió, ha hecho un alto en su atareado viaje, en las mil y una imágenes que su retina trató de aprehender, en todas las diferencias del entorno conocido y habitual con este nuevo que se le presentaba y, en medio de todo el conglomerado de novedades y de palabras en francés, ha pensado en mí para dedicarme unos minutos de su entretenido tiempo para comprar y escribirme una postal. Es mi más joven amiga. Y si todos sabemos que la juventud promete, ésta en particular, promete mucho.


También recibí una carta. Extraño envío en estos tiempos, ¿verdad? ¿Quién escribe cartas hoy? El teléfono y este medio en el que escribo han sustituido a las cartas manuscritas. Y yo lo uso, pero el encanto de una carta manuscrita, para mí, no puede ser superada por una enviada a través de email. ¡Cuántas cosas expresa una carta manuscrita! :


El preciosismo inicial que nos empeñamos en transcribir cuando la empezamos, con la letra lo más perfecta posible, sin salirnos de los márgenes, toda del mismo tamaño. El orden que le vamos dando a los pensamientos antes de escribirlos, la búsqueda de las palabras que creemos más adecuadas para decir lo que deseamos, el orden de prioridades que le damos a los diferentes asuntos que queremos tratar, la colocación de los signos de puntuación adecuados, el tono mismo de la carta según a quien vaya dirigida, el deterioro de la letra cuando ya se nos va cansando la mano, la dismuinución en el tamaño de la misma cuando no queremos empezar otro folio y no nos cabe lo que aún nos falta por decir; y, finalmente, cuando ya la creemos terminada, añadimos una posdata en un margen o en los dos, porque nuestro pensamiento había olvidado algo realmente importante. Por último, la firma va en un lugar que no le corresponde. Por no decir las anotaciones que a veces se ponen en el mismo sobre si alguna novedad ocurre una vez cerrada ya. ¡Se saben tantas cosas a través de una carta sin tener que leer el contenido!


Volviendo a la carta, una sorpresa que no esperaba, también su contenido lo fue, porque se depositaba en ella pensamientos que nadie compartía hasta ese momento en que su autora los escribió para mí. También era de una amiga, de una muy buena amiga, de esas personas rarísimas que hay en el mundo que dan sin esperar nada a cambio, cuya generosidad es algo innato, que de su debilidad sacan fortaleza de guerrero y que poseen un alto sentido de la justicia con la sensibilidad necesaria para distinguir lo criticable de lo que no lo es y lo superfluo de lo importante.


Y, precisamente porque para ella era importante lo que le estaba sucediendo, me confió su disgusto ante la incomprensión, el disgusto de que no se comprendiese su forma de ser y estar tras un profundo bache del que aún guarda un "honroso luto".


Como casi nunca me quedo en el primer pensamiento que me viene según oigo o leo algo, también he hecho mi reflexión sobre el tema en cuestión y lo traslado a otras situaciones personales en las que los cambios efectuados en personas próximas afectivamente me hicieron reaccionar de uno u otro modo. Es decir, si cuando alguien experimenta un cambio notable en su forma de estar y ser, aceptamos sin más ese cambio o nos dedicamos a pinchar para que reaccione y vuelva a ser lo que era.


Casi nada, el tema daría casi para una novela. Es el transcurso de toda una vida. Algo así como pretender que nuestros hijos no se hagan mayores, que no tomen decisiones por sí solos, que nos consulten todo cuanto afecte a sus vidas...


Me pongo en la situación del amigo que le parece percibir que la persona que ha cambiado está peor que antes del cambio. ¿Qué hago para cambiar la situación, para influír en su ánimo, para que reaccione? ¿La acompaño más? ¿Le dedico más tiempo para saber cómo se encuentra? ¿Me preocupo de hablar sin prisas de ello? ¿O me dedico sin más a pincharla con cierto sarcasmo refiriéndome a todo lo que no me gusta de su aspecto actual? ¿Qué hay de lo que siente? ¿Qué sé de cómo se ve ella?


Es obvio que se quiere ayudar, quizás el problema resida en que la forma no es la adecuada. Para empezar, creo que no somos siempre los mismos, que vamos cambiando según ocurren nuestras circunstancias, aunque haya una base de creencias que permanezca más o menos estable.


No podemos ser los mismos cuando la tristeza nos embarga, cuando la desgracia nos acecha, la injusticia nos rodea y el amor se nos muere o pasa de largo por nuestra puerta sabiendo que "precisamente ese" era nuestro amor.


Todo momento de rabia necesita un tiempo para aplacarse y hacer que vuelva la calma. Todo momento de dolor precisa el suyo para poder volver a sonreír. El dolor profundo, el que nunca se puede borrar de nuestro corazón, de nuestras entrañas, siempre estará ahí, por más que lo queramos distraer; sólo se le dan pequeños respiros, tras los cuales tomamos nuevas fuerzas para poder seguir soportando nuestro ya viejo y conocido dolor.


Y no, no somos los mismos. Algo ha cambiado en nuestra vida, en nuestros sentimientos, en nuestro orden de prioridades, en nuestro quehaceres cotidianos, en la forma que tenemos de afrontar la nueva etapa que se nos presenta o en la que hemos abocado. Todos tenemos nuestro tiempo de duelo particular, nuestro luto ausente de negro, pero luto al fin. Y a la gente no le gusta el luto. Por eso reacciona no aceptándolo.


Tú, querídisima amiga, lo pregonas a los cuatro vientos y casi resulta ofensivo. Además, tu duelo conlleva un cambio brusco ante el que no se sabe reaccionar, ante el que no se te puede decir qué hacer, cuál podría ser una posible solución. Un duelo que no tiene las mismas respuestas fáciles de cómo vestirte para estar atractiva o qué rimmel resaltará más tus pestañas y la mirada de tus ojos, qué ropa ponerte para una fiesta o cómo entablar conversación con un desconocido que te gusta y al que gustas.


No hay respuestas. Hay vivencias. Hay dolor. Hay ausencias. Deseos también; pero no de ser como antes, deseos de tener lo que se tuvo con premisas diferentes, con otros condicionantes más halagüeños. Y casi me aventuraría a suscitar una idea personal: Tu duelo es un duelo a la masculinidad. Necesitas terminarlo, pero no le has puesto fecha, no hay regla que marque "seis meses de luto riguroso y seis de alivio". Será tu ánimo el que decida, tu nueva forma de estar la que resuelva cuándo se pueden abrir las ventanas para que entre la brisa y el sol caliente la estancia, sabiendo que la persona que hay en ella es ya otra distinta a quien la cerró, con una nueva forma de enfrentar la claridad solar y de recibir la brisa acariciadora del mar.


Este post no pretende dar respuestas a nada, tan sólo hacer saber que la amistad es un bien maravilloso que no se puede descuidar ni malgastar, que amigo no es únicamente sinónimo de risas o diversión, lo es también de lágrimas y de comprensión, de saber estar aun cuando no nos guste lo que se hace, de compartir aunque los comportamientos sean otros. Respetar las decisiones, que no compartirlas, mantiene una amistad. Pretender cambiar las decisiones, atacarlas, la hace fracasar.


Para ti, autora de mi carta manuscrita, mi apoyo incondicional, todo mi cariño y, por supuesto, toda toda mi amistad.

4 comentarios:

  1. no se qué escribo, ni si es acertado, porque me anegan las lágrimas. Que es, en parte, lo que querías.

    ResponderEliminar
  2. Veva:
    Tampoco sé si era eso lo que pretendía, sé que las lágrimas son, en determinadas situaciones, nuestro mejor alivio, por lo que sabemos que estamos vivos y en camino de...
    Si sé que acerté en algo, no me cabe la menor duda. Es por eso que también las lágrimas afloraron en mí antes de haber escrito este post. Porque creo que sé unir cabos sueltos que explican determinadas conductas. ¡Ojalá se pudiesen atar a antojo esos cabos!
    Un beso enorme.

    ResponderEliminar
  3. Hola Mafalda:

    Es tan obviamente personal todo lo que has escrito, que no puedo dejar de sentirme un poco "intrusa" escribiendo aquí.

    Así que me limitaré a felicitarte por tener buenos amigos, por esos dos regalos que has recibido (la postal y, la tan desgraciadamente en desuso, carta manuscrita)

    En cuanto a los cambios, es un asunto complejo. Pienso que son inevitables, pues a todos los seres humanos nos suceden cosas que nos llevan, inexorablemente, a cambiar. Considero que los amigos son los que aceptan nuestros cambios, pero también los que nos dan un tirón de orejas cuando esos cambios no son positivos para nosotros. Al fin y al cabo, es cuestión de comunicación, de entendimiento.

    Muy bien expresado este post. Me ha gustado.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Querida Mafalda: gracias por la parte que me corresponde y perdón por el retraso.
    La verdad es que a primera vista me siento un poco perdida y sólo me vienen a la cabeza palabras ajenas o incluso versos de poemas como “nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”. Y está claro. A cada segundo que pasa somos un poco diferentes, y los que nos rodean también; no podemos entonces pretender nada, no sería justo, por ejemplo, pedir que alguien volviera a su forma anterior cuando la persona que lo pide también ha cambiado. Unas veces para mejor, otras para peor, pero es así. El dolor permanece, y permanecerá, debilitando poco a poco los corazones si no sale un poquito fuera. Por eso a mí también me gusta escribir cartas, ningún medio de comunicación tiene tanto encanto como éste; además, permite valorar más que nunca una de las cosas que más aprecio en este mundo (tal vez por su escasez): la confianza de una buena amistad.
    Y poco más que decir… es la tercera vez que rescribo este comentario (se me ha ido la luz dos veces justo antes de publicarlo) y se me ha olvidado casi todo.
    Pero bueno, besos varios y hasta pronto.

    ResponderEliminar