25 de abril de 2007

Ni yo por ti ni tú por mí.


- Es tarde, dijo ella.
- ¿Acaso tienes prisa?- preguntó él.
- No, bueno, sí; no mucha, pero tengo... cosas que hacer.-respondió titubeando.
- Creo que no me estás contando toda la verdad, noto cierta intranquilidad en tus palabras y no sé muy bien porqué. ¿No deseas estar aquí, conmigo?
- Pues..., no sé. Aquí no me gusta estar. Contigo, aún no lo sé. Nunca he estado contigo a solas, no puedo saberlo.-dijo segura de sí misma.
- Pero..., ¿no eras tú la interesada? ¿No les decías a tus amigas que te gustaba? ¿No creerás que he venido a hablar contigo porque me intereses demasiado, más bien al contrario, me dijeron que eras tú la que se interesaba por mí.
- Creo, francamente, que necesitarás un audífono, porque lo que oyes lo interpretas al revés, chico. Ni estuve ni estoy interesada en ti, ni ahora ni nunca ni en ningún momento de mi vida. Siento decepcionarte y haber echado por tierra todas tus espectativas, pero para mí eres una persona más de este mundo, sin nada que me atraiga epecialmente o que merezca un mayor interés por mi parte.-alegó ella en su defensa.
- Ya, pues yo creo que te estás haciendo la dura y ... ¿sabes?, no te va nada el papel.-contestó él en tono un tanto chulesco.
- Te equivocas. Nunca he sido tan sincera en mi vida. Adiós.

Ambos se alejaron en direcciones opuestas.
Ella apuró el paso antes de que él se diese cuenta de que ya no podría aguantar más las lágrimas que comenzaban a resbalar copiosamente por sus mejillas. Él, también aumentó el ritmo de sus zancadas, antes de que ella se percatase de cómo se le iban encendiendo las venas del cuello y la hinchazón de las que asomaban por sus sienes.

Ella no encontraba consuelo a su tremenda estupidez, ¿cómo había podido ser tan orgullosa? ¿qué le había hecho reaccionar así? Si se moría por estar con él a solas, si no se podía creer que estuviese hablando con él, tan cerca, tan próxima que podía aspirar su aliento, percibir el calor que desprendía su cuerpo... ¿qué le había pasado por la cabeza? Ahora sí que lo había perdido para siempre.

Él esperó a doblar la primera esquina para pegarle un patada a la pared, a ver si el profundo dolor que sintió en el pie le explicaba el porqué había sido tan imbécil, tan infantil y tan seguro de sí mismo. Ahora sí que la había perdido para siempre. Ahora sí que se había terminado la ilusión de cada día, ese despertar matutino en que se decía que ese mismo día la abordaría para intentar hablarle, para lograr una sonrisa, una mirada, una atención suya hacia su persona... Tras tantas noches pensando en ella, en su figura, en su cara, en sus ojos, había tirado todo por la borda, había sido un auténtico imbécil. Hundió su cara entre las manos y se apoyó con los codos en la pared cercana. Separó levemente el cuerpo y lanzó su brazo derecho con toda la fuerza de que fue capaz contra la pared. Un agudo grito de dolor salió de su garganta.

La tarde declinaba ya. Las sombras que la luces de la farolas proyectaban alargaban las siluetas de las casas, de los árboles, de las personas que regresaban a sus casas.

Una creciente y aún tímida luna asomó entre las ramas de un florido magnolio.

Las encogidas figuras de los transeúntes se resguardaban del frío con los cuellos subidos de los abrigos. Pronto todo estaría solitario. La noche se presagiaba muy fría. El viento, moderado, traía cuchillos acerados que se colaban inexplicablemente por todos los resquicios invisibles de su ropa, penetrando en su piel y aguijoneando aún más el frío helado que embargaba su corazón, sus músculos, su sangre y hasta su pensamiento; en estos momentos pensamiento único: la había perdido para siempre.

Ella, consiguió llegar a su casa sin saber muy bien cómo, pues la abundancia de las lágrimas formaban una capa como de espesa niebla que no le permitía ver apenas las calles por donde pasaba. Logró articular un ininteligible saludo-excusa ante sus padres de que se encontraba mal y se iba para cama. Prácticamente se tiró sobre ella y ya no pudo contener más el grito que ahogaba en su pecho y le anudaba la garganta impidiéndole casi respirar. La almohada amortiguó el sonido del torrente de sollozos.

Fuera, la noche extendió su manto por todos los rincones. No quedaba nadie en las calles. El viento se hizo más presente, más intenso, vigoroso y circular, cual remolino caprichoso.
Qué curiosidades tiene la vida, climatología y sentimientos al unísono. No había diferencia. Eran lo mismo.

Ni ella ni él durmieron aquella noche. Tal vez tampoco lo hicieran la siguiente.

Algún día recordarían aquellos momentos y la distancia en el tiempo les permitiría hacerlo casi con una sonrisa en los labios. ¡Vaya cuelgue que tenía con ese chico! ¡Vaya cuelgue que tenía con esa chica! Y ambos pensarán: ¿Qué habrá sido de él? ¿Qué habra sido de ella?

17 de abril de 2007

¿Anochezco o amanezco?


Y anochezco otra vez

envuelta en quehaceres

incontables.


¿Cómo se nombran

las idas y venidas

de un lugar a otro

buscando un no sé qué...?


¿Y cómo al capricho

que neuronas fusionadas,

juguetonas y sádicas

invierten en hacer

que nuestro pensamiento

divague sin saber por qué?


Más... aquí estoy,

anocheciendo otra vez.

Mejor ni os cuento

mi ruinoso y patético amaneciendo.


¿Invención o realidad?

¡Vayamos todos a saber!


Que no todo lo que parece

acaba por siempre siendo.

Que no cuanto percibimos

es realidad o es sueño.


Hay un punto intermedio

que ni lo uno ni lo otro es;

así busco, pues

en qué punto me encuentro,

y hasta llego a dudar,

si vosotros estáis,

aquí, allá o en medio,

o quizá en ningún lugar.


Más no me hagáis caso,
este soso divagar
es prueba fehaciente

de una persona vehemente

empecinada en preguntar

cuando no hay qué contestar.


22 de marzo de 2007

Palabras para Lucía.




Fue precoz al nacer.
Llegó silenciosamente
prendida de vida por vivir,
con los párpados velados
y los puños cerrados,
el latido lento
y débil el aliento
ovillada de frío
succionaba con ansiedad,
un pulgar a medio formar.



Y... cuando al fin
le tocaba salir,
cubrió de llanto el cuarto,
de lágrimas la cuna,
de reclamos el pecho,
de miradas los rostros,
de preguntas sin palabras
y, a su manera dijo,
¡aquí estoy yo!

Exploró muchas sendas,
recaló en muchos sueños,
abordó en sentires,
jugó en ruletas
que no están en los casinos,
luchó, con fuerza,
contra el desamor.


Recorrió los poemas
que su vida escribió,
los llenó de palabras,
de amores los pobló.
Rezumada de vida
hasta él llegó,
de sus poros salinos
sus vientos llenó...

Y... un día...
¡a saber cuál!
aquellos vientos
que los salinos poros
absobieron por amor,
soplaron hacia dentro
y el soplo amainó.

Del todo a la nada,
de ti a mí,
de mí a ti...
¿qué hay?

Y aquello fue resbalar,
y lo otro caer,
para más tarde tropezar.
Que luego fue
llorar,
después gritar,
no poder pensar.
Llorar, amar, odiar,
odiar, amar, llorar.

Ahogó sus pensamientos,
detuvo las ilusiones,
arrinconó los deseos,
confundió las esperanzas,
escribió su epitafio
entre los nudos de sus dedos,
aspiró su veneno
con premeditada lentitud,
quizá empecinada
en que sus poros salinos
tradujesen de nuevo
la palabra a-mar.

Fue precoz al nacer.
Silenciosa su huida.
Prematura su muerte.
Eterna su poesía.
Y yo la quería.

16 de marzo de 2007


Entre despertares somnolientos
descuelgo pisadas leves
sobre las maderas tibias
donde se guardan los sueños.

Sigilosamente desplazo andares
y paseo miradas
en los pequeños retazos
que componen recuerdos।

Lentamente detengo
memorias escapadas
que acuden huidizas
entre nubes blancas।

Preciosos instantes
que cabalgan alegres
por cada centímetro
de mi piel erizada.

Ecos sonoros
que despiertan sentidos
tintados de azul mar
de espuma de olas
y vientos encrespados।

Derramo gotas de rocío
sobre cada pétalo
que ofreció su color,
su olor y su belleza
al ser contemplado।

Despojo hojas secas
de los verdes tallos
reconduciendo savias
que erraron caminos।

Y así retomo
la energía de la vida
que anida en cada gota
que cuelga en cada rama
que respiro en cada aire
donde hay una mirada.

13 de marzo de 2007

10 de marzo de 2007

Confesiones silenciosas.


Estos ya largos silencios, en los que me sumerjo a veces, forman parte de mí, son producto de ensimismamientos en mi propio ser, o en mi propio estar. Es como si necesitase repensar, muchas veces igonoro el porqué, pero me adentro en lo que pienso y consigo hacer un torbellino que viaja tan rápido, que toca tantos puntos, que observa tantas cosas, que no sé con cuál de ellas quedarme para comunicárosla, para que opinéis sobre ella o para que la repudiéis si cabe.

Es algo necesario en mi estado de vivencias. Algo que he hecho a lo largo de mi vida en muchísimas ocasiones, pero sin tener un blog. No me lo había planteado hasta hace poco, por eso no sabía cómo explicarlo, pero sí sabía que me sucedía. Otros necesitan ir al café todas las tardes con l@s amig@s, a hacer deporte a una hora determinada, o tener un horario que nunca se puede alterar, o asistir a una terapia... Todos necesitamos "un algo más" que nos llene u ocupe o nos permita no pensar. Yo me inundo de mí, me hundo en mis preocupaciones, divago, me distraigo con cualquier cosa, me agobio con el demasiado quehacer, me demoro en las cosas más simples y cotidianas, me echo en cara no aprovechar más este tiempo tan escaso que tengo, el no ser más eficiente... Y cuánto más lo hago, más perdida en el tiempo estoy, más ineficacia alcanzo y todo me cuesta un esfuerzo sobrehumano.

¿Tiene esto un nombre concreto? Lo ignoro. ¿Estoy deprimida? No. ¿Decepcionada? Tal vez. ¿De qué? Ufff, hay tantas cosas por las que decepcionarse... Pero, fundamentalmente creo que tiene mucho que ver con que me estoy haciendo mayor. Sí, sí, no os riáis. Estoy entrando en el grupo de los mayores achacosos, no sé si temporal o definitivamente, pero noto cosas que me llevan a no querer hacer nada y, os lo juro, a mí antes esto no me pasaba, esta desgana, este hacerse todo cuesta arriba y esta desilusión de que lo verdaderamente importante no tiene mejora perceptible. Resumiendo: esta edad contribuye a que este mi silencio esporádico se convierta en un silencio largo y del que no me preocupa su duración.

Es probable que se quede aquí, entre vosotros y yo, que no trascienda más ni en duración ni en estado. Es probable que tras esta ya incipiente primavera retoñe cual árbol florido y os muestre mis alegres colores, mis envolventes olores y mis mejores cualidades regalen vuestras miradas y os llenen por un instante de alegría. En verdad suelo retoñar cada primavera, me identifico con cada nueva y tierna hoja que brota de cada rama. A veces quisiera ser una de ellas para que mi mirada ante este mundo fuese completamente nueva, sin saber nada de antes, sin que estuviese viciada de prejuicios, de tabúes, de viejos sinsabores... , mas no ocurre así; no soy hoja tierna, soy rama descolgada, quebradiza por la sequedad de mis muchos años, apuntalada por las manos de quienes me cuidan para que no me rompa, pero rama vieja al fin.
Y esto es todo cuanto quería deciros. Confesaros que mi silencio es uno más, un poco especial en esta cuesta arriba que es la vida, pero uno más.

No voy a dejar esto। Algunos de los que visito han decidido hacerlo y no sabéis cuánto lo siento, pasear demorándome con toda la tranquilidad en las palabras de sus rincones es un placer que echaré mucho en falta. Sus huecos serán muy difíciles de llenar. Espero que al menos se paseen por los rincones usuales y nos dejen algunos mensajes para que sepamos que siguen estando ahí, que no rechazan nuestro contacto y que su opinión es un bálsamo que cura heridas de vacíos reencontrados.
A ellos dedico mi último pensamiento de hoy esperando que pronto retomen abrir su rincón de palabras, de pensamientos y deseos, de esperanzas y sueños: A muévese.blogspot.com , a botella al mar.blogspot.com y a pedazodecaos.blogspot.com .

7 de febrero de 2007

Rompiendo silencios.

Si vienes y no estoy...es que no coincidimos

Volvió.
Otra ráfaga
rozó su rostro,
otro insulto
penetró en su
oído.

La rabia,
la poderosa rabia
inundaba su mente
su tensa musculatura,
cada gota
de su sangre,
las chispas
de sus encendidos ojos,
la sudoración
fría
que asomaba
a su frente,
a sus manos,
a sus axilas,
esas gotas de sudor rabioso
que resbalaban ya
por sus mejillas...

No pudo.
Gritó.
Quiso evitar
el golpe.
Pero no pudo.

La bofetada
se quedó.
Se quedó clavada
en la concavidad
de su ojo.

¡dios, se saldrá!,
Se agita,
pulsea,
late como el corazón,
se saldrá de la cavidad...
¡Me va a estallar! -pensó.

Pero no,
no salieron lágrimas,
no iba a darle ese gusto.
Toda su rabia para él,
absolutamente toda
la rabia era suya.

No entendía por qué.
No habia un motivo.
No había una causa.
Tampoco una razón.
Ella no era culpable
de nada,
de nada de lo que allí ocurría.
La habían traído,
la habían llevado.
la habían manejado...
¿qué más querían de ella?
¿silencio?
¿obediencia ciega?


No. No habría silencio.
No quería más silencio
de la vida que llevaba.
Sólo quería paz,
la que allí no había,
la que nunca
le habían dado.
Sí, quería,
necesitaba paz,
pero no el silencio
de lo que le hizo.

Se encaminó,
como cada día,
hacia su centro escolar.
A veces iba, por ratos,
hasta otro lugar.
Por pasar el rato,
por distraerse,
por desahogar...
total,
¿qué iba a aprender allí?
¿acaso enseñan
cómo esquivar
los golpes?
¿cómo dejar de sufrir?
¿cómo acallar los gritos?

Sí, a veces,
se paraba o se iba
a otro lugar,
por distraerse,
por no pensar.
Los profes no lo entendían.
¿qué sabrán?
¿acaso les gritan...?
¿les dan golpes...?
¡Bah!, ¿qué sabrán?

Pero hoy no,
hoy no se iba
a ese otro lugar.
Hoy su silencio
se quiso desperezar.
Su mente habló,
Su boca pronunció.
El silencio se olvidó.
Y alguien
la escuchó.
Y después,
alguien más.
Preguntaban.
Contestaba.
No hubo silencio.
Hubo llamadas.
Conversaciones.
Explicaciones.
No hubo silencio.
Hubo advertencias,
serias advertencias.

Respiró.
No estaba sola.
A pesar de todo.
No estaba sola.

4 de febrero de 2007

Agradecimiento.



Ya pasó. Mi susto sobre mi estado de salud, pasó. Y digo susto porque nunca creí que tuviese exactamente lo que casi me habían diagnosticado, creí tener algo peor y con mucho menos remedio. Pero mira tú por donde, este susto trae un montón de cosas buenas.
Para empezar, la cantidad de personas que han estado pendientes de la realización de las pruebas, de saber cómo estaba, de si necesitaba algo. Seguimos con la que me hace la compra, me trae las cosas. La que sigue viniendo a limpiar. Continuamos con las llamadas telefónicas, los recados que fulano manda por mengana, los mensajes, los correos... A continuación llega la sorpresa cuando alguien se salta a la torera el protocolo pertinente y se presenta en mi casa para comer conmigo ¿...?
Y claro, de repente una es consciente de la preocupación que su estado de salud ocasiona en los demás. Y cuando esto ocurre es porque sienten algo por esa persona. Y pienso, no les debo dinero a ninguno de ellos, así es que su preocupación no es porque la palme y no puedan cobrar las deudas. Aspecto económico descartado. Tampoco porque no se encuentre otra persona que haga mi trabajo, las hay a miles. Será, entonces, que, cada uno a su manera, me aprecian y me quieren. Y resulta que meto gol. ¡Qué creída! - diréis. Pues no, hay gente que me quiere mucho más de lo que yo creía. Una de ellas hasta me lo ha confesado públicamente en su blog y... claro, esto no me lo esperaba ni de lejos. Tamaña confesión hecha por una persona aconfesional, tiene mucho mérito, si a esto se le añade que no suele expresar estos sentimientos en persona nunca, pues doble o triple mérito. ¡Jolines, que me ha emocionado una barbaridad!
Y bueno, qué deciros a
tod@s, que muchísimas gracias por estar pendiente de mí, por haber formado parte de vuestro pensamiento en unos instantes de vuestro cotidiano quehacer, por animarme y, por supuesto, por quererme. Que el lunes ya estoy de nuevo despotricando contra algo o contra alguien, con las prisas en las maneras y, supongo, con una buena sonrisa para empezar muy bien la semana tras este paréntesis preventivo.
Y gracias a ti, la que quiere sin voz, por tener la valentía de escribirlo y los ov.... para reconocerlo.
Desde mi rincón: gracias por estar y ser, sin su existencia yo no sería. Y, ahora que lo pienso, me gusta esto de ser sabiendo que sin el ser ajeno no tendría sentido. Ser sólo para uno no colmaría ni uno solo de los sentidos... ¿a quién le contaríamos lo visto, lo escuchado, lo palpado, lo olido o lo saboreado? En mi existencia están
l@s otr@s, no la quiero sin ell@s.

19 de enero de 2007

Llevándote.


Me gusta pensarte
cuando no estás
a mi lado
porque así te
llevo en mi mente
y ahí te miro
largamente.

Te hablo bajito
y te sonrío
cuando no estás,
te cuento lo que pienso
y lo que veo,
l os sentimientos
que se agolpan
en mi interior
y hasta las contradicciones
que me dictan
mente y corazón.

Me gusta llevarte
cuando no estás,
a mi paso y a mi ritmo
para acelerar el tiempo
que nos separa
y acortar esa distancia
con puente levadizo
que cruza nuestras vidas.

Te veo en la blanca luna
creciente que asoma
apenas
su resplandor
en la noche,
y en la luna llena
cuando altanera se convierte
en la gran dama de la oscuridad,
en guía del caminante
y en sueño de amante.

Me gusta imaginarte
cuando no estás,
rozar con mi mirada
suavemente, tu sonrisa.
Me gusta soñarte
cuando no estás
para olvidar que a mi lado
hay un lugar
aún por llenar .

Me gusta, ¿sabes?,
me gusta pensarte
cuando no estás.
Y cuando estás...
me gusta besarte,
tocarte y sentirte.
¡Ay!, sí, cuando tú estás.

17 de enero de 2007

Conversando contigo.


Dedicado a ti, el que siempre está.

Cuando mi inquietud se desborda y
la sinrazón inunda mi pensamiento,
tú estás ahí,
mirándome
desde la permanente paciencia,
desde la confianza extrema,
desde la calma infinita.

Cuando mi pensamiento está absorto y
apenas te escucho,
o te hablo...
te haces casi invisible,
formas parte del mobiliario
para no interrumpirme,
para no alterarme.

Y así permaneces por minutos,
por horas,
hasta que,
de alguna forma logras,
siempre suavemente,
que vuelva a ti,
que me resguarde en tu pecho,
que esboce una sonrisa,
que solicite un abrazo o
una caricia en las manos.

¿Sabes? A veces me sorprendo de lo silencioso que puedes llegar a ser, de lo poco que necesitas mis continuas palabras o mis largas explicaciones y me pregunto cómo es que lo aguantas.
Por no hablar de mi desenfreno verborreico cuando presupongo más de lo que debiera y me embalo y te lanzo reproches injustificados. Entonces tú, impertérrito, me miras. Y en tu mirada no hay nada que delate que me estoy equivocando, que no hay lugar para el reproche. Tampoco dices nada, me dejas en mi desahogo. Después, al rato, me cuentas algo y del modo más natural, comentas algo que echa por tierra todos las palabras que mi ira te echó encima. Y, en ese momento, no sé dónde meterme, en qué recóndito lugar podría caber toda mi estupidez para que, al menos, no saliese a la luz en una buena temporada.
Y cuando estoy preocupada, distraes mi atención hacia ti, me coges la mano a la vez que me miras con una cálida sonrisa y sacudes mi mano para hacerme volver al instante actual... Y lo consigues, así, suavemente, sin discusiones, sin malas caras, con dulzura, con amor.

Y es así como se confirma mi presentimiento de que en ti hallé un puerto, un puerto natural, la fina y blanca arena de la inmensa playa de tu ser que acogió dulcemente mi vagar de olas, mi búsqueda solitaria hasta recalar en ti...

Y así, envuelta en tu arena
mudo,
cual caracola que mecen las aguas,
de mi inquietud
a tu serenidad
siguiendo el mismo vaivén
de las mareas de nuestro mar.

15 de enero de 2007

Silencio.


Guardad silencio.
Escuchad su sonido,
es diferente,
es reconfortante,
permite escuchar vuestro interior.

Guardad silencio.
Por todo aquello que habéis
dicho de más cuando no queríais.
Por todas las veces que,
sin querelo, vuestras palabras han herido.
Por todos los secretos
que alguna vez os han confiado.

Guardad silencio
siempre que deseéis hablarme,
cuando la tristeza inunde vuestros ojos,
cuando el dolor se apodere de vuestro cuerpo
y creáis que el aire no llega a vuestros pulmones.

Guardad silencio y pensad,
pensad bien lo que queréis decir.
Será entonces,
tras vuestro meditado silencio,
que yo,
atenta, dispuesta,
preparada...
os escucharé.

2 de enero de 2007

Creencias.


Creí en ti.
Una vez creí en ti.

Te imaginé
con más amor.
Creí ver
comprensión.
Te sentí
cerca,
pareja a mí.

Me equivoqué.
Ya ves,
todo se puede
confundir:
el cielo
con el mar,
la disculpa
con la sinceridad,
el sueño
con la realidad,
el dolor
con gozar,
la risa
con las ganas de llorar,
la calma
con la tempestad,
compartir
con acaparar...

Creí en ti.
Una vez creí en ti.

¡Cuánto se puede equivocar!
Mas todo pasa.
Tú también pasarás.
Entre presencia
y ausencia,
siempre cabrá
el soñar.

Creí en ti.
Una vez creí en ti.

En el tiempo,
en la distancia,
a través del pensamiento,
por encima de las nieblas,
guardaré la sospecha en mi creencia de ti.

21 de noviembre de 2006

Violencia de género.












Hace poco leí un post que hablaba de unos días de vacaciones disfrutados plenamente, con buena compañía, buena comida, buenos vinos, al lado del mar... De esas vacaciones que sólo una persona con mucha madurez mental, cierta madurez por edad, mucha experiencia vivida, un gran bagaje cultural y un mucho de sensibilidad pueden realmente gozar de forma especial. Lo cierto es que, leyéndolo, mi imaginación podía casi hacer diapositivas de los momentos que vivió y de cómo los disfrutó; como cuando leo un libro que me permite volar con letras mayúsculas.                                                                                                    Foto sacada de Internet.


Pero hubo dos cosas que enturbiaron sus vacaciones. Una de ellas fue una escena que presenció el día anterior a finalizarlas por parte de un individuo que también se alojaba en el mismo hotel con su mujer y dos hijos de muy corta edad. Al parecer, estaban en un paso de cebra para cruzar y su mujer cruzó en un
momento en que no había coches. El individuo, que "llevaba" la silla con el menor de los niños (para que nos fiemos de los que empujan las sillitas porque atienden también a los hijos), estaba distraído y no cruzó. Al percatarse de que su mujer sí lo había hecho, comenzó a vociferar que qué hacía allí, que volviese inmediatamente, que ella no iba a ningún sitio si él no lo decía...
La mujer quedó paralizada, no sabía qué hacer, ya estaban siendo objeto de todas las miradas. Pero la cosa no quedó ahí. El energúmeno, no contento con las voces y las órdenes, dejó ir la silla del niño hasta la calzada, la abandonó, y cruzó hecho una furia, con una cara que daba pánico, hacia donde estaba su mujer, que seguía inmóvil y muda.

El autor del post y testigo del evento, más una señora que llevaba una muleta, en previsión de lo que con toda seguridad iba a sucecer a continuación, se abalanzarón rápidamente hacia el "atacante" y le pararon los pies, creo que, sobre todo las manos. No precisa exactamente cómo, pero las palabras "par de hostias" aparece escrita como lo primero que se le vino a la mente.
El "lindo maridito" no durmió esa noche en el hotel.
Explica el autor, además, que él tuvo que practicar la violencia por profesión y sabe bien qué es, pero que no puede soportar, que se pone loco con la violencia sobre l@s débiles y l@s indefens@s.
Para ser fiel a lo que dice, transcribo textualmente sus palabras, por sí solas dicen y explican más de lo que yo pueda decir; además de hacerme reflexionar sobre su contenido; éstas son:
"Sólo quien ha catado la violencia siente el odio que envuelve. Con ella no valen filosofías ni razones. Hay que vivirla para sentirla. No puede contarse".
(El blog en el que aparece el post titulado como Mediterráneo es: http://www.lamontalbana.blogspot.com, no sé si ya se ubica el enlace desde aquí, no sé cómo se hacen esas cosas, disculpad.)

Y, os diréis, a qué viene esta historia. Pues es sencillo, a que estamos en la semana dedicada a la "Violencia de género". A que hay que trabajar mucho para evitar su existencia, sea o no la semana dedicada al tema. A que cada día se constatan más casos en los que ésta se produce. A que violencia es un término amplísimo que a veces no somos capaces de dimensionar con exactitud. Que no es sólo violencia una bofetada. Que frases como la pronunciada por el energúmeno al caso "no puedes ir a ningún sitio sin que yo te lo diga" implican violencia, autoritarismo, abuso, poder... y un largo etcétera que tenemos que eliminar.

Hay una cosa que sí sé sobre la violencia: que la ejerce quien tiene poder y que produce un miedo terrible, anulador, aniquilador de toda voluntad y de todo raciocinio por parte de quien la recibe o sobre quien se ejecuta.

Posturas, intervenciones, opiniones como las de autor del post al que me he referido, hacen que podamos ser optimistas para que el futuro sea más esperanzador ante las denuncias, apoyos, protección y medios para las víctimas de la violencia. Pero, principalmente, para ser conscientes de que es un problema que nos atañe a tod@s y sobre el que podemos aportar nuestro pequeño grano de arena de muchas maneras diferentes, hablándolo, coeducando, posicionando, exigiendo a las autoridades una intervención, defendiendo y, por supuesto y sobre todo, CONDENÁNDOLA.

17 de noviembre de 2006

RETOMANDO.


Retomo la tecla tras más de un mes en silencio. No ha sido del todo voluntario, pero sí largo de explicar. Como suelo excederme en explicaciones, sintetizo: ocupaciones varias, divagaciones y problemas con la cuenta de blogger.
Así pues, tras echar de menos este familiar tecleo en momentos nocturnos, vuelvo con los que queráis participar del resultado.

Esta semana el cielo se ha obscurecido, el otoño reclama su tiempo y parece que se ha instalado definitivamente. Casi nos habíamos acostumbrado a prescindir de su presencia.

Nos gustaba la presencia del rey Sol en el despertar de la mañana, su calor bondadoso en el mediodía y su sutil desvanecerse en el atardecer temprano... Los atardeceres se mostraban maravillosos, inflados de rosas y naranjas y azules desvaídos, casi entretejidos a jirones en la escasas nubes coloreadas. Calma. Sosiego. Casi ternura. Belleza absoluta...

Las plantas continuaron creciendo. Los arbustos se negaron a despojarse de las pequeñas flores que los cubren. Los árboles no cambiaron de color, no permitieron que sus hojas cubriesen cual manto vegetal la superficie del campo, del cemento y del asfalto de las ciudades y pueblos. La savia corría incesante por su interior haciendo caso omiso del calendario.

Los colores. Esos fascinantes marrones, los sugerentes amarillos, los atrevidos naranjados, los brillantes dorados... Faltaban.
Quizá también nos faltase la melancolía que los acompaña. Quizás estemos extraños sin ella.
Quizás...
Otros, en cambio, estaban encantados de este supuestamente ventajoso, para nosotros los del norte, cambio climático.

A mí, personalmente, me encanta tener un poco más de temperatura, que no llueva tantos días, que el verano se prolongue; pero me preocupa.
Leo las predicciones futuristas que hacen los científicos al respecto y, sólo de pensarlo, me entran ganas de llorar: que si kilómetros y kilómetros de costa se inundarán y desaparecerán, que si el verde de campos y praderas se tornará amarillo cual paisaje castellano viejo...
¿Qué decir? Me preocupa.

Y el caso es que no quiero preocuparme con antelación, ni gratuitamente, bastante tengo ya con las preocupaciones del día a día. Pero está claro que hay otro tema a mayores sobre el que ponernos en aviso. ¿Medidas a tomar? ¿Acuerdos? No sé si tomaremos esto en serio. ¡Hay tantas cosas que deberíamos tomar en serio y atajarlas antes de que sean incontrolables!

Sea como fuere, el caso es que no me gustaría presenciar cómo desaparecen los bosques, los campos, muchas especies animales... En definitiva, cómo sembramos la desolación, aunque ejemplos de cómo se hace hay para dar y tomar.

Cierto es que el tema preocupa a muchos, supongo que a alguna de vuesas mercedes también.

Y, ¿saben que les digo?, que por hoy no voy a preocuparme más de este asunto. Creo que voy a buscarme otro, que hay donde escoger. Perdonen la ligereza, es que estoy "desentrená" ya de escribir y tengo que retomarlo poco a poco, bebiéndolo a sorbos pequeños, como dicen los entendidos , que hay que beber el buen vino, dándole unas cuantas vueltas en el paladar y dejando que inunde todos nuestros sentidos, hasta que nos empapen sus aromas, su sabor, su textura, su cuerpo...

Pues eso, que vuesas mercedes lo paladeen bien, lo disfruten y encuentren un buen lugar donde descorcharlo en compañía y buscar posibles actitudes que ayuden no seguir con este ritmo desolador.

Buenas noches y buen provecho.

8 de octubre de 2006

Luís, el de los pirulís.





¿Nunca habéis sentido curiosidad por alguna persona que hayáis conocido en la infancia, de la que no tenéis referencias suficientes para saber quíen era y a qué se dedicaba? Yo sí. Una de ellas, quizá la que más me intrigó siempre y a la que he recordado muchas veces a lo largo de mi vida era un hombre. Así recuerdo mi relación con él...


El barrio en el que nací era céntrico, al lado del mar. Desde mi casa no se veía, pero tan sólo había que bajar una cuesta y allí estaba, furioso en invierno, gris ceniciento las más de las veces, verdoso y revuelto en otras, azul y espumante en verano. Puede que ese su olor, que me acompañó al nacer, me haga necesitarlo y admirarlo, no puedo estar mucho tiempo sin verlo.

Como iba diciendo, el barrio era céntrico, pero no era de ricos, ni siquiera de gente "bien". Era un barrio populoso para la época, de calles estrechas y casas de dos o tres plantas, con bajos habitables. Sus moradores pertenecían a todo tipo de clase social, menos a la de los ricachones, claro. Te podías encontrar a gitanos trashumantes que pernoctaban en una pensioncita muy asequible que había en mi calle, a trabajadors de la hostelería, dependientes, contables, militares de baja graduación, costureras, modistas, catequistas de procedencia varia y familias muy humildes con una prole numerosísima que dormían a razón de cuatro, cinco o seis por habitación.
Siempre me gustó ese barrio. Me encontraba muy a gusto en él, aprendía muchas cosas de mi educación callejera, que no descuidada, en la que tenía contacto con gente de todo tipo. Claro que en la época, tiempos de Maricastaña como decíamos, lo habitual era que estuviésemos horas y horas en la calle, jugando y explorándonos y entablando amistades desde el primer día.


Así fueron los inicios de mi vida, en el seno de una familia con visos de ir para numerosa (yo era la tercera con cuatro años y la cigüeña traía otro en camino), y con unas vivencias de que el mundo está compuesto por una variedad inmensa de personas de toda clase. Pienso que fueron estos inicios lo que marcaron mis ideas respecto a la educación que más tarde quise dar a mis hijos, es decir, que se criaran en contacto con la gente de procedencia variada según el lugar donde estuviésemos, con la gente sin más.



La merienda de un niño o niña de la época era, normalmente, el bocadillo de mortadela, de salchichón, de jamón cocido o similar (cuando el fiambre sabía a fiambre de verdad y no a fosfatos como ahora), el pan con mantequilla y azúcar o bien el pan con chocolate; pero todo ello era engullido en la calle. Se llegaba de la escuela y se subía a casa a por la merienda. Rápidamente se bajaba a la calle para merendar en compañía de todos mientras se jugaba, se pintaba con tizas en la calzada, o se daban patadas a una lata de algo ( a veces no se tenían balones o pelotas a mano).



Como es de suponer, no había ni la cantidad ni la facilidad de hoy en día para comer las actualmente llamadas "chuches" , golosinas; con lo cual tener caramelos, chicles, pipas, chufas, era algo especial, no se comían a todas horas ni todos los días. Si nos portábamos bien, si hacíamos los recados, si alguien de la familia iba de viaje, podías tener alguno de estos placeres que llevarte a la boca. Pero los niños y niñas de mi calle, éramos afortunados. Todos los domingos disfrutábamos de una golosina muy especial. Todos sin excepción, tuviéramos un apellido u otro, fuéramos de padre conocido o desconocido, gitanos o payos, hijos de militar o de dependientes, todos.



No, no es que todos los padres se hubiesen puesto de acuerdo para comprarnos el domingo una golosina. No, no era eso. Simplemente venía Luis.
¿Que quién era Luis? Pues..., Luis era un señor. Ignoro si con mayúscula por categoría social, cosa que dudo, pero desde luego si por categoría humana.
Luis era un señor bajito, de edad madura, tendría unos cincuenta y tantos largo, rozando los sesenta quizás, delgado, poquita cosa en lo que a la apariencia física se refiere. Vestía siempre, era domingo, un traje gris; siempre el mismo: chaqueta larga que casi le llegaba a las rodillas y pantalón flojo y tirando a largo a juzgar por como se le plegaba sobre los negros y bien lustrados zapatos a juego con su corbata. Su escaso pelo blanqueaba, pero no era totalmente blanco. En la cabeza llevaba siempre un boina negra y en la manga de su chaqueta una banda de tela de color negro, símbolo de luto en aquel entonces. Su rostro era afable, cariñoso, las arrugas se marcaban en su cara sin dañarla, dándole un aspecto de bondad y de vivencias, pero sin agriarlo; más bien al contrario, le conferían un aspecto de abuelo bonachón al que todos querian.

Luis venía todos los domingos después de misa. Se ponía en el principio de la calle, en medio y medio de la calzada y esperaba, con los bolsillos repletos, a que los niños fuésemos llegando a darle un beso a cambio de un pirulí. Sí, sí, de un pirulí de caramelo, quizás el caramelo más habitual y más delicioso. Como su nombre indica era un pirulí, un cono de tamaño considerable, de sabores diferentes, que duraba mucho tiempo, chupabas y chupabas y el pirulí se iba desgastanto lentamente, haciendo que el placer se demorase por espacio de más de una hora. Muchas veces no se terminaba de una atacada. Te cansabas de chupar, lo volvías a envolver en el papel celofán transparente en el que venía envuelto y lo guardabas para seguir más tarde o para el día siguiente.

La de Luis era una cita obligada. No faltaba nunca. La nuestra también, no faltábamos nunca. Corríamos al salir de misa para llegar a tiempo de besar a Luis y coger nuestro pirulí. Eso sí, no nos dejaba escoger. Teníamos que conformarnos con el sabor que nos tocase según los iba sacando del bolsillo.

No es que a mí, por aquel entonces, me preocupase la procedencia de "Luis el de los pirulís", pues ese era el apellido que le habíamos adjudicado ignorando por completo el suyo propio del que nunca tuvimos noticia ni por el que nunca preguntamos. Si sé que las madres no desconfiaban de Luis, nos dejaban con toda tranquilidad ir a su encuentro mientras ellas contemplaban la escena dominguera desde las ventanas o desde los portales de las casas. De las conversaciones del momento deduzco que tampoco sabían nada de su vida, ni siquiera dónde vivía. No era del barrio. Pero Luis era de confianza. No como otros que visitaban la barriada de vez en cuando con otras pretensiones menos honestas y más lujuriosas y que tenían puestos de importancia en los cuerpos de seguridad...

Poco antes de irme del barrio, Luis dejó de venir. No sabíamos por qué. Preguntamos. Las madres no sabían. Suponían que estaba enfermo y no había podido venir. ¡Dios, qué contratiempo! ¡Qué fastidio! Quedarse sin el pirulí del domingo era inpensable. Pero creo que no era sólo por el pirulí, era el saber que teníamos una cita casi ineludible, era un ritual, un intercambio en el que ambas partes repartían con ilusión y cariño, él la preciada golosina y nosotros el ósculo (beso de afecto) que quizá nadie le daba.


Después de dos domingos sin acudir, al fin volvió. Tenía aspecto demacrado. Había estado enfermo. Las madres se acercaron para hablar con él y decirle lo preocupados que estábamos todos al no saber de él. Agradeció el gesto y dijo que vendría siempre que estuviese bien. No recuerdo cuántos domingos pasaron, pero no muchos, Luis ya no vino más. Se fue corriendo la voz para indagar quién podría conocerlo y saber qué había sido de él. Alguíen tenía algún conocido que sabía el barrio dónde vivía.


Luis, por lo que captaron mis infantiles oídos, era viudo y creo que no tenía hijos. Enfermó. Luis no volvió nunca más. Ya no pudo hacerlo. Había cumplido su promesa, vino mientras estuvo bien.


Hoy pienso que no fue justo que Luis el de los pirulís se marchase así, tan solo, sin todos nuestros besos en sus últimos momentos. Deberían habernos llevado a su casa y dejarnos despedirnos de él...

Claro que en aquel momento sé que le pregunté a mi madre que qué iba a hacer Luis con todos los pirulís en el cielo, que era a donde me dijeron que se había ido, que a quién se los iba a dar... ¡No era cuestión de que los ángeles se pusieran morados de azúcar a su costa!

Nunca se me ha borrado la imagen de Luis. La he recordado muchas veces a lo largo de mi vida. Quise indagar sobre su persona pasados muchos años y le pregunté a mi madre, desgraciadamente su cabeza ya no era capaz de recordar y la figura de Luis se le quedó en el olvido, como más tarde haría con la suya propia. No tuve oportunidad de preguntar a nadie más que fuese adulto en aquel entonces porque casi todos los que le habían conocido que me tocaban en familia habían muerto ya y con el resto perdí contacto hace muchos años.
De cualquier modo, da igual. Probablemente la información que me aportasen no sería la que yo estaba buscando. Yo no quería saber quién era, sino qué le llevaba a tener esa deferencia hacia niños desconocidos en una época en que las necesidades eran muchas.


Luis sigue en mi memoria. En algún lugar leí una frase que decía que las personas siguen viviendo mientras alguien las recuerda. Pues bien, si es así, Luis sigue vivo porque yo lo recuerdo y lo veo muchas veces vestido de domingo, en medio de la calzada de mi calle, esperando las carreras infantiles hasta su persona, con una sonrisa afable, cariñosa, agradecida y alegre.


Es verdad, su cuerpo no está, la calle tampoco está ya, hace mucho que la transformaron, construyeron una barriada de altos edificios y calles más anchas, sólo queda un pequeño reducto de la época, una diminuta placita en la que hay una fuente que calmaba nuestra sed y en la que nos subíamos a jugar, a mojarnos, a llenar los cacharros para hacer comidas, a lavarnos las manos manchadas de tiza y de tierra.

Es verdad que no existen físicamente. Pero si existen en nuestra memoria, en la mía y en la de todos los que vivieron allí. Quedan los olores de la casas, de la gente, de las comidas, del mar. Las voces infantiles, las llamadas por las ventanas de las madres para que subiésemos ya para casa, las conversaciones de los adultos a media lengua en presencia de los críos, para que no nos enterásemos de las cosas que no podíamos saber. Queda, por supuesto, el cariño de Luis, ese que nadie nos puede arrebatar.

Y todavía sigue ahí, en medio de la calzada, con las piernas un poco separadas, esperando nuestra llegada e inclinando su pequeña figura para recibir el dominical ósculo infantil...


Va por ti, Luis. Recibe este ósculo semántico de la niña que guardo en mí.


26 de septiembre de 2006

Frondosidad en claroscuro














Envuelta en frondosidades
lejanas,
en alturas insospechadas,
en verdes impensables
que susurran su renovada existencia
con voces antiguas,
con savia extraída de la tierra profunda,
con vientos que sugieren vivencias
antiguas
y nuevas vivencias.

Altos que dominan valles profundos.
Valles que se extienden hasta el mar.
Tierras trabajadas.
Frutos sacados a fuerza de tesón.
Bancales que detienen la erosión.
Sacrificios humanos convertidos
en beneficio
que la naturaleza agradece.
Pequeñas miserias que llevarse
a la boca
que reconcilian al hombre
con su medio.

Ciclos que se repiten en herencia.
Cuidados que protegen la tierra.
Y allí,
en lo más alto,
tú, frondosidad,
en claroscuro,
sugiriendo claros,
pedazos de amaneceres,
o tal vez,
retazos de atardeceres.

Y tú, frondosidad,
calladamente,
acoges con tus sombras.

Y tú, frondosidad,
fabricas huecos por los que
traspasas
guiños de luz.

Sombras que proyectan
historias.
Luces que avivan
despertares.
Troncos poderosos
que abrazan la esperanza,
el renacer de un olvido
que se perdió entre las ramas.
Verdes que acompañan soledades.
Murmullos de hojas al viento
que acompañan pensamientos
solitarios.

Y tú, frondosidad boscosa...
me traes otros tiempos,
me envuelves en tus sombras,
me acoges en tus ramas,
para darme luz en tus huecos
y reavivar profundidades olvidadas...

¡Cuánta vida derrochas
en todos los huecos de tu viejas miradas...!

¿Y tú, frondosidad en claroscuro,
reconoces mi mirada

21 de septiembre de 2006


Me siento rara estos días, me bullen varias preocupaciones en el corazón, algunas otras en la cabeza, quizá sean estas últimas las menos importantes para mí, o, al menos, las que no me duelen tanto. Son las del corazón las que llevan un lastre más pesado, permanente, constante, insistente, casi insustituible por ningún otro; lastre que no permite la sustitución, ni la erradicación, ni tan siquiera un atisbo de olvido...; cuando parece que te dan un pequeño respiro, que has conseguido evadirlo por breves instantes... ¡zas!, te los encuentras en el recodo de una vena, agazapado como un coágulo que no te permite la necesaria fluidez de la sangre para que se oxigene el pensamiento y se calme el dolor.
¡Qué dificil es no preocupar al corazón cuando se ha parido, real o simbólicamente! ¡Cuánta dificultad para abrirse camino! ¡Cuán sinuoso puede llegar a ser éste cuando lo tomamos inseguros, dubitativos...!
¿No habéis notado que grises se vuelven elos días a nuestra mirada cuando la preocupación nos embarga? Cualquier cielo nos parece triste, taciturno, incluso amenazante y hostil, como si las nubes cercanas al horizonte fuesen a emprenderla con nuestro físico y no envolviesen sin dejar un mínimo de claridad para saber donde pisamos, ni por donde vamos, ni hacia dónde.
Hay un refrán que dice: "Nunca llovió que no escampara". Pues eso, que espero que escampe, poco a poco, paulatinamente, sosegadamente, razonando y actuando con prudencia, con cariño, con tacto, con amor; sobre todo eso, con mucho amor, para que las decisiones sean menos dolorosas, menos drásticas y huidizas; para que sean un poco más reflexionadas y acertadas, aunque difíciles.

9 de septiembre de 2006

Miradas ilegales, pobladores de la Tierra.


Nos habíamos levantado muy temprano aquel día porque la excursión que íbamos a hacer a otra isla requería trasladarse al sur y coger el ferry. Cuando llegamos al puerto de Los Cristianos, la mañana empezaba a despuntar. Mientras esperábamos la llegada del ferry fuimos a tomar un café y un bocadillo.

El sol empezaba a mostrarse en toda su plenitud, se presagiaba un día caluroso, los rayos solares proyectaban reflejos plateados sobre la superficie del agua. Subimos a la terraza de la cafetería porque así veríamos la entrada del ferry y la maniobra de atraque. La visita a La Gomera me tenía expectante, no sabía lo que me iba a encontrar, pero tenía una especie de intuición de que lo que iba a contemplar me gustaría.

Y estas estaba yo, tranquilamente, dando mordiscos a mi bocata, cuando de repente veo que aparecen varias personas con cámaras de fotos profesionales, una cámara de televisión...; al principio no se me ocurre qué pueda pasar, lo primero en lo que pensé fue en la llegada de algún famosillo de turno en un yate. ¡Bah! No le doy más importancia. Pero la gente sigue mirando. La acción de los reporteros duró escasamente un par de minutos. Me levanto, miro hacia donde hacían las fotos y... se me empieza a atragantar el bocado que tenía a punto de pasar por la garganta. Intento pasarlo y nada..., ahì se queda, ni palante ni patrás. Todo el revuelo se debía a un hecho que ocurre diariamente desde hace demasiado tiempo. Una patera o cayuco, no sé muy bien cuál es la diferencia,cargado con un número indeterminado de posibles inmigrantes ilegales era remolcado por las autoridades españolas.

Se me heló la sangre, de verdad, no puedo explicar la rabia, impotencia e indignación que sentí como ser humano ante otros seres humanos que tienen los mismos derechos que yo a que ellos fuesen remolcados y llevados a un hospital de campaña que en el mismo puerto tienen habilitado para ellos, mientras yo me tomaba legalmente un bocadillo, pagaba legalmente el café que me había tomado, tenía mis papeles en regla y por supuesto, un trabajo que me permitía vivir sin tener que demostrar a nadie mi legalidad o no legalidad. No es que sus rostros fuesen desde allí más cercanos, (se ven mejor en la televisión), pero sí se hace patente la proximidad, el verlos ahí mismo, huyendo de las pésimas condiciones de vida de su país, buscando el pan que los alimente, abriendo su presente hacia un posible mañana, cerrando las puertas al país que les niega que algún tipo de mañana sea posible.

La tarde anterior había llegado otro cayuco a una playa cercana; llegaron exhaustos, vencidos, deshidratados. La gente que estaba en la playa les auxilió como pudieron, muchos eran turistas que estaban de vacaciones, como yo, como cualquiera que se permite un viajecito de una semana en el verano.

No sé cómo explicar lo que sentí en aquellos momentos

Mi respiración comenzó a hacerse dificultosa, rápida, el aire todavía fresco de la recién nacida mañana parecía no querer entrar en mis pulmones o parecía que éstos lo rechazaban sin más. No, no eran mis pulmones los culpables, tampoco lo era el aire de la mañana; eran mis nervios. Estaba claro que no controlaba esta situación. Ni la controlaba ni la podía controlar. Ni era totalmente mía ni me era ajena. Por un brevísimo momento casi quise escapar, alejarme del lugar, dar la vuelta, girar mi cuerpo y mirar hacia el otro lado del mar... Fue tan breve que sólo ahora soy consciente de él.

Y me quedé allí, en la misma posición, con el bocadillo entre mis manos, sólo en mis manos, como si gracias a él pudiese sostenerme en pie. Y no podía dejar de mirar. Y tampoco quería dejar de mirar. Era como si aquello tuviese que quedar grabado, bien grabado, marcado, como si le fuese imprescindible doler, quizás para no olvidar, para hacerse realmente presente, para llegar a mi punto más débil, para llegar, en directo, a mi corazón.

Y a pesar del bocado atragantado, del revolcón que todos mis óganos internos parecían estar haciendo a la vez, de las carreras desenfrenadas que las neuronas de mi cerebro habían comenzado a practicar para traerme a la memoria todas las ideas leídas o escuchadas en medios de comunicación, en autoridades políticas, en personas con cargos, en gente de a pie, en empresarios, en empleados temerosos de perder un posible puesto de trabajo ante una mano de obra más barata que la suya..., a pesar de todo ello, una parte de mi cerebro elaboraba nuevos pensamientos.

¿Por qué la situación con la inmigración ilegal ha llegado al punto en el que está? ¿Qué la hace tan diferente de la situación de emigración que la historia muy reciente de este país mío parece haber olvidado? ¿Qué han hecho los que no podían tener una vida digna en nuestro país hace 70, 60 , 50 ó 40 años? ¿Qué tipo de trabajos hicieron en los países europeos o americanos en que los acogieron? ¿Cuál fue la causa del mayor aporte de divisas de este país durante los años en que la mitad de los españoles estaba fuera de España?

Claro que no viajaban en cayucos, lo hacían en transatlánticos, con billetes de última clase; o en trenes, con billetes de última clase también. Tampoco conocían el idioma, ni las costumbres, ni la geografía, ni nada de nada. Tampoco se integraban en la sociedad de recepción. Ni dichas sociedades estaban interesadas en integrar, les interesaba el tipo de trabajo que ellos podían hacer y que los del país no hacían ya. Sólo tenían un objetivo: ganar el suficiente dinero para poder enviarlo a su país, poder regresar un día y montar un pequeño negocio con el que poder vivir. Algunos se quedaron para siempre, sobre todo por los hijos, en el país que los acogió. La mayoría volvieron, agradecen lo que esa tierra les dio, pero no se consideraron casi nunca integrados, no se emocionan de alegría cuando escuchan una canción de ese país o les resbala una lágrima de añoranza cuando ven un reportaje del país en cuestión. Quizás se deba a que realmente no disfrutaron del país, sólo trabajaron y mucho, cuantas más horas mejor, y se sacrificaron para tener lo que su país, antes, no les pudo dar.

¿Qué es, entonces, lo que cambia? Necesitamos mano de obra, los españoles no queremos trabajar de ciertas cosas, "supuestamente" debemos estar preparados para trabajos de más alta cualificación y de más alta remuneración. No sé dónde está aquí el equívoco, si por parte de los jóvenes que están sin trabajo y no quieren trabajar de lo que hay, o por parte del sistema que tiene a un montón de universitarios trabajando de dependientes, reponedores de hipermercados, de comerciales, de vigilantes, de vendedores a domicilio o a través del teléfono... Puede que la equivocada sea yo, pero no lo entiendo. Debemos de ser el país europeo con más universitarios trabajando de cualquier cosa que no sea la de su licenciatura, o directamente sin trabajo alguno.

¿Cuál es la labor de los gobernantes que no pueden ofrecer trabajo a sus votantes? Buscar apoyos, medios de vida, creación de empresas, inversiones... También existe la posibilidad de llegar a acuerdos internacionales con otros países para poder "legalmente" acoger posibles trabajadores para empresas o situaciones concretas que palien, al menos en parte y de forma inmediata, la grave situación de hambre y miseria que padece esta gente.

Ya es terrible tener que abandonar, sin desearlo, tu país, tu familia, tus amigos, tu cultura, tu lengua... para vivir en otro. Es terrible, pero esperanzador cuando sabes que tendrás posibilidades de mejorar, que tendrás un trabajo que te permitirá vivir. Pero es horrible hacerlo a sabiendas de que las condiciones del viaje no ofrecen ningún tipo de garantía, que es muy probable que perezcas en el intento y que, si llegas, las condiciones en las que llegas y el modo en el que lo haces, permiten una situación de chantaje, de "ilegal" que no te permite exigir ningún tipo de condición, que las "mafias" dominan, disponen y resuelven a su antojo.

Y todos lo estamos permitiendo. Todos los gobiernos del mundo. Todos los políticos. Todos las personas. Permitimos que términos de "legalidad" o "ilegalidad", se apliquen a los derechos humanos. Y... perdonadme, pero no lo entiendo. ¿Buscar el pan de tus hijos y el tuyo propio es ilegal aquí o en las quimbambas? ¿Querer sobrevivir es ilegal? Tengo que consultar de nuevo el diccionario, no se me queda grabado el significado de esta palabra.

Los que si puedo asegurar es que me quedaron grabados esos momentos en el que ví llegar el cayuco remolcado, a los inmigrantes cubiertos por mantas, ateridos, débiles, tristes, muy tristes, de movimientos torpes de estar hacinados tantos días. Se me quedarán grabadas para siempre sus miradas, miradas similares a la mía, miradas de no entender nada, de incertidumbre.
Creo que las suyas tienen un componente más que la mía, las suyas son miradas con hambre, con hambre real, hambre de alimento.
Pero también son miradas con hambre de justicia, de equidad, de solidaridad y de humanidad.

Y mi cámara captó su llegada, pero de lejos, para que su mirada no os llegue a los ojos, sólo para que llegue a vuestro corazón, para que lo hagáis llegar a otro y a otro. Una unión de muchos corazones puede hacer cambiar el pensamiento...

Perdón, no pretendo hacer daño a nadie, ni culpabilizar a nivel personal, sólo íntuyo que se pueden cambiar ideas; sé que todos sabéis de esto y sentís algo semejante a lo que yo puedo sentir; es sólo que tenía que decirlo y vosotros sois quienes mejor escucháis mi voz, quienes mejor la sabéis interpretar aunque mi pensamiento sea en esto, muy ingenuo. Gracias por leer, por compartir y por estar.

28 de agosto de 2006

Puñeterías de la vida.


Tras esta pausa veraniega, pausa a medias tan sólo, pues uno no puede darse de baja del mundo sin más aunque no tenga que asistir al trabajo; pienso en lo que he hecho, en todos los propósitos que me hago "in mente" en cuanto mis neuronas captan la palabra vacaciones, y tengo que reconocer, como casi todos los veranos, que mi sentido de la fidelidad llega a límites insospechados por mí: el significado de la palabra "propósito" se ha quedado intacto, ni lo he rozado levemente, queda virgen y puro, guardado en el armario de verano para volver a airearlo el próximo, si llego a él.
La verdad es que descomponer una palabra de cuatro sílabas es complicado, cuando tiene la particularidad de que una de ellas es, además, triple, y contiene dos "pes", lo que parece imbuirle un sentido de pomposidad ante el cual que hace falta tener mucha valentía para enfrentarse. Así es que así la he dejado, tal cual, en puro estado natural y salvaje. Puede que sea la manera que una tiene de asirse a lo salvaje ya que nos es poco dado el poder serlo en la cotidianeidad.
Y heme aquí dándole vueltas a estos coletazos del verano, intentando extraer en ellos toda la positividad posible para emprender el día a día con fuerzas renovadas.
Y encuentro que este mundo nuestro es un continuo ciclo en el que se repiten las mismas historias una y otra vez, los mismos miedos, los mismos atropellos, los mismos abusos, las mismas miradas en el pasado y pocas, muy pocas, en el presente inmediato.
Y así soy testigo más o menos directo de los engaños, de las rupturas, de los desasosiegos, de la falta de amor, de convivencias mal avenidas, de inseguridades sentimentales, de desconfianzas, de intereses, de celos, de amarres sentimentales basados en no sé qué ilusiones infantiles soñadas en tardes de veranos olvidados, lejanos en el tiempo.
Y quiero tender mis brazos, acoger tanta frustración, arrancarla del sentimiento, arrojarla a la profundidad de los mares, enterrarla en una fosa tapiada de hormigón, cual materia altamente contaminante..., pero no puedo, su consistencia no permite el encierro. La fuerza de mis brazos no pueden con su tonelaje. Recurro, entonces, a la fuerza de las palabras, al razonamiento; y me encuentro aún más imposibilitada si cabe. El mundo de los sentimientos no sabe de razonamientos, se han colocado en frentes opuestos desde el principio de su existencia.
Y hago mi último intento, trato de traer a mi memoria situaciones en las yo me encontré en circunstancias similares para tratar de entender cómo se sienten y qué es lo que me gustaría a mí, de ser ellas, que me dijesen o hiciesen los que intentan ayudarme.
Y concluyo que mi forma de reaccionar no es igual que la suya, que cada personalidad tiene sus propias reacciones, que lo que para mí puede ser ayuda para otro puede ser molestia, que cada situación requiere tratamientos diferentes y que mi intención debe quedar en eso, en intención sin más, sin ninguna pretensión de aliviar, sin presunción de servir de ayuda, sólo saber escuchar, estar sin más...
Y no creo que esto signifique mucho para nadie, tampoco lo pretendo, pero es ... cuanto puedo hacer. No sin cierto sentimiento de frustración por mi parte, puesto que en ocasiones la ayuda significaría eliminar los elementos que provocan estas situaciones, y en algunos casos tienen nombre y apellidos y creo que eso está penado por la ley con cárcel de por vida o cuasi.
La vida tiene ciclos, rachas, vueltas. Los sentimientos, las palabras, los secretos, las promesas, los juramentos, el dolor, la alegría van girando en medio de nuestros días y nuestras noches hasta envolvernos.
A veces no sabemos cómo salir, otras no sabemos cómo hacer para apresar aquello que nos produce bienestar, alegría, tranquilidad, placer; parece que apenas tienen intensidad, que su permanencia es la misma que la del trayecto de una estrella fugaz a nuestra mirada...
Quizás el secreto esté retener esos pequeños momentos en la memoria personal y sacarlos a la luz cuando no los tengamos en el presente. Quizás haya elementos que no nos permitan sacarlos a la luz, que con su perseverancia no nos dejen rememorar aquel sentimiento de alegría, que con su maldad innata nos condicionen para siempre. Contra ellos es contra quienes habría que luchar con más fuerza. Pero ya no las tenemos. Se nos han ido y no sabemos cómo recuperarlas, por eso nos hunden, por eso nos pueden, por eso quedamos con la marca del vampiro en la garganta.
Es difícil aliviar el dolor de otro cuando su cura no pertenece al campo de la medicina. Es banal el intento de hacer comprender que poco a poco, tras la tormenta, el río vuelve a su cauce, como bien dice la naturaleza. También es cierto que los cauces quedan dañados, alterados, pueden devenir en otros. Quizá es que necesitamos todo eso para convertirnos en lo que finalmente acabaremos siendo, las personas que somos en el presente que vivimos. Quizás también sea preciso hacer una introspección hacia nuestro interior y comprobar si como nos sentimos y como somos en este presente nos gusta. Del resultado de nuestra mirada personal saldrá una elección: o nos gusta lo que vemos y sentimos o no nos gusta e intentamos buscar otro camino más acorde con el concepto que tengamos de nosotros mismos...
Sea como fuere, lo seguro es que por el cauce volverá a correr el agua fresca, aunque el cauce no sea el mismo. ¡Quién sabe si el cauce primero era el más idóneo! Todos los cambios sufridos en nuestra existencia conforman la personalidad que somos, el resultado de todas nuestras experiencias. Los ciclos de la vida.
Es cuestión de enfrentarse a uno mismo.
Es cuestión de elegir, aunque el esfuerzo sea enorme.
Por todas aquellas personas que me importan y lo están pasando mal, por todas ellas pienso que la vida tiene demasiadas puñeterías, pero también sé que podemos decir que no queremos que nos hagan más la puñeta.
En "redimidas" cuentas, de puñetas, sólo las necesarias.

26 de julio de 2006

Pensamientos nocturnos.


Cuando de noche voy a tu cuarto,
pequeña,
te miro con ojos benévolos;
te miro
¿cómo no?
con ojos de madre.
Tu cara refleja
tanta paz
que...
apenas me atrevo
a respirar.
¿Dónde va la energía
que derrochas durante el día?
¿qué es de tu charla continua
a media lengua?
¿y tus gritos?
¿se han quedado flotando
en las partículas del aire
para devolverlos mañana
a tu garganta?

Mirando tu relajado rostro
me pregunto...
¿y hay quién se atreva
a abandonaros?

¿Quién despierta a los niños
del mundo?
¿quién es el culpable
de que muchos de ellos
no puedan apenas dormir?
¿quién hace que nazcan
seres que no posean,
no una cuna donde dormir,
sino tan siquiera un lugar
tranquilo donde permanecer?

Muchos niños no pueden,
no pueden dormir...
porque las bombas no
les dejan,
porque las metralletas
les aguardan,
porque el hambre
les hace una herida en el estómago,
porque su padre no está,
porque su madre no está,
porque no tienen un trozo de pan.

No, no son niños ya.

Antes de haber nacido,
la miseria y la destrucción
les rodea por doquier.

Antes de haber nacido
ya están condenados a sufrir.

Antes de aprender a andar,
han de saber luchar
por cosas tan imprescindibles
como respirar.

No saben que hay tratados.
No saben que hay derechos.
No saben que nacen,
supuestamente,
con una serie de privilegios.

Tampoco saben
a quién reclamar.

Tampoco saben
que no saben.

¿Quién vela por sus derechos?
¿Los que los han escrito?
¿Quién vela por su sueño?
¿Los que se atreven a despertarlos?
¿Quién accede a su vulnerabilidad,
a su fragilidad, a su indefensión
con total impugnidad?
¿En base a qué principios...?
¿A los de respuesta a ofensas?
¿A los de venganzas?
¿A los de odio irracional?
¿Quizás a los principios del poder?

Mientras tanto,
gastamos miles de toneladas de papel,
de tinta,
de energía,
que muestran este horror.

Mientras tanto,
se gastan millones de dólares,
o de euros,
o de libras,
en hacer reuniones
de los altos mandatarios,
de los grandes dirigentes,
de los supuestos mediadores,
de los grandes estrategas,
de los maravillosos oradores,
para tomar soluciones
que nada remedian.
Los niños siguen despertando,
pasando hambre,
padeciendo enfermedades,
quedando sin padres,
heridos de bombas,
o muertos sin más,
porque una bomba
los hizo volar.

¿Y... nosotros...?
¿Qué hacemos nosotros?
Los que no dirigimos,
los que no mandamos,
los que no hacemos discursos,
los que callamos...
¿Por qué callamos?
¿Realmente no mandamos?
¿Por qué no los mandamos,
a todos ellos,
a dirigir su casa
o su negocio,
y que se olviden de ensuciar más el mundo?
Tenemos todos
la facultad de hablar,
de pensar,
de decidir sobre lo que creemos
que está bien y lo que no lo está...
¿Por qué, entonces, callamos?
¿Por que no tomamos una decisión compartida
que acabe con tanta injusticia?

¿QUIÉN ES EL QUE SE ATREVE
A LOS NIÑOS IGNORAR?
¿QUIÉN ORDENA LAS BOMBAS
QUE LOS HAN DE DESPERTAR?
¿QUÉ MIERDA DE EGOÍSMO ES
EL QUE NOS HACE CALLAR...?