15 de junio de 2006

El placer de conversar.

Cuelgo el teléfono. Acabo de conversar con él, con G. ¡Qué placer! Cómo explicar la sensación de sentirse completamente imposibilitada para hacer otra cosa mientras se escucha su voz suave, melodiosa, casi acariciadora, pacífica; sobre todo, eso pacífica.
Cómo definir la forma maravillosa de mezclar las palabras, de darles sentido, de hacerlas dignas de ser escuchadas, de convertirlas en herramientas de jardinería que horadan la tierra del jardín de nuestra mente para que la simiente quede bien protegida y regada, pronta a brotar, presta a ver la luz del sol...
He hablado con G pocas veces, pero lo hemos hecho tan extensa y tan placenteramente que lo considero un privilegio.
Os preguntaréis quién es G. No, no es un posible ligue, no es un pariente cercano, ni tan siquiera lejano; tampoco es un amigo personal. G. es una persona a la que admiro sobremanera. Supe de su existencia por su obra, por lo que hace, por lo bien que lo hace, a través de un regalo no merecido que un día recibí de alguien que me aprecia. Esa persona fue la que me habló de lo que G. hacía y, la verdad, quedé impactada por la belleza, perfección, detalle, mimo e ilusión con la que elabora cada pieza que sale de sus manos.
Sí, G. es un artesano de la plata, un platero afincado en esta tierra, llegado de allende los mares, que visitó este lugar y decidió que sería un buen sitio para que creciese su hija. Nunca imaginó que se quedaría tanto tiempo. Nunca se consideró a sí mismo extranjero, es de los que creen que las gentes son de los lugares que pueblan en cada momento de su vida y viven en este mundo. Aprende de lo que le rodea, investiga lo que le interesa, profundiza en el arte, admira lo que de admirable hay en las obras humanas.
Digo que G. no es un amigo personal, pero lo considero una persona amiga, alguien de quien yo estaría orgullosa de ser amiga. No es que antes de recibir mi regalo no supiese de su existencia. Sí la sabía, sabía que había un padre y una madre de una alumna que tenían que ser personas especiales porque su hija es alguien entrañable, un ser realmente magnífico. Y los seres magníficos suelen provenir de progenitores que también lo son. Cuando lo conocí, entendí perfectamente de dónde había salido aquella alumna tan especial. Es comprensible, por otra parte, que si alguien pone toda esa pasión, amor, delicadeza y arte en elaborar una joya en plata, haya puesto sus seis sentidos en hacer su descendencia.
Acabo de colgar el teléfono. Era G. Charlamos un buen rato. Mi teléfono inhalámbrico cortó la comunicación. Me volvió a llamar. Charlamos de nuevo otro rato. Me avisaba de que mi encargo estaba realizado. ¡Estoy deseando verlo! Decía que se demoró un día más porque esa pieza que elaboró para mi hija por encargo, única porque la escogieron entre ambos tomando ideas de aquí y de allá y faltaba resolver si era aplicable a la pieza en cuestión, precisaba de un envoltorio especial. Los estuches convencionales no le gustaban para ella, pasó buena parte de la tarde buscando algo distinto, que fuera con el gusto y estilo de ella y de la pieza elaborada. ¿No es un amor? Mi hija estará de cumpleaños muy pronto. No sospecha que esa pieza escogida y encargada hace un año y medio, llegará a sus manos ese día como regalo de su madre. Y por supuesto, por la voluntad y el arte de las manos de G.

Acabo de colgar el teléfono. Era G. ¡Un inmenso placer conversar...!