26 de mayo de 2009

Con otros ojos.


Sigo aprendiendo maneras de ver. Ver con otra edad, ver con otro ímpetu, ver con otra filosofía, ver sin claridad, escrutando en la semioscuridad lo que mis miopes ojos apenas si vislumbran, ver con otra idea, ver con otro sentimiento, incluso con otros intereses. No los perfecciono todos, claro está. Pero algunos ya me salen. ¡Qué curiosa es la forma de aprender! Y hay algo que me intriga enormemente: ¿todo esto que aprendo me servirá para no volver a ver como yo veo? Porque si como yo vi hasta ahora producía equivocaciones, errores, desencantos... ¿el ver con otros ojos me traerá aciertos, encantamientos?

¡Hum! Lo del encantamiento me seduce muchísimo. No sé vosotr@s, pero yo nunca estuve en un palacio encantado, por ejemplo, ni en un jardín encantado. Ya me gustaría, ya. Lo único que me viene a la mente relacionado con encantamiento proviene de los cuentos clásicos y la palabra "encantada" que pronunciamos cuando se nos presenta a alguien desconocido para nosotros. Es curioso que empleemos esta palabra en una presentación personal. ¿Cómo voy a estar "encantada" al presentarme a alguien que no conozco de nada? Estaría encantada si esa persona fuese alguien a quien yo admire muchísimo por el motivo que sea, es decir, de alguien de quien dispongo información anterior pormenorizada; pero ¿de alguien del que ni siquiera he oído hablar en mi vida? Las fórmulas sociales son muy curiosas, ¿no?

Pero siguiendo con lo que estaba, no sé a qué me conducirá el aprender a ver con otros ojos, si a cosechar éxitos o fracasos, dicho de manera coloquial; de momento no he conocido gente nueva lo suficiente como para obtener ningún tipo de resultado, pero al menos he practicado mi mente un poco más, me he esforzado (lo cual ya supone un tipo de ejercicio) y seguramente tropezaré de modo distinto al de otras ocasiones. ¿Quién me dice a mí que este modo distinto no pueda resultar más enriquecedor, o satisfactorio o incluso indoloro? Sí, porque el ver siempre de la misma forma produce dolor, y ese dolor es hacia uno mismo, y contra eso sí tenemos que hacer un esfuerzo para protegernos. Cualquier tipo de dolor es desaconsejable para la salud. Eso al menos debería de rezar en cualquier prospecto farmacéutico. Pero muchas veces nos provocamos el dolor con nuestra forma de ver las cosas. Y no sabemos cómo hacerlo de otro modo. Quizás no se nos ha ocurrido jugar a ser otros, como cuando éramos pequeños y jugábamos a ser indios o vaqueros, mamás o hijos, médicos o pacientes, o como cuando interpretamos un papel en el teatro o nos disfrazamos de otro en el carnaval. Quizás hemos perdido la ductibilidad que da el saber jugar, meterse en el papel, ser ese otro u otra distinto del que la sociedad, la familia y el entorno nos ha empujado a ser.

Sí, puede que se deba a eso.

¿Por qué no probar?