25 de abril de 2007

Ni yo por ti ni tú por mí.


- Es tarde, dijo ella.
- ¿Acaso tienes prisa?- preguntó él.
- No, bueno, sí; no mucha, pero tengo... cosas que hacer.-respondió titubeando.
- Creo que no me estás contando toda la verdad, noto cierta intranquilidad en tus palabras y no sé muy bien porqué. ¿No deseas estar aquí, conmigo?
- Pues..., no sé. Aquí no me gusta estar. Contigo, aún no lo sé. Nunca he estado contigo a solas, no puedo saberlo.-dijo segura de sí misma.
- Pero..., ¿no eras tú la interesada? ¿No les decías a tus amigas que te gustaba? ¿No creerás que he venido a hablar contigo porque me intereses demasiado, más bien al contrario, me dijeron que eras tú la que se interesaba por mí.
- Creo, francamente, que necesitarás un audífono, porque lo que oyes lo interpretas al revés, chico. Ni estuve ni estoy interesada en ti, ni ahora ni nunca ni en ningún momento de mi vida. Siento decepcionarte y haber echado por tierra todas tus espectativas, pero para mí eres una persona más de este mundo, sin nada que me atraiga epecialmente o que merezca un mayor interés por mi parte.-alegó ella en su defensa.
- Ya, pues yo creo que te estás haciendo la dura y ... ¿sabes?, no te va nada el papel.-contestó él en tono un tanto chulesco.
- Te equivocas. Nunca he sido tan sincera en mi vida. Adiós.

Ambos se alejaron en direcciones opuestas.
Ella apuró el paso antes de que él se diese cuenta de que ya no podría aguantar más las lágrimas que comenzaban a resbalar copiosamente por sus mejillas. Él, también aumentó el ritmo de sus zancadas, antes de que ella se percatase de cómo se le iban encendiendo las venas del cuello y la hinchazón de las que asomaban por sus sienes.

Ella no encontraba consuelo a su tremenda estupidez, ¿cómo había podido ser tan orgullosa? ¿qué le había hecho reaccionar así? Si se moría por estar con él a solas, si no se podía creer que estuviese hablando con él, tan cerca, tan próxima que podía aspirar su aliento, percibir el calor que desprendía su cuerpo... ¿qué le había pasado por la cabeza? Ahora sí que lo había perdido para siempre.

Él esperó a doblar la primera esquina para pegarle un patada a la pared, a ver si el profundo dolor que sintió en el pie le explicaba el porqué había sido tan imbécil, tan infantil y tan seguro de sí mismo. Ahora sí que la había perdido para siempre. Ahora sí que se había terminado la ilusión de cada día, ese despertar matutino en que se decía que ese mismo día la abordaría para intentar hablarle, para lograr una sonrisa, una mirada, una atención suya hacia su persona... Tras tantas noches pensando en ella, en su figura, en su cara, en sus ojos, había tirado todo por la borda, había sido un auténtico imbécil. Hundió su cara entre las manos y se apoyó con los codos en la pared cercana. Separó levemente el cuerpo y lanzó su brazo derecho con toda la fuerza de que fue capaz contra la pared. Un agudo grito de dolor salió de su garganta.

La tarde declinaba ya. Las sombras que la luces de la farolas proyectaban alargaban las siluetas de las casas, de los árboles, de las personas que regresaban a sus casas.

Una creciente y aún tímida luna asomó entre las ramas de un florido magnolio.

Las encogidas figuras de los transeúntes se resguardaban del frío con los cuellos subidos de los abrigos. Pronto todo estaría solitario. La noche se presagiaba muy fría. El viento, moderado, traía cuchillos acerados que se colaban inexplicablemente por todos los resquicios invisibles de su ropa, penetrando en su piel y aguijoneando aún más el frío helado que embargaba su corazón, sus músculos, su sangre y hasta su pensamiento; en estos momentos pensamiento único: la había perdido para siempre.

Ella, consiguió llegar a su casa sin saber muy bien cómo, pues la abundancia de las lágrimas formaban una capa como de espesa niebla que no le permitía ver apenas las calles por donde pasaba. Logró articular un ininteligible saludo-excusa ante sus padres de que se encontraba mal y se iba para cama. Prácticamente se tiró sobre ella y ya no pudo contener más el grito que ahogaba en su pecho y le anudaba la garganta impidiéndole casi respirar. La almohada amortiguó el sonido del torrente de sollozos.

Fuera, la noche extendió su manto por todos los rincones. No quedaba nadie en las calles. El viento se hizo más presente, más intenso, vigoroso y circular, cual remolino caprichoso.
Qué curiosidades tiene la vida, climatología y sentimientos al unísono. No había diferencia. Eran lo mismo.

Ni ella ni él durmieron aquella noche. Tal vez tampoco lo hicieran la siguiente.

Algún día recordarían aquellos momentos y la distancia en el tiempo les permitiría hacerlo casi con una sonrisa en los labios. ¡Vaya cuelgue que tenía con ese chico! ¡Vaya cuelgue que tenía con esa chica! Y ambos pensarán: ¿Qué habrá sido de él? ¿Qué habra sido de ella?

17 de abril de 2007

¿Anochezco o amanezco?


Y anochezco otra vez

envuelta en quehaceres

incontables.


¿Cómo se nombran

las idas y venidas

de un lugar a otro

buscando un no sé qué...?


¿Y cómo al capricho

que neuronas fusionadas,

juguetonas y sádicas

invierten en hacer

que nuestro pensamiento

divague sin saber por qué?


Más... aquí estoy,

anocheciendo otra vez.

Mejor ni os cuento

mi ruinoso y patético amaneciendo.


¿Invención o realidad?

¡Vayamos todos a saber!


Que no todo lo que parece

acaba por siempre siendo.

Que no cuanto percibimos

es realidad o es sueño.


Hay un punto intermedio

que ni lo uno ni lo otro es;

así busco, pues

en qué punto me encuentro,

y hasta llego a dudar,

si vosotros estáis,

aquí, allá o en medio,

o quizá en ningún lugar.


Más no me hagáis caso,
este soso divagar
es prueba fehaciente

de una persona vehemente

empecinada en preguntar

cuando no hay qué contestar.