26 de julio de 2006

Pensamientos nocturnos.


Cuando de noche voy a tu cuarto,
pequeña,
te miro con ojos benévolos;
te miro
¿cómo no?
con ojos de madre.
Tu cara refleja
tanta paz
que...
apenas me atrevo
a respirar.
¿Dónde va la energía
que derrochas durante el día?
¿qué es de tu charla continua
a media lengua?
¿y tus gritos?
¿se han quedado flotando
en las partículas del aire
para devolverlos mañana
a tu garganta?

Mirando tu relajado rostro
me pregunto...
¿y hay quién se atreva
a abandonaros?

¿Quién despierta a los niños
del mundo?
¿quién es el culpable
de que muchos de ellos
no puedan apenas dormir?
¿quién hace que nazcan
seres que no posean,
no una cuna donde dormir,
sino tan siquiera un lugar
tranquilo donde permanecer?

Muchos niños no pueden,
no pueden dormir...
porque las bombas no
les dejan,
porque las metralletas
les aguardan,
porque el hambre
les hace una herida en el estómago,
porque su padre no está,
porque su madre no está,
porque no tienen un trozo de pan.

No, no son niños ya.

Antes de haber nacido,
la miseria y la destrucción
les rodea por doquier.

Antes de haber nacido
ya están condenados a sufrir.

Antes de aprender a andar,
han de saber luchar
por cosas tan imprescindibles
como respirar.

No saben que hay tratados.
No saben que hay derechos.
No saben que nacen,
supuestamente,
con una serie de privilegios.

Tampoco saben
a quién reclamar.

Tampoco saben
que no saben.

¿Quién vela por sus derechos?
¿Los que los han escrito?
¿Quién vela por su sueño?
¿Los que se atreven a despertarlos?
¿Quién accede a su vulnerabilidad,
a su fragilidad, a su indefensión
con total impugnidad?
¿En base a qué principios...?
¿A los de respuesta a ofensas?
¿A los de venganzas?
¿A los de odio irracional?
¿Quizás a los principios del poder?

Mientras tanto,
gastamos miles de toneladas de papel,
de tinta,
de energía,
que muestran este horror.

Mientras tanto,
se gastan millones de dólares,
o de euros,
o de libras,
en hacer reuniones
de los altos mandatarios,
de los grandes dirigentes,
de los supuestos mediadores,
de los grandes estrategas,
de los maravillosos oradores,
para tomar soluciones
que nada remedian.
Los niños siguen despertando,
pasando hambre,
padeciendo enfermedades,
quedando sin padres,
heridos de bombas,
o muertos sin más,
porque una bomba
los hizo volar.

¿Y... nosotros...?
¿Qué hacemos nosotros?
Los que no dirigimos,
los que no mandamos,
los que no hacemos discursos,
los que callamos...
¿Por qué callamos?
¿Realmente no mandamos?
¿Por qué no los mandamos,
a todos ellos,
a dirigir su casa
o su negocio,
y que se olviden de ensuciar más el mundo?
Tenemos todos
la facultad de hablar,
de pensar,
de decidir sobre lo que creemos
que está bien y lo que no lo está...
¿Por qué, entonces, callamos?
¿Por que no tomamos una decisión compartida
que acabe con tanta injusticia?

¿QUIÉN ES EL QUE SE ATREVE
A LOS NIÑOS IGNORAR?
¿QUIÉN ORDENA LAS BOMBAS
QUE LOS HAN DE DESPERTAR?
¿QUÉ MIERDA DE EGOÍSMO ES
EL QUE NOS HACE CALLAR...?

18 de julio de 2006

Recuerdos en memoria de...






Regresaba a casa. A medio camino desvió su coche de la carretera principal y tomó otra que conducía hacia una aldea por la que pasaba todos los días hacía años, cuando iba a su trabajo y que, ahora, sólo daba acceso a la aldea. Deseaba volver a ver el valle, los castaños que abundan en él y todas tierras trabajadas que se divisan desde ella. Descendió del coche y... un olor muy familiar llegó a su nariz, subió por las fosas nasales y, rápidamente, estimuló aquel pequeño rincón en el que se alojaban los recuerdos de su infancia. Dejó que se impregnase bien, que casi ocupase toda la masa cerebral; todos sus sentidos estaban en otro lugar, en otra aldea, en la aldea querida, en la aldea que le había dado la oportunidad de aprender otros modos de vivir, otras formas de mirar, otras maneras de sentir, de oler, de hablar...

¡Cuántos momentos agradables conservaba aún su cerebro relacionados con ella! Ese olor actual había cedido paso a aquel olor que la hacía sentirse en el mejor de los mundos, en el hogar, en la tranquilidad, en la naturaleza, al lado de todo lo vivo, de la hierba recién cortada, de las mazorcas de maíz, del revoloteo caprichoso de las mariposas, del vuelo de los pájaros, del olor de las manzanas de San Juan, de las peras de manteca que reservaba el abuelo celosa y cuidadosamente en el hórreo hasta su llegada, de los melocotones robados, del sabor de las nueces verdes que le tiznaban los dedos, la lengua, los labios..., y que también robaban a algún vecino, de las sabrosas y refrescantes cerezas que su primo tiraba desde el enorme cerezo situado frente a la ventana de la cocina y que ella recogía en su pequeño mandil ansiosamente mientras la ilusión de su sabor llenaba su boca de agua premonizando el apreciado jugo de su fruta preferida.

Se preguntó qué había ido a buscar allí. Tenía un motivo actual, justificable, quería tomar unas fotos del valle, de los árboles; pero no era el único, antes de este había otros antiguos que estaban esperando la llegada del actual. Deseaba volver a aquella carretera relegada a tercera categoría, deseaba recordar momentos en los que su recorrido fue agradable, placentero, momentos en los que el cielo tenía todas las tonalidades posibles, en los que los verdes del paisaje se presentaban en toda la gama, en los que las distintas estaciones iban cambiando su aspecto, sus colores, sus formas, sus luces, sus brillos...

Había vuelto porque necesitaba tener una vez más, sentir otra vez, la compañía de quien tantas veces había recorrido el mismo trayecto. Ella nunca más lo haría, no había posibilidad. Para ella se habían cerrado todas las carreteras, principales y secundarias; todas las luces, las tenues y las deslumbradoras; todos los verdes del paisajes y todos los azules de las montañas; todas las tonalidades del cielo y hasta el murmullo del agua.

Había vuelto porque se lo debía a ella, porque era uno de los lugares por los que no había pasado desde que no estaba, el único que faltaba en aquella especie de peregrinación meditada que había hecho tras su falta por los lugares comunes y más queridos por ella. Porque también le gustaban aquellos hermosos árboles, aquel valle, aquel recorrido.

Ya hacía seis años que ella no estaba. ¿Por qué precisamente ahora había sentido la necesidad de ir allí?... Difícil saber. Difícil entender.

Sólo supo sentir. Sintió aquel olor que trajo a la memoria todas las escenas infantiles que recordaba con más cariño, con más ternura, con más tranquilidad...

Sólo supo sentir. La paz y alegría que sentía en la aldea de la infancia se unía a aquellos momentos vividos con ella en aquel lugar.

Dos lágrimas descendienron por sus mejillas. Pero no había dolor. Ya no. Podía entristecerse con el recuerdo, pero ya no le dolía como antes. Ya no.

Miró a su alrededor y dejó que todos los verdes, todos los azules, todos los amarillos y todos los marrones entraran en su mirada para transmitírselos, en señal de último duelo, a ella.
Todos, hoy, eran para ella, sólo para ella.


Se despidió, le dio su último adiós sabiendo que siempre tendría un rincón en su memoria, para ella, para su amiga y compañera.

15 de julio de 2006

¿Sustracción o ... desplumación?


Alguna vez me tenía que pasar a mí. Y me tocó. Esto se suele oír con la lotería, pero no es el caso. Lo que mí me tocó fue otra cosa...
Me desplazo a una ciudad preciosa para reunirme a comer con una amiga reciente y a la vez antigua por la calidad humana que de ella emana, lo que la hace que se incorpore como si lleváramos mucho tiempo conociéndonos, hablándonos...
Tras varias horas de parloteo maravilloso, me acompaña amablemente hasta el aparcamiento donde había dejado mi coche. Llego al mismo y decido ir a un cajero automático para comprar unas alpargatas cómodas, aprovechando las rebajas que pululan por todos los comercios.

Hago mi compra y muy contenta por el hallazgo de las zapatillas deseadas, me dirijo a echar una ojeada a otro comercio situado justo al lado donde no hay zapatos, pero sí ropa. Aquello estaba a rebosar de mujeres... Dudo si mirar o marchar. Me quedo. Cojo varias cosas.

Cuando ya decido que no miro más, siento que el bolso colgado al hombro me pesa menos. Miro: la cremallera abierta, ¡si la llevaba cerrada segurísimo!, ¡no puede ser!, ¡la cartera...! Rebusco, remiro, revuelvo... no está. Por mi mente pasan todas las cosas que llevo (llevaba) dentro de ella, los 270 euros, el DNI, el carné de conducir, las tarjetas del banco, las de donantes, las de algún que otro centro comercial, las de los teléfonos por si pierdes las tarjetas, tickets de compras, una primitiva de la semana pasada sin mirar, la foto de mi sobrino y "el ticket del aparcamiento... ¡Leches! ¿Qué hago? ¿A quién acudo? ¿Cómo llamo? ¿Cómo saco el coche sin un céntimo? ...Y sobre todo... ¿qué mierda hago yo comprando aquí en vez de haberme ido cuando llegué junto al coche? ¿Es que no hay zapatillas en donde vives? ¿Las de aquí son más baratas, buenas y bonitas, so boba?

Por fortuna tengo el móvil, hago tres primeras llamadas, cancelo tarjetas, pido ayuda a mi amiga, a un familiar. Solucionado lo más inmediato, me voy a hacer la denuncia a la policía. Por el camino, entre los nervios y mi problema genético de incontinencia urinaria casi me lo hago por el camino. Aguanto hasta acabar la denuncia. Al salir, le digo a los dos polis de la puerta si puedo ir al WC, uno, el novato, porque se le notaba, muy amablemente se adelanta para indicarme dónde está; el otro, supuestamente el más experimentado, el más veterano en el escalafón de portería, con mirada de recriminación al novatillo y pensando, seguramente, que era ya lo que nos faltaba, que todas las personas que van a hacer denuncias fueran a echar sus desechos personales a SU WC; espeta, conciso, preciso y en tono medio imperativo que no se puede ir, que están averiados (habría más de uno... todos se habían averiado en el mismo día, mira qué casualidad, justo el día en que me roban y yo me meo). Pero, ¿será posible? Vamos a ver, tío, ¿quién mantiene TU supuesto WC laboral, tu puesto? ¿no es con los impuestos que pagamos todos los ciudadanos de este país, so memo? ¿no acabas de oír que me han robado y no tengo ni un céntimo para ir a un bar a depositar mis líquidos sobrantes? ¿no has oído que no soy de aquí...?


No era el mejor momento para decir todo lo que se me vino a la cabeza porque yo estaba realmente nerviosa y jodida con el asuntillo del que era la principal víctima. Tampoco deseaba complicarme con un supuesto desacato a la autoridad "puertil" de comisarías, nunca se sabe lo que pueden argumentar en tu contra; así es que me limité a mirarlo bien a la cara y recalcarle irónicamente un muuuchas gracias, que dudo haya sabido interpretar.

Tres horas de paseos según apretaban las ganas, de pequeñas sentadas en diversos bancos de piedra de un parque cercano, de miradas discretas en las papeleras cercanas al lugar de los hechos por si habían tirado la cartera tras coger la pasta gansa. Nada. Oscurece, se levanta una brisilla; con ella las ganas de orinar aumentan... Al fin viene uno de mis rescates. Al fin voy a poder mear.¡Menuda meada!, histórica, parecía una vaca que se ha bebido un barreño entero de agua.

Llega mi segundo rescate, pero antes de reencontrarme, vamos al aparcam¡ento a explicarle al señor que está en el control, previa presentación de la denuncia, que no tengo el ticket, que me han robado. No hay problema, estamos controlados por todas partes, la entrada de mi bólido estaba controlada; allì aparecía la imagen con la hora de entrada, en un monitor de tv. ¡Ojo con lo que hacéis al entrar en los aparcamientos si perdéis el ticket, no se os ocurra decir que habéis entrado hace media hora si lleváis en él varias horas, podríais quedar un poco mal!

Las 12:45 h., llego a casa arrastrada. A pesar de todo, duermo. Por la mañana empiezo con las llamadas telefónicas a los diferentes organismos oficiales donde se expiden los documentos que te identifican y te permiten conducir bólidos para que me digan qué cosas tengo que llevar dado que no tengo nada más que el pasaporte para identificarme. Me dicen. Voy. ¡Pues va a ser que no! Mira tú por donde la cosa no es como me habían informado. Antes del permiso de conducir tienes que ir al DNI, no te vale con el pasaporte como me dijeron. Total, empieza de nuevo. Las colas en ambos sitios, innumerables... ¡Joer, cuánta gente renovando o haciéndolo por primera vez! ¿Tantos somos en este país?
Pero antes de esto me pasé media mañana en la oficina del banco. No tenía manera de poder quitar dinero, todo bloqueado. Menos mal que la única persona que me conoce en la entidad no estaba de vacaciones ni la habían trasladado a otra oficina. Me hubiera tenido que alimentar de aire, que creo que alimenta mucho, o al menos eso me decían de pequeña, que los aires de la aldea eran muy buenos, que sólo el aire alimentaba, (claro que de eso hace mucho y este aire está un pelín más contaminado que el de la época en cuestión); pero seguro que adelgaza una barbaridad y... a punto estaba de anular la petición de dinero,unos quilitos de menos me dejarían pasable para el verano. Seguro que las firmas de productos adelgazantes aún no se han dado cuenta del asunto, porque en cualquier momento nos lo envasan y nos lo venden a precios astronómicos. Estoy por patentarlo.

Tres días de papeleos,vueltas, sudores, tráfico y tráfico. ¡Puuf! Bueno, ahora a esperar que vayan llegando tarjetas, carnés, etc. Agotador para estar de vacaciones.

Recuerdo también que tengo un seguro que cubre robos. ¿Recuperaré al menos el dinero? Pues va a ser que no. El problema es que los seguros, que siempre velan por nuestra seguridad como la misma palabra indica, sólo te cubren si te roban. A mí, por lo visto, no me robaron. La cuestión es muy sencilla, de "catón" (cartilla que se empleaba en los años 40 y 50 para enseñar a leer), diría yo. Veréis, robo es algo muy específico. Si a ti te abren la cremallera de tu bolso, tuyo porque te lo has pagado, que va colgado de tu hombro, tuyo porque pertenece a tu cuerpo y viene una rápida y ágil mano ajena, de otro porque no es tuya, y te abre la cremallera y extrae la cartera que hay en su interior y que también es tuya, como todo lo que llevas en su interior; eso, amig@s mí@s no es un robo, es una extracción = sustracción = resta. Es decir, que una resta sólo es que donde antes había tanto, al extraerlo, ahora no hay nada. ¿Cómo se va a llamar a eso robo? No señores, no. Robo es algo más complicado. Esta palabra encierra muchísimas cosas, encierra violencia, encierra empujones, navajazos, tirones y desgarramientos musculares, intimidación con arma de fuego, con palabras, con lesiones, con golpes, etc. etc.

Claro como el agua, ¿no? Oséase que... si alguna vez os encontráis en el apuro de ser "sustraídos", ni se os ocurra decirlo; sobre todo si tenéis algún seguro. No señor, en ese caso, en medio de los nervios y mientras vais a realizar la denuncia en la comisaría más próxima, id pensando en describir al o l@s mailto:agresor@s inventad una historia de cómo ocurrió y de paso, buscáis un banco de un parque o similar y os tiráis de rodillas desde él al suelo, a ser posible con unos buenos rascazos ensangrentados, que impresiona muchísimo más, ¡dónde va a parar!, en las rodillas o en los codos. Y así, de esa guisa medio sanguinolenta, os dirigís, ya muy serios, a la comisaría para dar todo tipo de detalles. Hasta puede que tengáis suerte y si os estáis haciendo pipí, al estar malherid@s os dejen utlizar esos WCs de uso exclusivo de la policía y que pagamos entre todos. ¡Suerte y a por todas!

Al tercer día del suceso de marras, suena el teléfono a las 21:00 h. Es de donantes de sangre. Pienso: "también me quieren quitar la sangre con el agotamiento que tengo". Pues no, mal pensada que es una y además, adelantada en pensamientos. Me llamaban porque acababa de llamarles un señor para que les diese mi teléfono, ya que al parecer había encontrado mi documentación. No dan los teléfonos de los donantes, cogieron el suyo para que yo, tras llamarme ellos, me pusiese en contacto con él.

¡Qué suerte!, me dije. Llamo. Una voz masculina con acento hispanoamericano me dice que tiene mis documentos, que aparecieron en su cafetería y que él siempre está allí, que está abierta todos los días del año y dice el horario. Cierra a las 22:00 h. Le pregunto si puede decirme qué documentos encontró. Su respuesta fue un tanto desagradable: que si quería la documentación que la fuese a buscar, y si no que la dejase. Se me revuelve algo por dentro. No entiendo esa reacción en alguien que ha tenido la amabilidad de buscarme. Como tengo avioneta averiada para trasladarme antes de que cerrase le digo que no soy de allí y que hoy no puedo ir a buscarla; contesta diciendo que puede que seamos del mismo sitio, nombra un lugar, pero no, no somos del mismo, pero según él de la misma provincia, (¿con ese acento?), añade que nacimos el mismo año. Cuelga. Cuelgo.

Me huele a chamusquina, no mucho, pero algo sí. Vamos a ver si nos aclaramos. Si tienes mi documentación con todos mis datos... ¿por qué no has buscado mi teléfono en la guía? Si tienes la documentación en la mano mientras hablamos por teléfono porque me estás dando datos de dónde soy, ¿por qué no me dices los documentos encontrados?

Suelo ser confiada en general, de verdad, pero había algo que no me gustaba, no podría decirlo con exactitud, era más bien una especie de presentimiento o malestar por el cambio de actitud en cuanto le pregunté por los documentos.
Decido no ir sola a recogerlos. Ante la opción de elegir entre dos acompañantes distintos, elijo el masculino con cara de seriedad, si no se ríe, y con bigote, que impone más.

Dos días después llegamos a la cafetería y mi primer ¿chasco?, cerrada a cal y canto. Pero cerrada totalmente, una verja metálica de doble hoja, de esas que se pliegan y al desplegarse quedan rombos, con una cerradura en abrazadera y de llave, dos sombrillas plegadas tras la verja y la puerta en sí del local. Dentro todo oscuridad. Sólo se veía, al fondo, una pantalla de televisión encendida en la que se veía un campo de fútbol y la voz del comentarista de turno. Otro sonido de música, a bastante volumen, salía también del interior.Vayamos por partes: ¿no estaba abierto todos los días del año hasta las 22:00 h.? ¿qué pasa para tener encendidas música y tv a la vez?

Intentamos mirar por si vemos moverse alguna figura en el interior, nada,la oscuridad es la reina del momento. Mi acompañante y yo empezamos a hacer elucubraciones sobre el posible paradero del señor, a cada cual más peregrina: que si una siesta tardía (20:20 h.), que si un encuentro íntimo con el fútbol animado con música preferida de fondo, que mejor una cita inesperada con algun/a interesante mujer/hombre, que si la novia...

Llamo por teléfono y no lo coge nadie. Decidimos seguir calle abajo y tomar algo mientras, por si ha salido y vuelve pronto. Pedimos consumición en una cafetería con terraza a unos 200 metros del local. Mi acompañante va al servicio y cuando nos sirven abono la consumición. Llaman por teléfono a mi acompañante y como no hay buena cobertura se levanta y se aleja un poco. Entretanto llamo de nuevo. ¡Bingo! La misma voz del otro día, le explico que he ido y que está cerrada la cafetería, que estoy un poco más abajo. Nervioso y con ritmo apurado en el tono de voz me dice que mañana, que vaya mañana, que "dijjculpe" que está saliendo. No me da tiempo a más, me cuelga el teléfono.

¿Cómo? ¿Aquí al lado y no me da la documentación? ¿Volver mañana? ¿Y si vuelve a estar cerrado? Porque no me ha dado opción ni de quedar en una hora concreta, ni nada de nada. Como ya había pagado la consumición me levanto rápidamente para ir a ver si sale del local, le indico a mi acompañante con gestos que voy hacía allí y con un dedo en la parte inferior del ojo le indico que voy echar una ojeada. Por sus gestos de contestación creo que me entiende e interpreto que viene ahora.

Apuro el paso, pero sin correr. Por la calle no baja nadie, sólo un señor se cruza conmigo, pero va muy tranquilo, sin prisas. No puede ser él, daba la impresión de estar apurado a juzgar por la urgencia en que cortó la conversación. Llego. La verja igual. La cerradura puesta hacia dentro. En el interior todo sigue igual en lo que puedo observar. Continúan sonando música y tv. Llega, muy acelerado mi acompañante, se había retrasado porque no sabía que yo había pagado y volvió a pagar la consumición.

Tiene que estar dentro, la cerradura está hacia dentro, como si antes hubiera salido y acabase de entrar de nuevo. Pero, si tanta prisa tenía en irse... ¿por qué vuelve a cerrar la verja por dentro? Llamo de nuevo, no lo coge. Cuelgo y vuelvo a llamar. Lo coge. Le digo que estoy delante del local, que si puede darme la documentación. Me dice que un momento.

Oímos llaves y una cerradura de la puerta interior. Mi acompañante se queda situado justo en mitad de la verja y yo hacia un lateral. De repente oímos una voz que pregunta quién está ahí, a la vez que, entre las sombrillas plegadas, asoma una cabeza con el pelo teñido de rubio, de cara redonda y blanca, que lo primero que ve es a mi acompañante. Me aproximo a su campo visual y le digo quién soy. Suelta un ¡ah! y a la vez me arroja, literal y prácticamente, mi cartera a las manos, abierta todo lo que daba la parte del monedero y con todos los papeles arrugados y amontonados por encima, que casi se caen todos al suelo si no los agarro con las dos manos.

Desapareció más rápido de lo que había aparecido. Creo que llegué a pronunciar un "gracias" que a él ya no le dio tiempo de escuchar.

Si antes me olía a chamusquina, ahora ya empezaba a notar el calor del fuego. No me "cuadraba" nada de lo ocurrido. ¡Qué forma tan rara de devolver una cartera! ¿Nos había visto antes? ¿Pensaba que volvería sola al día siguiente? ¿Quién pensaría que era mi acompañante?

Como quiero mirar con detenimiento qué documentos están y si faltan cosas o no antes de abandonar la ciudad, nos dirigimos a un café. Era evidente que habían mirado todo, papel por papel. Todas las tarjetas y carnés estaban juntos, sacados de su sitio, en una de las dos partes del monedero. Aliso como puedo los papeles y reviso uno a uno. ¡Sorpresa!, entre ellos hay dos cosas que no son mías, un calendario de bolsillo y un recibo sin nombre comercial de la compra de dos artículos especificando el tamaño de los mismos y el importe.

¿A chamusquina, dije? Que hubiese cosas que no eran mías me pareció raro, raro, raro. La forma en que apareció el señor y. sobre todo, la forma en que desapareció, más raro todavía. También puede que fuese un gran tímido, aunque con el pelo teñido de rubio rubio, como que no...


Claro que con tanto incendio veraniego, quién sabe, quizá sean sólo cosas mías.
Puede que el olor proviniese de algún monte cercano y el calor me tenga confundida.







8 de julio de 2006

Una reflexión más.

Revisando papeles varios, intentando organizar mi diminuto mundo personal para no acumular más de lo necesario en mi cuarto de trabajo, me llevó a toparme con una frase de Gabriel García Márquez que dice así:
"Te quiero no por quien eres,
sino por quien soy cuando estoy contigo".

La había leído varias veces con anterioridad, siempre me pareció una frase fantástica, pero nunca hasta hoy le había dado el sentido que se me ocurrió en cuanto la releí. Consiste en darle la vuelta al sentido de la frase para intentar entender cómo son las relaciones de muchas personas; es decir, cuando se quiere a alguien y se cree que ese alguien lo es todo en nuestra vida, creemos que se debe a la forma de ser de esa persona porque nos complementa o porque nos parece maravillosa o por muchas otras razones. Pero..., ¿qué ocurre si lo que somos cuando estamos con esa persona no nos gusta? ¿qué pasa si el ser en el que nos convertimos no es en absoluto lo que nosotros somos o hemos sido?
Querer al otro sin quererse a uno mismo es complicado, ¿no? Realmente, cuando queremos a ese otro ser...¿nos gusta cómo somos a su lado? Puede que, en el fondo, esta sea la causa más importante de las rupturas de muchos seres que se quieren.
"Te quiero, pero no me gusto cuando estoy contigo y primero tengo que gustarme", podría ser el inicio de una ruptura.
"Hago todo cuanto tú quieres, porque te quiero, aunque no me gusto", podría ser el camino de una anulación del propio ser.
Y me pregunto... ¿cuántos se quieren porque se acostumbran sin más al otro? ¿cuántos se quieren porque a su lado son mejores personas?
Difícil respuesta, ¿verdad?
No se trata de ser fantásticos, se trata de ser uno mismo en libertad compartida, de hacer con..., de ser con..., de estar en tranquilidad respetando modos y maneras, gustos y sueños.
Lo contrario, no merece la pena. Se puede seguir queriendo al otro, pero no causa sino pena en el ánimo y desdicha en el sentimiento.

Estrellas arbóreas.



Leyenda para Alberto.




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3 de julio de 2006

Leyenda del castaño.

Cuenta la leyenda que hace mucho mucho tiempo, en lo más alto del cielo, había una rey que dominaba sobre todas las estrellas. Tenía el rey, un precioso caballo de mar que había robado del océano una noche de luna llena, cuando los padres del caballito estaban buscando comida.
El caballito fue creciendo y creciendo y haciéndose cada vez más fuerte y más grande, pero siempre suspiraba por volver al acéano de donde procedía; se acordaba de sus papás, de sus hermanos, de sus amigos y de lo bien que lo pasaba enroscándose en las olas, subiendo por la espuma y sintiendo la frescura del agua sobre su cuerpo.
Muchas veces rogó al rey que lo devolviese a su acéano, pero éste, siempre le decía que tenía otros planes para él, que tenía que hacerse muy grande y hermoso y que tenía que ser muy rápido porque él lo convertiría en la envidia de todo el cielo.
Y así fue, el caballito de mar creció y se convirtió en un precioso caballo. El rey ordenó que lo ataviasen con luciernágas y polvo de estrellas, que le colocasen unas bridas y montándose en él, paseó por todos sus dominios para que todas las estrellas lo conociesen y envidiasen lo rápido que podía desplazarse ahora para vigilar si ellas emitían su luz todas las noches del año.
El rey era muy autoritario, era implacable con sus órdenes, obligaba a las estrellas a emitir luz todas las noches, sin descanso, no les permitía que se moviesen de su sitio. A veces, entre ellas, se iban turnando para dar luz, unas la daban y otras descansaban. Pero, cuando el rey convirtió al caballito de mar en su caballo particular, se desplazaba tan rápido que controlaba todo lo que hacían las estrellas y no las dejaba descansar ni un minuto.
Las estrellas estaban cansadísimas porque gastaban su energía durante la noche y durante el día no podían hacer nada. Empezaron a quejarse entre ellas del rey, pero ninguna se atrevía a enfrentarse a él porque sabían el genio tan fuerte que el rey tenía y se enfurecía con cualquier cosa.
Fueron pasando las noches y el agotamiento de las estrellas era cada vez mayor.Una de las estrellas, la más chiquitita y que aún emitía una luz muy débil, se iba apartando tras las estrellas más grandes y luminosas y se colocó en un lugar desde donde podía ver una parte de la Tierra. Cada noche se iba acercando un poco más; al llegar el sol, ella se protegía tras sus rayos en vez de irse con las demás y seguía observando aquella parte de la tierra. Era una parte en la que abundaban unos árboles muy frondosos, de verdes hojas grandes y alargadas con muchos nervios.La estrella, prendada de la belleza de aquellos árboles fuertes, frondosos y anchos, no pudo dejar de observarlos. Los observó durante todas las estaciones del año. Había algo raro, esos árboles no tenían flores, ni semillas, ni frutos. Intrigada, decidió bajar a la Tierra una noche de verano en que varias de sus compañeras, las estrellas fugaces, emprendían su viaje. Así, llegó hasta el bosque de sus amados árboles y, muy decidida, les preguntó por qué no tenían frutos como los otros árboles. El más fuerte de todos, el árbol centenario, le dijo que ellos darían fruto con mucho gusto, y que les gustaría que su fruto fuese un buen alimento para los humanos, ya que muchos de ellos pasaban hambre, pero que sobre ellos había caído una maldición y no podrían dar fruto hasta que alguien desease vivir para siempre entre ellos proporcionándoles la energía necesaria para dar fruto, pues la tierra en la que crecían tenía mucha humedad y nunca les llegaba el calor a las puntas de sus ramas.
La estrella quedó impresionada con la historia y enseguida se puso a pensar en una solución para remediar el problema de los árboles y el de todas las estrellas que estaban cansadas de iluminar constantemente todas las noches. Les dijo que ella estaría encantada de vivir entre ellos para siempre y que estaba convencida de que podría hacer que otras estrellas hiciesen lo mismo si conseguían burlar la vigilancia del rey.
Se despidió de ellos y volvió al cielo.
Como era tan pequeña, fue colándose entre todas sus compañeras y les fue contando su aventura en la Tierra. Algunas no le hacían caso, la veían como un ser insignificante que nada podría hacer para solucionar su cansancio. Otras, se quedaban pensativas...
Durante el día, cuando el rey descansaba en su palacio, la estrella decidió hacer una reunión. La mayoría temían hacer nada, sabían que si el rey se enteraba las castigaría terriblemente; pero ella fue convenciéndolas, les dijo que no podrían seguir así mucho tiempo, que acabarían extenuadas, que no podían vivir temiendo siempre la furia de un rey que no atendía más que a sí mismo, al que no le importaba nada de lo que a ellas les sucediese. Ella tenía un plan que podría solucionar el problema de los árboles y el de las estrellas.
Tras mucho esfuerzo, consiguió reunir a las estrellas durante el día y hablaron y hablaron. Hablaron de lo mal que se encontraban y de que pronto se les acabaría la fuerza para dar luz si continuaban trabajando tanto. La pequeña estrella les contó su plan. Tenían que enfrentarse al rey, pero era imprescindible que estuviesen todas de acuerdo. Si todas se negaban a levantarse durante la noche, el cielo estaría completamente negro, las constelaciones que formaban las estrellas no se verían desde la Tierra y el rey estallaría de furia. Cuando eso ocurriese podrían obligarlo a que las escuchase y atendiese a sus deseos, permitiéndoles turnarse y accediendo a que muchas de ellas bajasen a la Tierra para darle a los árboles la energía necesaria para dar fruto.
A la noche siguiente, todas las estrellas se negaron a levantarse. El rey, montó en cólera, echaba chispas por los ojos, gruñìa de rabia, insultaba, saltaba... Para asombro del rey, las estrellas permanecieron inmóviles.
Desesperado, éste les preguntó qué les pasaba, qué era lo que querían. Ninguna se atrevía a hablar. La pequeña estrella le dijo al rey que ella hablaría en nombre de todas, que no podían seguir trabajando tanto y que se levantarían si accedía a permitir que hicieran dos turnos y que, en verano, permitiese bajar a la Tierra a todas aquellas que quisieran ser parte de los árboles que no daban fruto.
El rey no se lo podía creer, que una estrellita insignificante se atreviese a hablarle poniéndole condiciones a él, el rey, el más poderoso de la noche; pero qué se había creído aquella mingurria de nada. Montó en su caballo de mar y volvió a enfurecerse terriblemente dando latigazos. Las estrellas se quejaban, pero no se movían. El caballo de mar, amigo de las estrellas, no aguantó más, tiró al rey de su grupa y se tumbó al lado de ellas y tampoco se movió.
Durante una semana el cielo estuvo oscuro, ninguna estrella alumbraba,ni siquiera lanzaba un guiño de luz. El rey estaba desesperado, no sabía qué hacer. Cansado de la situación y temiendo perder el poder que tenía, accedió a las peticiones de las estrellas.
La pequeña estrella bajó con muchas de sus compañeras al bosque de los árboles hermosos al final de cada primavera para darle toda la energía a sus amigos árboles. El caballo las acompañó y siguió su camino hasta el océano, porque ¿qué hacía un único caballo de mar en el cielo?
Desde entonces, cada verano se visten los árboles de cientos de estrellas amarillas que relucen con la luz del sol. Una maravillosas flores estrelladas pueblan las ramas que después se convertirán en frutos que servirán de alimento a los humanos.
Así es como los castaños, grandes amigos de las estrellas, consiguieron dar esos sabrosos frutos que los humanos comemos de muy diversas maneras, crudos, cocidos, asados, en pasteles, en el caldo, en puding, etc.
No olvides cada verano, cuando vayas al bosque, cuando viajes, observar a los hermosos castaños en flor, verás que las estrellas están esparcidas en todas sus ramas. Y en otoño, cuando comas castañas, recuerda siempre que es gracias a la valentía de una estrellla diminuta que sabía pensar. Cuando la mastiques... saborea... déjala estallar en tu boca y que su sabor se esparza por tu paladar...
¿verdad que sabe a estrella?

2 de julio de 2006

Saberte.


Saber de tu existencia...
ha sido un regalo.
Conocer tu ternura,
un privilegio.
Escuchar tu voz,
una delicia
para mis oídos.
Interpretar tus palabras
un deleite juvenil
ya olvidado.
Quererte...
Amarte...
Lo más fácil de este mundo.
Soñarte cada noche,
pensarte una y mil veces
cada hora del día,
lo más imprescindible
de mi existencia.
Imaginarte,
saberte,
mi entretenimiento favorito.
¿Tenerte?
¡Oh, tenerte a mi lado...!
casi lo más sublime
que imaginarme pueda.
¡Qué gozo sería,
amor mío,
soñarte,
pensarte,
imaginarte,
saberte,
conocerte y...
tenerte.