A Pablo.
Andan sueltas las palabras por la casa, las recojo en cualquier lugar; en la cocina en medio de los olores que se desprenden de las ollas o del horno; tumbadas en el sofá de la sala; por las escaleras; en el estudio o en el cuarto de baño. Las conozco. Siempre estuve muy unida a ellas, desde su primera y titubeante vocalización. Estos días son cercanas, están aquí, pero habitualmente se desparraman en otros lugares que no me son accesibles. Y es un gozo encontrarlas; a veces, adormiladas; otras, serenas y lúcidas.
A veces son breves, cuando las preguntas escuchadas requieren respuestas de rotundidad; otras lentas, cuando el pensamiento se enrosca en las espirales del cerebro buscando las conexiones que pongan en funcionamiento a las neuronas despistadas que se pierden y adormecenen entre circunvoluciones y cisuras como si de un laberinto se tratase. A menudo siguen teniendo, al inicio y al final, signos de interrogación.
Y llega una a acostumbrarse, en pocos días, a esas palabras desparramadas; como si nunca se hubiesen ido, como si solo hubiesen estado en silencio más tiempo del habitual. ¡Es tan fácil fascinarse con ellas, discutirlas, contrariarlas, asentirlas o simplemente escucharlas...! ¡Es tan fácil tenerlas cerca y tan difícil verlas alejarse aún sabiendo que volverán!
En la mañana, aún me parecía encontrarlas en medio de las sábanas al deshacer la cama y al recoger las toallas para lavarlas; entre las tazas y en la cafetera Esta tarde, al regresar a casa, se habían ido. Y un hueco raro se hizo entre ambos pulmones.
Me di cuenta, entonces, de lo rápido que me habían pasado estos días tan tranquilos, en lo a gusto que me he sentido teniendo cerca tus palabras, tu sentido mimo y tu amor incondicional. Gracias por dejarme compartir tu ser otra Navidad más.