7 de junio de 2010

Nada es sólo una palabra.

Y nada es igual, aunque lo parezca casi siempre. Lo cotidiano extiende su manto y nos aprisiona otorgando sensación de igualdad. Ni lo metódico es totalmente igual. Las palabras pensadas no son las mismas ahora que mañana, antes que después. Ni los sabores son los mismos aunque se desayune lo mismo cada día y se coma y se cene a la misma hora día tras día. El humor, la pereza, la actividad, la incomodidad, la tristeza, el deseo, la alegría... , no son iguales ayer y hoy y mañana.


Sin embargo el manto cotidiano se extiende y agarrota los músculos. Impasibles. Están envueltos en una rutina que nos empeñamos en disfrazar de igual.


Y nada a veces es todo. Todo lo que se nos agarrota en la garganta y quisiéramos expulsar. Todo lo que pensamos y no nos atrevemos a pronunciar. Todo aquello que nos dolió y aún, sutil y agazapadamente, se sacude con latigazos en nuestro interior.


NADA, decimos cuando se nos pregunta qué nos pasa.
TODO se acumula en NADA.
Ese NADA que no  podemos contar o este TODO que nos pertenece.


¡Cuánto se puede expresar con NADA, aunque sólo sea una palabra!