19 de enero de 2011

Cuaderno de visitas para A.





Acabas de estrenar un libro de visitas, como en los restaurantes famosos, los museos o las fundaciones. Este es más personal, más íntimo, se extiende a las personas que compartieron y comparten tiempo contigo.

Pensaste en comprar un cuaderno precioso, con pastas de color verde esperanza y páginas de todos los colores: naranjas, para plasmar en ellas todos los amaneceres contemplados tras una noche de amor y toda la espontaneidad de las alegrías ; rojas, para contar en ellas todas las pasiones que anidaron e inundaron tu ser y que todavía inundarán; grises, que narren la tristeza que embarga y la lluvia que nos resbala por el cuerpo desde la mirada; marrones claro y oscuro, para decir de los senderos del otoño por los que caminar sin prisa observando el volar de las hojas en su descenso al suelo alfombrando el crujiente camino que se pisa; amarillas, para anotar lo que celosamente se guarda y resulta complicado compartir; lilas, que reflejen el alivio sentido tras haber escrito en ellas las palabras que más dolor  han causado; azules, como el cielo y el mar de verano, en las que contar la sensación de frescor en la piel cuando las olas envuelven con guiños de sol y nos sentimos renacer;  blancas, que cuenten los momentos más puros, inocentes y templados; rojoazuladanaranjadas, que resuman la belleza de  los anocheceres de los días vividos con intensidad y de los vividos desde el sosiego; verde claro, en las que escribir los momentos nuevos, los de nuevos encuentros en el camino como lo hace la primavera en los brotes de las ramas. Pensaste en comprarlo, pero no es necesario, cada hoja se pintará del color elegido atendiendo a su contenido y al gusto de la persona que en él escriba; así, cada cual, escogerá a su gusto el color del tiempo compartido.





Parece ser que seré la primera en comenzar a contar mi tiempo contigo.
Vuelvo atrás en el recuerdo y te cuento, en hoja naranja:


Corría el mes de setiembre y teníamos como década y media menos. Me habían hablado de ti y tenía ganas de conocerte. La idea que nos hacemos previamente de quien aún no conocemos más que a través de los ojos ajenos, no siempre coincide con la realidad; pero mi idea se vio superada. Me gustó la claridad de tu aspecto, tu forma de vestir, la limpieza de tu mirada y la alegría que emanaba de tu sonrisa. Tus manos, finas, delicadas, cuidadas, expresivas, hábiles.

Algo se cruzó en nuestras miradas, quizás una reciprocidad sobre una idea previa.

Había fuerza en tus palabras, energía que fluía en lo que decías. Y seguridad, lo que decías, equivocado o no, se revestía de seguridad porque respondía a un razonamiento lógico y a una reflexión  sobre el cómo y el por qué.

Empezamos a trabajar juntas. Y fue un privilegio. Tu mente sintética, práctica, resuelta, abrió caminos para lograr objetivos. Subyacía una voluntad convencida de hacer, de hacerlo lo mejor posible, y nos cuestionábamos cuando algo no resultaba como esperábamos. Recuerdo la fluidez que surgía con total naturalidad en las intervenciones que hacías, con la confianza de quien está a gusto y se manifiesta como lo haría si se encontrase en su casa. Todas las horas que trabajé contigo se quedarán en mi memoria como tiempos de disfrute, aprendizaje y buen hacer.
Por eso escogí el color naranja para esta hoja en la que escribo en tu cuaderno de visitas, porque juntas trabajamos con alegría, y no hay mejor y más productivo modo de trabajar que el de poder hacerlo codo a codo con alegría.

Si he refrescado tu memoria, espero que aflore, tras leer estas palabras, tu bonita sonrisa.
Un beso con sabor a mar.