3 de febrero de 2008

Una tarde estupenda.




Hay tardes estupendas en las que una no hace nada especial, nada extraordinario, pero que satisfacen, que se terminan con la sensación de tiempo lleno, muy bien empleado, tiempo compartido en el que lo importante es lo que se habla, cómo se habla, la disposición de ánimo al hacerlo, la total escucha del otro, el interés mutuo por lo que piensa el otro, por lo que tiene que contar, por lo que desea compartir contigo, por lo que recuerda de sí en los momentos en los que está contigo, lo que sugiere tu presencia, o tu momento vital, o tu circunstancia...


Y en esas tardes el tiempo pasa de un modo especial, transcurre, pero deslizándose en los gestos, deteniéndose en las miradas, iluminando los rostros, adivinando palabras, presintiendo emociones, sugiriendo olores...

¡Y ese tiempo es el mejor de los tiempos! Confesarse a uno mismo ante otro para conocerse más, para seguir caminando sabiendo qué paso se da, confiando momentos de otro tiempo y de otro lugar; quizás incluso, de lo que se fue y no se será más.


He pasado una tarde estupenda, se me nota ¿verdad?