26 de septiembre de 2006

Frondosidad en claroscuro














Envuelta en frondosidades
lejanas,
en alturas insospechadas,
en verdes impensables
que susurran su renovada existencia
con voces antiguas,
con savia extraída de la tierra profunda,
con vientos que sugieren vivencias
antiguas
y nuevas vivencias.

Altos que dominan valles profundos.
Valles que se extienden hasta el mar.
Tierras trabajadas.
Frutos sacados a fuerza de tesón.
Bancales que detienen la erosión.
Sacrificios humanos convertidos
en beneficio
que la naturaleza agradece.
Pequeñas miserias que llevarse
a la boca
que reconcilian al hombre
con su medio.

Ciclos que se repiten en herencia.
Cuidados que protegen la tierra.
Y allí,
en lo más alto,
tú, frondosidad,
en claroscuro,
sugiriendo claros,
pedazos de amaneceres,
o tal vez,
retazos de atardeceres.

Y tú, frondosidad,
calladamente,
acoges con tus sombras.

Y tú, frondosidad,
fabricas huecos por los que
traspasas
guiños de luz.

Sombras que proyectan
historias.
Luces que avivan
despertares.
Troncos poderosos
que abrazan la esperanza,
el renacer de un olvido
que se perdió entre las ramas.
Verdes que acompañan soledades.
Murmullos de hojas al viento
que acompañan pensamientos
solitarios.

Y tú, frondosidad boscosa...
me traes otros tiempos,
me envuelves en tus sombras,
me acoges en tus ramas,
para darme luz en tus huecos
y reavivar profundidades olvidadas...

¡Cuánta vida derrochas
en todos los huecos de tu viejas miradas...!

¿Y tú, frondosidad en claroscuro,
reconoces mi mirada

21 de septiembre de 2006


Me siento rara estos días, me bullen varias preocupaciones en el corazón, algunas otras en la cabeza, quizá sean estas últimas las menos importantes para mí, o, al menos, las que no me duelen tanto. Son las del corazón las que llevan un lastre más pesado, permanente, constante, insistente, casi insustituible por ningún otro; lastre que no permite la sustitución, ni la erradicación, ni tan siquiera un atisbo de olvido...; cuando parece que te dan un pequeño respiro, que has conseguido evadirlo por breves instantes... ¡zas!, te los encuentras en el recodo de una vena, agazapado como un coágulo que no te permite la necesaria fluidez de la sangre para que se oxigene el pensamiento y se calme el dolor.
¡Qué dificil es no preocupar al corazón cuando se ha parido, real o simbólicamente! ¡Cuánta dificultad para abrirse camino! ¡Cuán sinuoso puede llegar a ser éste cuando lo tomamos inseguros, dubitativos...!
¿No habéis notado que grises se vuelven elos días a nuestra mirada cuando la preocupación nos embarga? Cualquier cielo nos parece triste, taciturno, incluso amenazante y hostil, como si las nubes cercanas al horizonte fuesen a emprenderla con nuestro físico y no envolviesen sin dejar un mínimo de claridad para saber donde pisamos, ni por donde vamos, ni hacia dónde.
Hay un refrán que dice: "Nunca llovió que no escampara". Pues eso, que espero que escampe, poco a poco, paulatinamente, sosegadamente, razonando y actuando con prudencia, con cariño, con tacto, con amor; sobre todo eso, con mucho amor, para que las decisiones sean menos dolorosas, menos drásticas y huidizas; para que sean un poco más reflexionadas y acertadas, aunque difíciles.

9 de septiembre de 2006

Miradas ilegales, pobladores de la Tierra.


Nos habíamos levantado muy temprano aquel día porque la excursión que íbamos a hacer a otra isla requería trasladarse al sur y coger el ferry. Cuando llegamos al puerto de Los Cristianos, la mañana empezaba a despuntar. Mientras esperábamos la llegada del ferry fuimos a tomar un café y un bocadillo.

El sol empezaba a mostrarse en toda su plenitud, se presagiaba un día caluroso, los rayos solares proyectaban reflejos plateados sobre la superficie del agua. Subimos a la terraza de la cafetería porque así veríamos la entrada del ferry y la maniobra de atraque. La visita a La Gomera me tenía expectante, no sabía lo que me iba a encontrar, pero tenía una especie de intuición de que lo que iba a contemplar me gustaría.

Y estas estaba yo, tranquilamente, dando mordiscos a mi bocata, cuando de repente veo que aparecen varias personas con cámaras de fotos profesionales, una cámara de televisión...; al principio no se me ocurre qué pueda pasar, lo primero en lo que pensé fue en la llegada de algún famosillo de turno en un yate. ¡Bah! No le doy más importancia. Pero la gente sigue mirando. La acción de los reporteros duró escasamente un par de minutos. Me levanto, miro hacia donde hacían las fotos y... se me empieza a atragantar el bocado que tenía a punto de pasar por la garganta. Intento pasarlo y nada..., ahì se queda, ni palante ni patrás. Todo el revuelo se debía a un hecho que ocurre diariamente desde hace demasiado tiempo. Una patera o cayuco, no sé muy bien cuál es la diferencia,cargado con un número indeterminado de posibles inmigrantes ilegales era remolcado por las autoridades españolas.

Se me heló la sangre, de verdad, no puedo explicar la rabia, impotencia e indignación que sentí como ser humano ante otros seres humanos que tienen los mismos derechos que yo a que ellos fuesen remolcados y llevados a un hospital de campaña que en el mismo puerto tienen habilitado para ellos, mientras yo me tomaba legalmente un bocadillo, pagaba legalmente el café que me había tomado, tenía mis papeles en regla y por supuesto, un trabajo que me permitía vivir sin tener que demostrar a nadie mi legalidad o no legalidad. No es que sus rostros fuesen desde allí más cercanos, (se ven mejor en la televisión), pero sí se hace patente la proximidad, el verlos ahí mismo, huyendo de las pésimas condiciones de vida de su país, buscando el pan que los alimente, abriendo su presente hacia un posible mañana, cerrando las puertas al país que les niega que algún tipo de mañana sea posible.

La tarde anterior había llegado otro cayuco a una playa cercana; llegaron exhaustos, vencidos, deshidratados. La gente que estaba en la playa les auxilió como pudieron, muchos eran turistas que estaban de vacaciones, como yo, como cualquiera que se permite un viajecito de una semana en el verano.

No sé cómo explicar lo que sentí en aquellos momentos

Mi respiración comenzó a hacerse dificultosa, rápida, el aire todavía fresco de la recién nacida mañana parecía no querer entrar en mis pulmones o parecía que éstos lo rechazaban sin más. No, no eran mis pulmones los culpables, tampoco lo era el aire de la mañana; eran mis nervios. Estaba claro que no controlaba esta situación. Ni la controlaba ni la podía controlar. Ni era totalmente mía ni me era ajena. Por un brevísimo momento casi quise escapar, alejarme del lugar, dar la vuelta, girar mi cuerpo y mirar hacia el otro lado del mar... Fue tan breve que sólo ahora soy consciente de él.

Y me quedé allí, en la misma posición, con el bocadillo entre mis manos, sólo en mis manos, como si gracias a él pudiese sostenerme en pie. Y no podía dejar de mirar. Y tampoco quería dejar de mirar. Era como si aquello tuviese que quedar grabado, bien grabado, marcado, como si le fuese imprescindible doler, quizás para no olvidar, para hacerse realmente presente, para llegar a mi punto más débil, para llegar, en directo, a mi corazón.

Y a pesar del bocado atragantado, del revolcón que todos mis óganos internos parecían estar haciendo a la vez, de las carreras desenfrenadas que las neuronas de mi cerebro habían comenzado a practicar para traerme a la memoria todas las ideas leídas o escuchadas en medios de comunicación, en autoridades políticas, en personas con cargos, en gente de a pie, en empresarios, en empleados temerosos de perder un posible puesto de trabajo ante una mano de obra más barata que la suya..., a pesar de todo ello, una parte de mi cerebro elaboraba nuevos pensamientos.

¿Por qué la situación con la inmigración ilegal ha llegado al punto en el que está? ¿Qué la hace tan diferente de la situación de emigración que la historia muy reciente de este país mío parece haber olvidado? ¿Qué han hecho los que no podían tener una vida digna en nuestro país hace 70, 60 , 50 ó 40 años? ¿Qué tipo de trabajos hicieron en los países europeos o americanos en que los acogieron? ¿Cuál fue la causa del mayor aporte de divisas de este país durante los años en que la mitad de los españoles estaba fuera de España?

Claro que no viajaban en cayucos, lo hacían en transatlánticos, con billetes de última clase; o en trenes, con billetes de última clase también. Tampoco conocían el idioma, ni las costumbres, ni la geografía, ni nada de nada. Tampoco se integraban en la sociedad de recepción. Ni dichas sociedades estaban interesadas en integrar, les interesaba el tipo de trabajo que ellos podían hacer y que los del país no hacían ya. Sólo tenían un objetivo: ganar el suficiente dinero para poder enviarlo a su país, poder regresar un día y montar un pequeño negocio con el que poder vivir. Algunos se quedaron para siempre, sobre todo por los hijos, en el país que los acogió. La mayoría volvieron, agradecen lo que esa tierra les dio, pero no se consideraron casi nunca integrados, no se emocionan de alegría cuando escuchan una canción de ese país o les resbala una lágrima de añoranza cuando ven un reportaje del país en cuestión. Quizás se deba a que realmente no disfrutaron del país, sólo trabajaron y mucho, cuantas más horas mejor, y se sacrificaron para tener lo que su país, antes, no les pudo dar.

¿Qué es, entonces, lo que cambia? Necesitamos mano de obra, los españoles no queremos trabajar de ciertas cosas, "supuestamente" debemos estar preparados para trabajos de más alta cualificación y de más alta remuneración. No sé dónde está aquí el equívoco, si por parte de los jóvenes que están sin trabajo y no quieren trabajar de lo que hay, o por parte del sistema que tiene a un montón de universitarios trabajando de dependientes, reponedores de hipermercados, de comerciales, de vigilantes, de vendedores a domicilio o a través del teléfono... Puede que la equivocada sea yo, pero no lo entiendo. Debemos de ser el país europeo con más universitarios trabajando de cualquier cosa que no sea la de su licenciatura, o directamente sin trabajo alguno.

¿Cuál es la labor de los gobernantes que no pueden ofrecer trabajo a sus votantes? Buscar apoyos, medios de vida, creación de empresas, inversiones... También existe la posibilidad de llegar a acuerdos internacionales con otros países para poder "legalmente" acoger posibles trabajadores para empresas o situaciones concretas que palien, al menos en parte y de forma inmediata, la grave situación de hambre y miseria que padece esta gente.

Ya es terrible tener que abandonar, sin desearlo, tu país, tu familia, tus amigos, tu cultura, tu lengua... para vivir en otro. Es terrible, pero esperanzador cuando sabes que tendrás posibilidades de mejorar, que tendrás un trabajo que te permitirá vivir. Pero es horrible hacerlo a sabiendas de que las condiciones del viaje no ofrecen ningún tipo de garantía, que es muy probable que perezcas en el intento y que, si llegas, las condiciones en las que llegas y el modo en el que lo haces, permiten una situación de chantaje, de "ilegal" que no te permite exigir ningún tipo de condición, que las "mafias" dominan, disponen y resuelven a su antojo.

Y todos lo estamos permitiendo. Todos los gobiernos del mundo. Todos los políticos. Todos las personas. Permitimos que términos de "legalidad" o "ilegalidad", se apliquen a los derechos humanos. Y... perdonadme, pero no lo entiendo. ¿Buscar el pan de tus hijos y el tuyo propio es ilegal aquí o en las quimbambas? ¿Querer sobrevivir es ilegal? Tengo que consultar de nuevo el diccionario, no se me queda grabado el significado de esta palabra.

Los que si puedo asegurar es que me quedaron grabados esos momentos en el que ví llegar el cayuco remolcado, a los inmigrantes cubiertos por mantas, ateridos, débiles, tristes, muy tristes, de movimientos torpes de estar hacinados tantos días. Se me quedarán grabadas para siempre sus miradas, miradas similares a la mía, miradas de no entender nada, de incertidumbre.
Creo que las suyas tienen un componente más que la mía, las suyas son miradas con hambre, con hambre real, hambre de alimento.
Pero también son miradas con hambre de justicia, de equidad, de solidaridad y de humanidad.

Y mi cámara captó su llegada, pero de lejos, para que su mirada no os llegue a los ojos, sólo para que llegue a vuestro corazón, para que lo hagáis llegar a otro y a otro. Una unión de muchos corazones puede hacer cambiar el pensamiento...

Perdón, no pretendo hacer daño a nadie, ni culpabilizar a nivel personal, sólo íntuyo que se pueden cambiar ideas; sé que todos sabéis de esto y sentís algo semejante a lo que yo puedo sentir; es sólo que tenía que decirlo y vosotros sois quienes mejor escucháis mi voz, quienes mejor la sabéis interpretar aunque mi pensamiento sea en esto, muy ingenuo. Gracias por leer, por compartir y por estar.