11 de septiembre de 2011

Colgada.


Hace tiempo que no calculo bien las distancias y me equivoco de dirección; cuando creo que me voy acercando, aún falta mucho trecho y nunca te alcanzo; cuando elijo seguir este camino, el tuyo tiene el sentido contrario.
 Desde hace poco también me ocurre que no interpreto bien cuando no me hablas, o cuando lo haces con frases muy cortas, entiendo cosas que parece que no has dicho, me agarro a tus sueños locos y los confundo con posibles realidades.
Y aquí estoy, aferrada a las teclas por si apareces de pronto y al fin consigo entender qué es lo que quieres mientras devano los sesos rememorando sensaciones de un único día en que me miré en ti. Me pregunto por qué me empeño en seguir tu mirada si eres un maestro del camuflaje y un niño grande jugando a las escondidas.
Y también sé que todo esto no me llevará a nada, a nada que yo desee, a nada que tú no hayas buscado, ni planifidado con estrategia de espía; pero estoy metida en el juego y jamás abandono una partida, tampoco me gustan las tablas.
Ya ves, tú allá, yo aquí, mirando sin ver de qué lado van a caer los golpes, con qué fuerza se descargarán, si el impacto será seco, si habrá un instante de vacilación en que me dé tiempo a reaccionar, si el lado en que descarguen será el más débil, donde más dolor puedan ocasionar. Y aún sabiéndolo, aquí sigo, aferrada a las teclas por si apareces de pronto y gritando de júbilo:  ¡"No puede ser, aquí está"!
No sé qué polo soy, si positivo o negativo, lo que está claro es que tú y yo somos de polo opuesto, por eso me empeño en perseguir lo difícil de esta situación. Tampoco sé por qué lo hago, me cansé de preguntármelo y ya no no me quedan fuerzas para rebelarme ante lo que la cabeza me dice,  ahora  soy pura química en constante circulación.
Tú, allá; yo, aquí. ¿En qué dirección vas? ¿Pasarás algún día para hablarme? ¿En qué punto del camino llegan los dos polos a tocarse?
Te supongo orgulloso de la actual situación, saberse el rey del juego diseñado con total dominio de los movimientos del peón debe darte una gran satisfacción. Fíjate hasta qué punto estoy dispuesta a jugar, me muevo si tú lo quieres, o me quedo en mi lugar.
Tú, allá; yo, aquí. Dime, ¿en qué dirección vas?
En la piel que habito quedó el surco de tus manos, grabadas están, vengas o no.

                                                                  Para ti A., que me lo has susurrado.