Traías...
urgencias en las manos, ágiles y grandes
como alas extendidas al viento,
como el miedo y el deseo a la vez.
Traías...
el sueño incumplido, indeleble y terco,
grabado a fuego en la piel
como el hierro en la fragua.
Robabas...
en la mirada inquieta, el desasosiego,
en los rizos de tu pelo, ansias de afectos,
en el olfato, los aromas de una dulce oquedad.
Buscabas...
ovillado en amores, las caricias enroscadas
en ternuras olvidadas,
los placeres pasajeros en humos difuminados.
Rehuías...
cotidianeidades simples, repetitivas y aburridas,
como el perro callejero huye del lazo,
como el cuerpo del dolor.
Fabricabas...
mundos posibles e imposibles, ligeros y etéreos
como escape seguro por donde pisar,
como el ascenso a la cumbre por coronar.
Tenías...
ocurrencias ingeniosas, agudas y rápidas,
como salpicaduras jocosas
sobre el hacer y el decir de los demás.
Deambulabas...
por caminos sin señalizar, libres y oscuros,
como si en ellos estuviese tu oportunidad,
o hubiese algún atisbo de meta a la que llegar.
Emprendiste...
vuelos de riesgo, sin medida y sin control,
como si el motor tuviese
el acelerador como único botón.
Desperdiciaste...
muchas de tus cualidades, innatas y adquiridas,
como si no tuvieran valor
porque perfeccionarlas exigía esfuerzo y tesón.
Miraste...
el mundo buscando su ombligo, y descubriste que estaba en ti,
como el bebé descubre a los otros
para convertirse en el centro de su exclusiva atención.
De poco...
te sirvieron los frustrados vuelos emprendidos por otros,
seguiste la inmediatez de su estela olvidando
el porqué y el para qué de un vuelo tan parco.
En medio de la noche, oscura y fría,
como el túnel sin salida,
elaboras interrogantes que no terminan de cerrarse.
En qué momento tomaste esa estúpida decisión que te ha llevado a desposeerte de ti mismo y de a quienes sí les importabas, en qué resbalón o zancadilla se te quedó enganchada la voluntad de ser algo más que una mente pintada de grises, el deseo de ser unas manos con cosas por hacer, la convicción
de poseer una boca con palabras para comunicar, la ternura de ser un cuerpo capaz de abrazar, la capacidad de sentirte hijo o hermano o compañero, la necesidad de ser... ¡tantas cosas que podrías haber sido! Y te miro, con profunda tristeza te miro, y no puedo evitar preguntarme qué gen o qué hecho es el causante de ese extraño desequilibrio entre tu extraordinaria fortaleza física y la fragilidad de tu voluntad.
Todo para ti mismo sin creerte ni quererte.
Si en algún momento fue posible el regreso, probablemente el tren iba lleno; pero quizás exista un cercanías que se aproxime, si tú te crees, si tú te quieres, si aún te significamos...