30 de abril de 2012

Traías...













Traías...
urgencias en las manos, ágiles y grandes
                                       como alas extendidas al viento,
                     como el miedo y el deseo a la vez.

Traías...
el sueño incumplido, indeleble y terco,
                                   grabado a fuego en la piel
                     como el hierro en la fragua.

Robabas...
en la mirada inquieta, el desasosiego,
                                    en los rizos de tu pelo, ansias de afectos,
                     en el olfato, los aromas de una dulce oquedad.

Buscabas...
ovillado en amores,  las caricias enroscadas
                                     en ternuras olvidadas,
                    los placeres pasajeros en humos difuminados.

Rehuías...
cotidianeidades simples, repetitivas y aburridas,
                                        como el perro callejero huye del lazo,
                    como el cuerpo del dolor.

Fabricabas...
mundos posibles e imposibles, ligeros y etéreos
                                        como escape seguro por donde pisar,
                    como el ascenso a la cumbre por coronar.

Tenías...
ocurrencias ingeniosas, agudas y rápidas,
                                       como salpicaduras jocosas
                    sobre el hacer y el decir de los demás.

Deambulabas...
por caminos sin señalizar,  libres y oscuros,
                                       como si en ellos estuviese tu oportunidad,
                    o hubiese algún atisbo de meta a la que llegar.

Emprendiste...
vuelos de riesgo, sin medida y sin control,
                                       como si el motor tuviese
                    el acelerador como único botón.

Desperdiciaste...
muchas de tus cualidades,  innatas y adquiridas,
                                       como si no tuvieran valor
                    porque perfeccionarlas exigía esfuerzo y tesón.

Miraste...
el mundo buscando su ombligo, y descubriste que estaba en ti,
                                       como el bebé descubre a los otros
                   para convertirse en el centro de  su exclusiva atención.

De poco...
te sirvieron los frustrados vuelos emprendidos por otros,
                                       seguiste la inmediatez de su estela olvidando
                   el porqué y el para qué de un vuelo tan parco.


En medio de la noche, oscura y fría,
                                      como el túnel sin salida,
                   elaboras interrogantes que no terminan de cerrarse.

En qué momento tomaste esa estúpida decisión que te ha llevado a desposeerte de ti mismo y de a quienes sí les importabas, en qué resbalón o zancadilla se te quedó enganchada la voluntad de ser algo más que una mente pintada de grises, el deseo de ser unas manos con cosas por hacer, la  convicción
de poseer  una boca con palabras para comunicar, la ternura de ser un cuerpo capaz de abrazar, la capacidad de sentirte  hijo o hermano o compañero, la necesidad de ser... ¡tantas cosas que podrías haber sido!  Y te miro, con profunda tristeza te miro, y no puedo evitar preguntarme  qué  gen o qué hecho es el causante de ese extraño desequilibrio entre tu extraordinaria fortaleza física y la fragilidad de tu voluntad.

Todo para ti mismo sin creerte ni quererte.

Si en algún momento fue posible el regreso, probablemente el tren iba lleno;  pero quizás exista un cercanías que se aproxime, si tú te crees, si tú te quieres, si aún te significamos...          





21 de abril de 2012

Tu nombre.





Aún tiembla tu nombre en la superficie rizada del agua, parece hundirse y emerge de nuevo con cada soplo de brisa, inexplicablemente se multiplica en cada rizo, se aleja y se aproxima de nuevo a la orilla descolocando el orden de las letras.








Ahora que he decidido no nombrarte más, ahora que busco nuevos nombres que no te representen, que no se te parezcan, que no tengan tu sonrisa ni tus ojos, ni tus labios ni tus manos de prestidigitador; esas manos capaces de encender la pasión en la piel, de enseñar el olvido de la tristeza, de hacer volar los sentidos y suspenderlos en el aire, de vestir de ternura las caricias más leves y de hacer del abrazo el cobijo más entrañable y seguro que se pueda sentir. Sí, ahora que ya no estás, que ya no miras, que ya no sonríes, ahora, aún tiembla tu nombre en la superficie del agua. Y te siento, no sé cómo, pero te siento y te veo y te ríes y me hablas y tus manos se enredan en mi cintura y solo estás tú, aquí, en mí, solo tú.







Era tan bello el sueño, tan real, me hacía sentir tan bien, que por un momento creí que existías aquí, al otro lado de la orilla, donde todo es agua y aire y nadie sabe hablar.

9 de abril de 2012

Haikus


El mar y el cielo
horizontes en rojo,
de atardeceres.


Suspende el aire
la gaviota en sus alas,
huele a salitre.



Luz de la luna
sobre el manto nocturno,
mi luz la reta.



Tras el adiós
irremediablemente,
siento vacío.



En tu palabra
cada día más clara,
rejuvenezco.



Todo coincide,
el tren y los viajeros
amalgamados.




La mariposa
con su inquieto aleteo,
dibuja cielos.



Viento del norte
arrastrando las nubes,
se cuela el frío.