14 de julio de 2008

Escasea la humildad.





Siempre me han sorprendido las personas que miran por encima del hombro a los demás, esas que se creen muy importantes; y no porque lo sean realmente por haber realizado algo bondadoso para la humanidad, por salvaguardar la naturaleza o el mundo animal; no, simplemente se creen importantes sin más. Parece ser que estar en posesión de ciertos títulos académicos o ejercer determinados puestos de trabajo reconocidos socialmente, da derecho a creerse mejor y superior que los que se dedican a limpiar la basura de nuestros pueblos y ciudades o a los que nos atienden en el supermercado o nos despachan el billete de autobús o la entrada del cine.

Curiosamente, si indagamos en la vida personal de muchas de estas personas que se creen importantes, encontraremos que sus orígenes pertenecen a ese escalafón social que se denomina "familia humilde". Puede que todo se deba a un complejo de inferioridad que no se ha superado; a un, para mi entender, equivocado complejo de inferioridad, porque uno puede sentirse en inferioridad de medios económicos o de conocimientos o de tiempo libre o de tener una u otra profesión respecto de otros, pero nunca sentirse inferior como persona si nos acompaña en el mobiliario cerebral un buen porcentaje de bondad, otro tanto de honestidad y la necesaria humildad para no olvidar quiénes y qué somos, simplemente personas. Porque tener un cierto apellido, un montón de dinero, muchos contactos sociales en los que nos mueven intereses de influencia político-económica y poseer miles de cosas materiales no nos hacen ser superiores como personas. Simplemente podremos ser más o menos afortunados en tener ciertos privilegios sociales que otros no poseen. Y es esta lucha por los privilegios la que motiva que el ser humano se vuelva más egoísta y ambicioso, depredador de la Tierra y destructor de sus propios congéneres, a los que engulle cual amantis religiosa tras alcanzar el éxtasis de poder para ser él y su descendencia directa quienes detenten el poder que les hace ser "importantes".

Me espantan las alfombras rojas que marcan el recorrido desde la limusina del "importante" de turno y de cualquier profesión hasta el recinto en que se le espera con todos los honores. Bajo esas alfombras se ocultan la mayoría de las ignominias humanas, como cuando escondemos el polvo debajo de la alfombra de la sala en lugar de recogerlo y llevarlo a la basura.

Me producen alergia los lujos desmesurados, tales como una bañera o un coche de oro. No entiendo que nadie necesite eso para bañarse o desplazarse. ¿Qué mueve a alguien a querer eso? Simplemente provocar envidia en los demás, sentirse admirado por lo que puede hacer con su dinero.

Me causa admiración el que con su dinero genera puestos de trabajo para que los demás puedan vivir, tener una casa, comer, vestir; el que ayuda a que otros, de muy diversas maneras: servicios sociales, médicos, voluntariado de todo tipo, etc., puedan conseguir una calidad de vida digna, Pero, a los que malgastan la riqueza generada, (muchas veces a costa de la extrema pobreza de otros), en estos lujos incomprensibles..., no los entiendo.

Aunque hay muchos otros que no van en limusina, su poder no ha alcanzado aún esas cotas, ni poseen propiedades consideradas valiosas, ni un puestazo de millones al mes y se creen, por tener cuatro cosas, superiores a los demás.

Y, curiosamente, vuelvo al significado de "origen humilde" para enfrentarlo al significado de "humildad", porque para mí ser de origen humilde significa pertenecer a una familia con escasos recursos ecónomicos; es decir, aquellos que no poseen un colchón en el banco para la época de la vacas flacas, vivir como mucho mes a mes (estoy pensando que en la actualidad una inmensa mayoría estaríamos en este caso). Pero "La Humildad" es algo mucho más complejo, es algo que se mama desde el nacimiento y que nada tiene que ver con el sometimiento a las jerarquías o jefes, ni con ser conformista con todo lo que nos quieran mangonear o manipular; no, tener sentido de la humildad es saber reconocer las equivocaciones, aceptar otras formas de ser distintas a las propias, escuchar opiniones ajenas con respeto y atención porque son dadas por un igual, una persona con la que podré estar o no de acuerdo y con la que puedo discutir, debatir o rebatir, pero que es un igual independientemente de su procedencia, de su puesto de trabajo o de su apellido, y, por supuesto, es no avasallar a los demás.

A menudo me tropiezo con gente que mira por encima del hombro a los demás. A menudo me tropiezo con gente carente del sentido de HUMILDAD. Y me da mucha rabia y mucha pena. No lo puedo evitar.

Mis padres tenían muchos defectos como humanos que fueron, pero creo que sí me enseñaron, sobre todo mi madre, el sentido de la palabra humildad.