10 de diciembre de 2010

Reflejos.


















lloviznas

sobre los verdes
nieblas
en las ventanas
reflejos
de cristales
engañando la mirada.

y un fino horizonte
dibujado
a pinceladas
traza azules
pinta alas
y un suave
color púrpura
cabalgando en una rama

qué de nuevo
traes
que no se sepa

qué de antiguo
que se engancha

qué promesa
secreta
murmullas
esta mañana

difuminando
los rojos
en grises
sin esperanza

21 de noviembre de 2010

Despalabrando el alma.






















Se borraron los huecos,
las algas los cubrieron,
en medio de la lluvia
una voz ahogada.

Y en medio de todo, la nada.
Y el todo cubierto de lodo.
Y la nada sabiéndose algo.
Y algo convirtiéndose en todo.

Todo lo que se tiene
se puede desvanecer.

Si acaso lo aprehendido
puede permanecer
entre los huecos de los dedos,
entre los poros de la piel.

¿Y tu piel... es mi piel?
¿Y mi poro... es tu poro?

Me duele tu dolor,
tus lágrimas me lloran,
me atenaza tu temor,
se me clava tu mirada.

Lo que tus ojos llovieron,
puntas clavadas en mí,
lo que aulló tu garganta,
cráteres en mi alma.

Si yo supiera cómo,
te desnudaría entera
despojándote de lluvias,
despalabrándote el alma.

En tus ojos de luna
se perdió tu mirada,
encontrarla en tu risa,
mi ferviente cruzada.


A ti, la de ojos de luna y risa estallada,
para que remontemos juntas
los caminos de Seara,
perdiéndonos entre el sabor
de una mora grana
y el olor de la tierra abandonada;
o para encaramarnos al cerezo talado,
pasión deliciosa de mi infancia,
desde donde otearemos
alguna suerte de sol entre nubes desparramadas.


8 de noviembre de 2010

Retrato de aire.




Tiene una edad incierta, un rostro afable y dos ojos azabache de intensa mirada.
Disfruta de la soledad buscada tras la impresión de una lectura, la mirada introspectiva en la repetición de lo leído, releer mentalmente las frases más bellas o aquéllas que le impresionan con nuevas miradas. Le gusta caminar por sendas solitarias, lugares de todos en los que encuentra dibujos trazados en espirales de viento, lluvia y nubes, o en los que el sol ilumina con ojos de niño, diminuteces de instantes sentidos, soñados o imaginados desde  su caminar de recuerdos presagiados.

 Siente la vida preñada de pequeñas bellezas con las que fabricar historias enredadas en olores, en sonidos, en lluvias, en andares, en sueños; recita pensamientos anudados en olas crecidas de salitre y espuma  con las que jugar al escondite por si la magia infantil surtiera sus sueños de realidades precisas y preciosas a las que aferrarse por siempre con el alma renacida, con el ansia alcanzada.

Su interior está poblado de palabras a las que mima y cuida con maternal instinto. De ellas vive, se nutre, se bebe, se deleita, se juega; por veces las suelta a la deriva en una barca blanca pintada con números, y cuando comprueba que tocan puertos desconocidos y regresan encendidas en nuevas miradas, disfruta desenhebrando el largo sedal que sirve de puente invisible entre mirar y ver lo sentido y lo escrito en una nube de papel desconocida.

Desde siempre le envuelve un sentido de la ecuanimidad más allá de los derechos y deberes aprendidos en documentos revestidos de oficialidad. Le envuelve un halo de exquisita fidelidad consecuente con lo vivido, lo expresado y lo conseguido en su deambular por los abismos de la interioridad  personal e íntima.

En su mirada atenta, lejana y cercana, se adivinan por y para siempre instantes de amor incondicional; de esos que no se firman en ningún acta matrimonial.

Se deleita en músicas tocadas con instrumentos fabricados por el sentido del tacto y con notas audibles exclusivamente por el selecto oído del corazón.

Prefiere escuchar a intervenir, callar a decir. A solas desata su mutismo en historias  y poemas impregnados de sutilidad, delicadezas expresadas desde el goce infinito e íntimo de comunicar, en palabras insonoras, los instantes aprehendidos en las cuentas del collar en que se suceden las etapas de una vida que amalgama lo soñado y lo creado para conformar un mundo personal posible y único.

Tiene una edad incierta,  yo no la sé precisar; nos conocimos en el aire, así, por casualidad.
 A veces hablamos de poemas, de historias o de emociones sugeridas por una puesta de sol sobre el mar. A ambos nos gusta conversar.

6 de noviembre de 2010

Mirando en verde-azul.



Hoy no quiero dormir, me quedare aquí, mirándote; mirando tus cambiantes tonalidades verdes , tus azules , tus grises, tus ocasionales blancos  ... Sé que tu inquietud  no es permanente, que habrá momentos, días completos, en  que la calma anidará en  ti mientras me haces guiños embaucadores; querrás mostrarme entonces cuán bueno puedes llegar a ser, tú, magna superficie deslumbrante acariciadora de pieles ávidas de frescor,  relajante cuna en la que mecerme, queda y suavemente.


fotos de Gala.( Gracias por dejármelas.)


Hoy, mientras dure  tu inquietud, permaneceré despierta  para admirarte. Aún no sé en  qué estado me gustas más ... furia o calma, calma o furia.



Llega  a mí tu olor, es más fuerte hoy, me impregna.
Amaneceré oliendo a ti, oliendo a inquietud.
Tal vez más tarde saborearé tu calma, la que guardas  para las buenas estaciones. Sé que este  mes te intranquiliza, te agita, te prepara para estados posteriores en los que  tu furia es más intensa, más sobrecogedora,  más brutal. 


Hoy me sugieres ímpetu, fuerza, osadía. Por eso no quiero dormir,  quiero mirarte, así.
Quizás  tu  fuerza me eleve por encima de mí misma y podré llegar a sentir, por un instante, qué sortilegio se produce en el embiste de tu mirada hasta recalar en la playa o conseguir estrellarte en violento beso en el precipicio del alma.


                                                                                                                      





2 de noviembre de 2010

Una mirada otoñal.


Las  hojas secas se arremolinaban contra el bordillo de las aceras, obturaban las rejas de las alcantarillas, allí detenidas se mezclaban. Comenzaba a llover, Las gotas resonaban sobre la sequedad de las hojas evocando una especie de música aún no inventada... Paraguas abiertos, apuro en las pisadas, rostros contraídos asiendo las bufandas, manejando con destreza la dirección de los paraguas. Un perro empapado se enreda en sus piernas, trastabillea su paso, dobla su cuerpo, recupera el equilibrio. Un pequeño susto, no fue nada. El perro escapa asustado. El hombre sonríe benévolo; tiene una dulce mirada. Se cruzan, la suya y la mía, por azar. Prosigo mi camino, ambos en la misma dirección. Me aborda con voz grave con una pregunta sin más. Me quedo detenida en sus labios esperando salga de nuevo su voz. Perdone si insisto, ¿sabrá decirme...? Reacciono aturdida, me disculpo y le indico. Puedo acompañarle, me dirijo también allí. Nuestros pasos idénticos, sin prisa ni pausas, caminaron la ciudad aquel día, y muchos más.
Fue un día de otoño. Fue en otoño cuando asomó la primavera a estos días grises de dos personas cualquiera. Todo lo vieron, todo lo miraron con la mirada nueva de quien no conoce nada. Juntos exploraron los secretos del juego de las miradas, todos los recovecos caleidoscópicos del mundo de las palabras, todas las íntimas entrañas del alma. En ellas permanecieron, buscándose, llenándose, llamándose, gozándose durante un presente infinito, imposible de precisar.
Es Otoño, otra vez. No hay un perro empapado con quien tropezar. Apenas quedan hojas que la lluvia haga sonar. Es Otoño, pero no es el mío, no es aquel en el que el hombre de dulce mirada me habló con su voz. No hay a quien acompañar. Ni miradas nuevas que aprender. Ni casi nada por conocer. Ni entrañas del alma a las que llegar. No hay palabras que traducir en colores que ahuyenten las sombras negras de esta soledad. Soledad ovidada en su mirada otoñal.
.

Podría olvidar que un día, por azar, encontró tu nombre flotando en el mar, pintado en una barca que sostenía una red tejida de susurros. Podría olvidar el hechizo sentido, haberse alejado del inmaterial tejido, obviar lo oído
Y siguió tu estela de sueños no soñados, tu búsqueda de sombras grises, de negros azulados, de nortes no registrados en las brújulas, de horizontes externos al yo, de pensamientos prendidos en el ánimo, de sentimientos destilados en las aguas pantanosas de la humanidad.
Y decidió seguir tu espuma, mirar a tu través. Descubrió claridades suscitadas,  soledades recordadas,  un no sé qué individual y universal a la vez, miradas desgajadas desde el espejo del alma.
Podría olvidar tu nombre, algún día.
Podría olvidar que olvidó, la promesa de olvidar tu susurreante navegar.
Podría olvidar, un día cualquiera, que tu nombre flotaría siempre rumbo al norte tintado de negro y púrpura donde aguarda el presagio de un alma detenida.

22 de octubre de 2010

Deseos.

Deseó cubrir su cuerpo mojado de arena blanca y dejar que el viento la desprendiese lentamente, ir siendo poco a poco desgranada.
Deseó cubrir su cuerpo con traje de arena, entrar en el agua, y sentir cómo se hundían los granos en el mar.
Y ser grano de arena hundiéndose lentamente en el mar, caer suavemente sobre el fondo y ser mecida por las olas, a pequeños ímpetus, a caricias salitradas, y resbalar por la escurridiza superficie de las algas, empaparse de su olor fresco cuando el mar las baña.
 Y cuando el mar se enfureciera, salir del agua  montada en la cresta de la ola más alta, esa que todo lo cubre y estalla en espumas blancas, alcanzar de nuevo la playa y descansar un rato allí, acompañada. Formar parte del castillo que en su cubo voltea un niño, ser testigo de su alegría al conseguirlo, adherirse en su mejilla y salir pegada en su cara por saber cómo sería su regreso a casa.
Ser barrida del suelo por una escoba ya gastada o tal vez ahogada en el desagüe por un chorro de agua dulce, tan contraria a la salada.
Buscar un destino diferente para una arena de playa.
Sentir siendo minúscula pasiones inventadas. Lograr deslizarse envuelta en una lágrima. Depositarse sin prisa en la comisura deseada.
Subir en ala de gaviota y  sobrevolar la playa.

18 de octubre de 2010

Sueños intermitentes.




Estos días claros, templados y azules traen sueños a mis noches en donde apareces sin rostro, sin cuerpo,  dotado sólo de voz, de palabras. Establecemos diálogos interminables, pero no se quejan las gargantas, no se quiebran las voces, no hay cansancio. Despierto entre diálogos con tu voz resonando en mi cabeza. A trompicones me levanto hasta el cuarto de baño, doy traspiés hasta la cocina para llenar un vaso con agua. ¿Se me habrá resecado la garganta soñando tras largas horas de charla? Giro la cabeza, por si tu fantasma me acompaña. Pero no, no estás, no oigo ni el roce de una sábana al arrastrarse, ni el leve quejido de un alma. Miro por la ventana, semioscuridad y luz tenue de farolas alternadas en medio de algunas casas. Algún sonido lejano de algún animal nocturno que llama a la madrugada. La luna enseña sólo media cara, oculta su medio rostro  entre nubes azuleadas. Sospecho que se esconde por no mostrar su sonrisa ante mi idea descabellada. La luna lo sabe todo, nos espía encaramada; goza de aventajada postura para colarse por las ventanas y llegar hasta las camas, donde dormidos creemos que es nuestro lo que soñamos, lo que soñamos entre sábanas.

15 de octubre de 2010











"Las cosas más hermosas, ocurren en secreto y en privado".
                            La habitación de invitados. Helen Garner.                                                               .



Entre la bruma marina,
                     silenciosa y calladamente,
se coló tu voz ahogada
                     hasta mi puerta entornada.
¿Qué secretos me confiabas
                    entre crepitar de espumas
y aleteos de gaviotas
                   al susurrarme palabras?
¿Qué ansiedades sudorabas
                  en tu soñar de inmensidades
hasta sacudir el salitrado lastre
                  en la arena remojada?
Desnudaste lentamente
                  pedacitos diminutos
de tu alma renovada
                  dejándolos caer en las caracolas del agua.
Recogiste las huellas
                 de mis leves pisadas,
las acunaste en tus brazos
                hasta llegar el alba.
Dormidas,
               en la arena,
quedaron dos almas,
               la una de claridad,
la otra de esperanza.
               En el claro del día
se encontraron en la arena,
                dibujada,
la silueta  de un hombre
                con los brazos sosteniendo
las huellas de unas pisadas.

                No me preguntéis nunca
si fue realidad o sueño,
                pero sentí el vaivén
que adormecía mi credo.

5 de octubre de 2010

Poema disparatado.

A "Errehache", por si su pregunta fuese un disparate.


A veces se oyen
desde dentro,
como un eco.

A veces se huelen
en el aire,
como un perfume.

Y otras, sólo
se recuerdan
en los pensamientos
guardados en los poros
que la memoria
dejó indelebles
desde la niñez
desnuda de disimulo.

A veces regresan,
como las aves migratorias,
colgados de hilos
de telarañas,
suscitados
por la lene impresión
de un tacto,
por la mirada perdida
en el horizonte marino,
por la lluvia constante
contra el cristal empañado,
por el olor de la leña
al arder en la lumbre.

Y son míos,
y son tuyos,
y a veces están
y otras no.

Reflejan un cosmos
pequeño, individual;
conforman el ser,
diminuto, esencial.

Y la vida subyace
bajo el manto líquido
que nos envuelve
aunque no sepamos nadar.
Porque regresar
sería volver a empezar
desde antes de ser.

Entre  aire y agua
se filtra la luz,
su brillo deslumbra,
nos embauca;
y recordamos,
para vivir,
el momento de nacer.

7 de junio de 2010

Nada es sólo una palabra.

Y nada es igual, aunque lo parezca casi siempre. Lo cotidiano extiende su manto y nos aprisiona otorgando sensación de igualdad. Ni lo metódico es totalmente igual. Las palabras pensadas no son las mismas ahora que mañana, antes que después. Ni los sabores son los mismos aunque se desayune lo mismo cada día y se coma y se cene a la misma hora día tras día. El humor, la pereza, la actividad, la incomodidad, la tristeza, el deseo, la alegría... , no son iguales ayer y hoy y mañana.


Sin embargo el manto cotidiano se extiende y agarrota los músculos. Impasibles. Están envueltos en una rutina que nos empeñamos en disfrazar de igual.


Y nada a veces es todo. Todo lo que se nos agarrota en la garganta y quisiéramos expulsar. Todo lo que pensamos y no nos atrevemos a pronunciar. Todo aquello que nos dolió y aún, sutil y agazapadamente, se sacude con latigazos en nuestro interior.


NADA, decimos cuando se nos pregunta qué nos pasa.
TODO se acumula en NADA.
Ese NADA que no  podemos contar o este TODO que nos pertenece.


¡Cuánto se puede expresar con NADA, aunque sólo sea una palabra!

5 de abril de 2010

Despetar del letargo invernal...

Amanecímos a la par el día y yo,al alba,
con esa primeras luces tenues, rosadas,
azuleadas y silenciosas.





Breves minutos para tanta belleza.

Mis ojos despertaron captando el silencioso trayecto de la luz a través del algodón de nubes tintado en colores.


Y al mediodía, los pequeños algodones blancos que le sobraban a las nubes, se habían ido posando delicadamente sobre cada rama. ¡Ya estaba aquí! De nuevo mis ojos podían sentir cómo se colgaban los árboles cercanos sus livianas vestiduras, engalanados para la ocasión, antes de que el verde nuevo de las hojas quitase protagonismo a su blancura.



Hasta la roca albergó vida entre sus oquedades. ¿Es la roca un ser inerte ahora que se ha vuelto cómplice de la primavera?



 
Diminutas hojitas blancas que parecen colocarse a su antojo. Delicadas, perseverantes, ni la lluvia ni el viento logra abatirlas.
                                                 
                                                                     
                                                                                    ¡Y cómo no! Narciso abre su color, ese espectacular e intenso amarillo... y ese olor.


                                                                                                                                                                                          Y Y por último, llegó ella, la dama de la noche, como siempre tan blanca,
 tan misteriosa y hechizante; reverberando su luz en rincones secretos,
 bañando nuestros sueños de redondeces ansiadas y plenitudes añoradas.
 ¡Silencio!
 La dama blanca nos envuelve con su calma.
 ¡Dejémosla hacer!


3 de marzo de 2010


Mis primeros narcisos asoman su amarilla cabeza buscando el agua que les devuelva su imagen...

¡Son tan bellos! Pero estos no tienen agua en la que mirarse, no los he plantado al lado del estanque porque no lo tengo. Claro que siempre queda el recurso de ponerles un caldero para cumplirles el capricho. Mira que se lo dije, que no tenía estanque, que si salían, debían mirar hacia el cielo para que viesen el sol (ejem!, cuando le apetece presentarse); pero son muy tercos, siguen empeñados en mirar hacia el suelo. ¿Serán ciegos? No, no es posible, ellos insisten en ver su reflejo, a ser posible en cristalinas aguas. ¿Entonces....? ¿Serán sordos? No, no es probable, han oído los primeros sonidos de la tierra anunciando el momento de salir al escenario de la vida.

Pues me estoy quedando sin motivos. ¡Ah, ya! Es que son caprichosos, como niños consentidos, quieren ríos o lagos, estanques o fuentes; o, en su defecto, calderos o palanganas. Por eso se empeñan en seguir mirando hacia abajo.

Ahora yo decidiré lo que hago al respecto. Si les pongo el caldero o no les hago ni caso.

También cabe la posibilidad de que les explique, pausada y cariñosamente, que en esta tierra gallega, por defecto, el agua siempre viene de arriba; que podrán contemplarse mil y una veces por minuto en cada gotita de lluvia...

¡Es que me han salido rebeldes!

7 de enero de 2010

Contradicción.


Estas han sido unas Navidades raras, ni pesadas ni demasiado alegres, ni tristes ni livianas, sólo raras... Quizás porque han sido las primeras que pasé sin mi hija desde que nació. O porque la familia está más diseminada en estos momentos y yo estoy menos alegre que otros años. O el compendio de todas esas circunstancias asociado a otras sensaciones no conscientes que entrañan desánimo. Pero seguimos aquí, vivos, enteros, más o menos saludables a pesar de los excesos; esos que se solucionan con una píldora estomacal o una infusión digestiva. No nos ha tocado la lotería, ni un reintegro; pero tenemos lo suficiente para afrontar los gastos del día a día compensando estos días de dispendio con platos sabrosos y poco costosos como las sopas y las lentejas o los huvos fritos con patatas.

Tras tanto ajetreo de regalos comprados con antelación y que ya no recordamos dónde los habíamos guardado, y otros muchos de ultimísima hora, del empaquetado primoroso, de las caras de alegría o sorpresa de los que los reciben, de la satisfacción sentida cuando se sabe que se ha acertado con lo que se ha escogido, de los nervios y los apuros de que la comida quede como habíamos previsto, queda una especie de regusto a vacío, a desplome... Ya está, no hay más.

Comienza un nuevo año. Y todos pedimos que sea más benévolo que el que se fue, que sea menos puñetero, que no sea tan rácano con los puestos de trabajo, con las oportunidades para una vida digna, con el sufrimiento físico, con las penas del alma, con las discusiones que han dañado el corazón, con los odios que provocaron peleas, con las guerras sinsentido por territorios, ideas religiosas o políticas que asolan tantos lugares del planeta y por un reparto menos disparatado de la riqueza que palie el hambre de tantos estómagos vacíos.

Pero casi siempre, tras estas fechas, tengo un regusto amargo en la boca. Es un regusto personal que obedece a mi contradicción (no la única que tengo, pero sí la más importante), la contradicción entre este "controlado derroche navideño" y lo que podría solucionar si lo destinase a organizaciones que dedican su esfuerzo a los más desfavorecidos. Y puede que sea una forma más de mi egoísmo, no renuncio al pequeño placer de regalar, de preparar una comida especial, de sentir la alegría de las sonrisas al abrir los regalos... ¿Soy inhumana y un poco monstruo? Claro que esto podría hacerse en cualquier otra época del año; en vez de ir de vacaciones, de viajar, de ir a un espectáculo caro, de comprarse un abrigo de capricho...

Y vivo en este país, en esta cultura, en esta sociedad. Y no comparto todo lo que la sociedad en la que estoy inmersa hace o dice, pero tampoco soy un bicho raro. Pero eso no me excusa. O aprendo a vivir con esta contradicción o tendré que tomar una decisión sobre qué hacer con el exceso navideño.

Disculpad la rayadura. ¡Benévolo año para todos!