1 de enero de 2011

Efímero en amarillo.



Mírate, cúanto has crecido. Apenas  medías dos metros, tu tronco era una rama delgada que se doblegaba con los vientos suaves, parecías romperte cuando Eolo se enfurruñaba. Pero tienes el don de la ductilidad, sabes mecerte en la brisa y bailar con el viento esa danza sabia que aparenta no oponer resistencia en los embates hasta recuperar tu ascensión a la luz que te alimenta. Temí por tu vida en más de una ocasión. Siempre te otorgué una atención especial, el más contemplado de los arbolillos que planté, con el que más ansia esperé la floración. Es por tu vistosidad amarilla, por tu olor tan especial que inunda el espacio y nos empuja a buscarte. Tus flores, redondos y diminutos algodones pelosos tintados de amarillo intenso, se cuelgan por doquier a lo largo de todas tus ramas recostados entre las plumas verdes de las hojas.
No recuerdo bien cuándo fue que vi por primera vez a uno de tu especie, solo recuerdo quedarme prendida en su flor, en su tacto suave y acariciador y que, inusualmente, nació en mí el deseo de tenerte cerca, de mirarte cada día,  de impregnarme de tu olor.
He cuidado de ti como se cuida a los buenos amigos, esos que llenan la vida de momentos de intimidad, de gustos compartidos, de risas francas y llantos  inevitables,  de  comidas relajadas y cafés  de conversación. Sé que un día, tú seguirás engrosando, duplicarás tus ramas y cada  otoño miles de brotes de algodón poblarán tus ramas para florecer en invierno, en alegre contraste con el gris del cielo; y sé también que yo no estaré aquí, frente a la ventana o al pie de tu tronco, para mirarte, para alentarte en tu explosión amarilla, para susurrarte la belleza que me empapas. Yo marcharé, de un modo u otro, y tú seguirás aquí, donde te planté, haciendo que otras miradas se posen en tus ramas, que otros ojos se inunden de amarillos y otras manos acaricien tu espalda.
Marcharé tranquila, sín lágrimas. Sé que sabes que te llevaré conmigo, aquí, en el alma; porque te quise, te cuidé, te hablé con la mirada; y tú me diste, mucho más de lo que yo esperaba; tanto tanto, que cuando mire a otros, solo te veré a ti, plantado ante mi ventana.
Recuerda lo efímero de toda estancia, entenderás entonces que te di cuanto pude darte; eso bastará para que sin mí llegues tan alto como quieras, porque en tu deseo está la fuerza y en tu voluntad la decisión.
Anteayer parecía que echarías tus ramas a volar, ¿sabías ya de  mis alas?
Presiento que lo sabes, a pesar de no decir nada.
No me cabe duda, florecerás, amarillo y hermoso, esta semana. Me darás un ramo de algodones que dejaré secar sin agua. Lo pondré sobre la cómoda para que me coloree cada mañana.
Hasta que tenga memoria te guardaré en mi mirada, a ti, árbol con nombre de mujer frente a m ventana.