13 de septiembre de 2007

El despropósito del propósito.


Tenía el propósito de escribir algo cortito para relatar mis peripecias de estos primeros días de setiembre a propósito de la preparación para el traslado a mi nueva casa.
Había pensado intentar algo entre jocoso y divertido contando las diferentes averías que mi cuerpo, mis manos y mis uñas han sufrido haciendo tareas propias de profesiones ajenas a la mía y de las que no tengo mucha idea, de lo patosa que soy por andar a 100 por hora, por actuar con rapidez cuando no hay que tenerla, etc., Lo siento, pero no me sale. Hoy no soy capaz de lograr un tono distendido, alegre, burlón incluso. Se me ha encogido el corazón y mi lagrimal se ha desbordado. Me han comunicado un suceso que no me permite estar contenta, muy al contrario. Y siempre me ocurre lo mismo cuando esto sucede, primero me entran unas ganas de llorar espantosas porque no puedo dejar de ponerme en la situación de las personas a las que les sucede eso; después, me imagino cómo me sentiría yo si me hubiese tocado directamente; y, por último, me entra una rabia repleta de impotencia y un montón de preguntas sin respuesta agolpadas en la mente que giran en espiral una y otra vez.
¿Cómo se acepta, se entiende, se asimila, se explica la muerte de una criatura de tres años tras un año de operaciones, pruebas, quimioterapia y demás? ¿Hay alguien que pueda dar una respuesta? ¿Hay alguna explicación posible para el sufrimiento gratuito y de fatal desenlace para una criatura?
¡No sabéis cómo envidio a los creyentes de cualquier credo en situaciones como esta! El consuelo del paraíso eterno ayuda a minimizar el dolor, supongo.