3 de marzo de 2010


Mis primeros narcisos asoman su amarilla cabeza buscando el agua que les devuelva su imagen...

¡Son tan bellos! Pero estos no tienen agua en la que mirarse, no los he plantado al lado del estanque porque no lo tengo. Claro que siempre queda el recurso de ponerles un caldero para cumplirles el capricho. Mira que se lo dije, que no tenía estanque, que si salían, debían mirar hacia el cielo para que viesen el sol (ejem!, cuando le apetece presentarse); pero son muy tercos, siguen empeñados en mirar hacia el suelo. ¿Serán ciegos? No, no es posible, ellos insisten en ver su reflejo, a ser posible en cristalinas aguas. ¿Entonces....? ¿Serán sordos? No, no es probable, han oído los primeros sonidos de la tierra anunciando el momento de salir al escenario de la vida.

Pues me estoy quedando sin motivos. ¡Ah, ya! Es que son caprichosos, como niños consentidos, quieren ríos o lagos, estanques o fuentes; o, en su defecto, calderos o palanganas. Por eso se empeñan en seguir mirando hacia abajo.

Ahora yo decidiré lo que hago al respecto. Si les pongo el caldero o no les hago ni caso.

También cabe la posibilidad de que les explique, pausada y cariñosamente, que en esta tierra gallega, por defecto, el agua siempre viene de arriba; que podrán contemplarse mil y una veces por minuto en cada gotita de lluvia...

¡Es que me han salido rebeldes!