19 de febrero de 2012

La vida y los Ojos del Guadiana.





Con frecuencia me han comparado con los "Ojos del Guadiana" respecto de mi poca constancia en este blog. Debo admitir que no estaban faltos de razón los que así opinaban. Y hoy, no sé muy bien por qué, se me ha venido a la mente estas palabras; o, más bien, lo que en sí significa este fenómeno que desde pequeña me resultó intrigante. ¿Por qué un río se hace subterráneo y vuelve a la superficie? Y se me dio por compararlo con la vida humana, con ese devenir del río que teorizaba Heráclito. Descubrí que tenía cierto sentido tomar al Guadiana como ejemplo perfecto del devenir de la vida, con ese continuo estar en movimiento, que somos una cosa en un instante y al segundo ya hemos cambiado; pero, sobre todo, porque hay muchísimas ocasiones en que ese constante cambio nos agobia y desearíamos estar realmente bajo tierra, ocultarse, no oír, no ver, no hacer, dejarse llevar por la inercia de la corriente; lo que es lo mismo que dejarse ir por la inercia de la vida; esa que muchas veces no nos gusta nada y no sabemos qué hacer para cambiarla; esa que a veces nos encanta y desearíamos abrazar fuertemente para no soltarla y que tiene la duración de una ráfaga de viento.

A veces esto ocurre con las relaciones  personales, entre amigos que han sido  muy importantes en nuestra vida y que los avatares de la vida conducen por derroteros totalmente opuestos y ambos se ocultan para el otro, hasta que, en un momento determinado, vuelven a avistarse como si nunca hubiese habido ese lapsus más o menos involuntario o no. Y cuando más miro a mi alrededor, más similitud encuentro entre estos "Ojos" y la forma en que tomamos la vida según la racha personal que estemos cruzando. Porque mantenerse siempre a flote en la superficie, sin mancharse, impolutos, níveos e investidos de elegancia, solo pueden hacerlo los cisnes.

 Estos de las fotos no son del Guadiana, viven en el norte y se acomodaron a la tranquilidad de una ría cercana y a las miradas expectantes de los que les proporcionan su ración de pan diaria.


8 de febrero de 2012

Un día sábado de invierno.

















 Un ruido atronador de ladridos ha interrumpido mi sueño. Miro el reloj de reojo, parece una broma, pesada, muy muy pesada, ¡si hoy no tengo que ir al trabajo, por favor! Me acurruco de nuevo entre las sábanas con los ladridos metidos en el tímpano. ¡Que alguien los haga callar! Sigo en un duermevela incómodo, poco reparador. Me levanto tarde, no me encuentro muy bien, arrastro los pies hasta el lavabo y el contacto del agua fría espabila mis sentidos. Pongo el café, hago el zumo... Desayuno con ladridos,  escucho las noticias con ladridos, leo con ladridos...

Aún no tengo ganas de ir a la ducha. Me acomodo en la sala, parece que aquí los ladridos se oyen más lejanos.Continúo la lectura iniciada anteayer; me tiene enganchada esta curiosa historia, quiero saber más, en qué momento se romperá la desazón, la angustia, como si con ese final que mi mente imagina, los personajes fuesen a terminar sus vidas, como si de ellos solo quedasen pedacitos de recuerdos en los lectores y no fuese posible que su vida tuviese más tiempo, más oportunidades, o la posibilidad de que se produjesen cambios. Me pregunto hasta qué punto los personajes de una novela no superan las espectativas que en ellos han puesto el autor o la autora, en qué momento de la historia éstos empiezan a cobrar vida en verdad y actuar por sí mismos, le guste o no al que escribe. Se acerca el final, quedan pocas páginas, siento algo similar a la pena, como si mi relación con esos personajes, ya parte de mis conocidos, se acabase; como si yo no volviese nunca más a saber de sus vidas ni ellos de la mía.  Aunque no es del todo cierta esta sensación porque siguen en mi pensamiento durante muchos momentos; es curioso, con algunos personajes pasamos más horas que con personas que conocemos desde hace mucho tiempo y llegamos a tener hacia ellos una mezcla de sentimientos encontrados o de afinidades que no siempre encontramos en la vida diaria, donde todo parece diluirse en la ligereza, (tiempos ligth) en la falta de relaciones en sí, apasionadas, comprometidas, discutidas,, bien avenidas, tranquilas, inquietantes, distantes, cercanas, de compromiso 0 de cortesía, de vecindad, de afinidad o de oposición. También es verdad que en una relación personal casi nunca se da un único tipo de relación, es como una mezcla de varios tipos aunque predomine uno de ellos. Termino el libro. Me ha gustado, mucho. Me reconforta, hacía muchos años que no había vuelto a leer una novela de este autor y sentí lo mismo que cuando lo leía entonces, buscando tiempos arañados a la cotidianeidad para hacerme con un trocito de la historia y esperar con ansia la llegada de la noche para dedicarle su tiempo destinado.

Hace un día precioso, el cielo luce de azul, sobre los tejados aún se perciben retazos de la helada en las zonas de sombra. Salgo al sol, recorro el pequeño jardín en unos pasos. Empiezan a brotar las hojas de los tulipanes, de los narcisos, ¡qué pronto! -me parece. El seto de florecillas blancas ha brotado en la mitad, los dos jazmines enseñan ya los brotes de lo que serán sus flores. Pienso: ¿Son conscientes las plantas de la alteración reinante y por si acaso algo les impide salir cuando les correspondería han aunado todas sus energías para esta prontitud en los brotes? A continuación pienso que me flojea algún tornillo por estas ideas descabelladas. ¡Bah!, no importa mucho, no hago daño con ello, tampoco se lo cuento a nadie, lo de hoy es una excepción. Debería barrer esas hojas secas, quitar las hierbas malas que se autoimplantan donde les apetece o donde la tierra está más apetecible, pero no me apetece, tengo el cuerpo flojo y las ganas le andan a la zaga, conque mejor se
queda para otro día. ¡Cuánto he cambiado! En otra etapa de mi vida me faltaría tiempo para ir a buscar la escoba, el recogedor, los guantes y lo que fuese menester para dejar todo limpio y de buen ver, aunque demorase en ello media mañana o la tarde si me enredase con algún trabajillo más. Pues es lo que hay, y si no hay ganas, no se hace. Casi estoy orgullosa, qué risa. Es verdad, es posible aprender a hacer las cosas de otro modo. ¿Sabéis lo peor?, que yo lo he aprendido un poco tarde y ahora pienso en cuántas horas me podría haber pasado haciendo cosas que me apetecían más en vez de hacer aquellas para las que no tenía ganas. Lo importante es aprender, aunque cueste esfuerzo y tiempo, no perder las ganas de hacerlo y, sobre todo, los modos distintos de hacer lo que ya creíamos totalmente aprendido.