11 de junio de 2012

Me dicen...




Me dicen que ...
tus ojos siguen opacos,
que han perdido
su luminosidad,
que tus gestos son
repetitivos y lentos,
que has desterrado
la palabra tiempo,
que se te ha prendido
la meticulosidad.

Me dicen que...
tu mente se ralentiza
que tarda en arrancar,
que arrastras las palabras
en la búsqueda de ideas
que no logras expresar.

Que también anotas,
con lentitud de  calígrafo aprendiz,
algunas cosas que no deseas olvidar
y algunas otras por desvelar...

Tus manos,
siempre ágiles y dúctiles,
hacen carreras de caracoles
con tus pies.
Nadie sabe realmente
cuáles van en primer lugar,
ni siquiera si hay
un sitio a dónde llegar.

Y lo intentas,
sobreponerte a las consecuencias
de este látigo implacable
que va azotando cada músculo,
paralizando cada flujo,
deteniéndose sin miramientos
en órganos imprescindibles
que alteran la ligereza
del movimiento y el fluir
de tus pensamientos.

Por eso te pienso,
por intentarlo,
por intuir mis deseos,
por encender la última antorcha
de la menguada energía que te queda,
por aceptar con valentía,
como los héroes trágicos,
ese destino en el que nunca creíste.

Por eso me dueles,
aún a mi pesar y empeño,
porque no puedo obviar
que tu soledad me angustia,
que tu dolor me apena,
que tu sangre y la mía
provienen de la misma vena,
y que un día,
mis brazos fueron tu cuna
y mis caricias, tu calma,
mis palabras, tu consuelo,
y tus risas...
                 mi recompensa.

Por eso,
aún a mi pesar y empeño,
por eso,
      aún te quiero.