21 de septiembre de 2006


Me siento rara estos días, me bullen varias preocupaciones en el corazón, algunas otras en la cabeza, quizá sean estas últimas las menos importantes para mí, o, al menos, las que no me duelen tanto. Son las del corazón las que llevan un lastre más pesado, permanente, constante, insistente, casi insustituible por ningún otro; lastre que no permite la sustitución, ni la erradicación, ni tan siquiera un atisbo de olvido...; cuando parece que te dan un pequeño respiro, que has conseguido evadirlo por breves instantes... ¡zas!, te los encuentras en el recodo de una vena, agazapado como un coágulo que no te permite la necesaria fluidez de la sangre para que se oxigene el pensamiento y se calme el dolor.
¡Qué dificil es no preocupar al corazón cuando se ha parido, real o simbólicamente! ¡Cuánta dificultad para abrirse camino! ¡Cuán sinuoso puede llegar a ser éste cuando lo tomamos inseguros, dubitativos...!
¿No habéis notado que grises se vuelven elos días a nuestra mirada cuando la preocupación nos embarga? Cualquier cielo nos parece triste, taciturno, incluso amenazante y hostil, como si las nubes cercanas al horizonte fuesen a emprenderla con nuestro físico y no envolviesen sin dejar un mínimo de claridad para saber donde pisamos, ni por donde vamos, ni hacia dónde.
Hay un refrán que dice: "Nunca llovió que no escampara". Pues eso, que espero que escampe, poco a poco, paulatinamente, sosegadamente, razonando y actuando con prudencia, con cariño, con tacto, con amor; sobre todo eso, con mucho amor, para que las decisiones sean menos dolorosas, menos drásticas y huidizas; para que sean un poco más reflexionadas y acertadas, aunque difíciles.