21 de abril de 2012

Tu nombre.





Aún tiembla tu nombre en la superficie rizada del agua, parece hundirse y emerge de nuevo con cada soplo de brisa, inexplicablemente se multiplica en cada rizo, se aleja y se aproxima de nuevo a la orilla descolocando el orden de las letras.








Ahora que he decidido no nombrarte más, ahora que busco nuevos nombres que no te representen, que no se te parezcan, que no tengan tu sonrisa ni tus ojos, ni tus labios ni tus manos de prestidigitador; esas manos capaces de encender la pasión en la piel, de enseñar el olvido de la tristeza, de hacer volar los sentidos y suspenderlos en el aire, de vestir de ternura las caricias más leves y de hacer del abrazo el cobijo más entrañable y seguro que se pueda sentir. Sí, ahora que ya no estás, que ya no miras, que ya no sonríes, ahora, aún tiembla tu nombre en la superficie del agua. Y te siento, no sé cómo, pero te siento y te veo y te ríes y me hablas y tus manos se enredan en mi cintura y solo estás tú, aquí, en mí, solo tú.







Era tan bello el sueño, tan real, me hacía sentir tan bien, que por un momento creí que existías aquí, al otro lado de la orilla, donde todo es agua y aire y nadie sabe hablar.