22 de octubre de 2010

Deseos.

Deseó cubrir su cuerpo mojado de arena blanca y dejar que el viento la desprendiese lentamente, ir siendo poco a poco desgranada.
Deseó cubrir su cuerpo con traje de arena, entrar en el agua, y sentir cómo se hundían los granos en el mar.
Y ser grano de arena hundiéndose lentamente en el mar, caer suavemente sobre el fondo y ser mecida por las olas, a pequeños ímpetus, a caricias salitradas, y resbalar por la escurridiza superficie de las algas, empaparse de su olor fresco cuando el mar las baña.
 Y cuando el mar se enfureciera, salir del agua  montada en la cresta de la ola más alta, esa que todo lo cubre y estalla en espumas blancas, alcanzar de nuevo la playa y descansar un rato allí, acompañada. Formar parte del castillo que en su cubo voltea un niño, ser testigo de su alegría al conseguirlo, adherirse en su mejilla y salir pegada en su cara por saber cómo sería su regreso a casa.
Ser barrida del suelo por una escoba ya gastada o tal vez ahogada en el desagüe por un chorro de agua dulce, tan contraria a la salada.
Buscar un destino diferente para una arena de playa.
Sentir siendo minúscula pasiones inventadas. Lograr deslizarse envuelta en una lágrima. Depositarse sin prisa en la comisura deseada.
Subir en ala de gaviota y  sobrevolar la playa.

18 de octubre de 2010

Sueños intermitentes.




Estos días claros, templados y azules traen sueños a mis noches en donde apareces sin rostro, sin cuerpo,  dotado sólo de voz, de palabras. Establecemos diálogos interminables, pero no se quejan las gargantas, no se quiebran las voces, no hay cansancio. Despierto entre diálogos con tu voz resonando en mi cabeza. A trompicones me levanto hasta el cuarto de baño, doy traspiés hasta la cocina para llenar un vaso con agua. ¿Se me habrá resecado la garganta soñando tras largas horas de charla? Giro la cabeza, por si tu fantasma me acompaña. Pero no, no estás, no oigo ni el roce de una sábana al arrastrarse, ni el leve quejido de un alma. Miro por la ventana, semioscuridad y luz tenue de farolas alternadas en medio de algunas casas. Algún sonido lejano de algún animal nocturno que llama a la madrugada. La luna enseña sólo media cara, oculta su medio rostro  entre nubes azuleadas. Sospecho que se esconde por no mostrar su sonrisa ante mi idea descabellada. La luna lo sabe todo, nos espía encaramada; goza de aventajada postura para colarse por las ventanas y llegar hasta las camas, donde dormidos creemos que es nuestro lo que soñamos, lo que soñamos entre sábanas.

15 de octubre de 2010











"Las cosas más hermosas, ocurren en secreto y en privado".
                            La habitación de invitados. Helen Garner.                                                               .



Entre la bruma marina,
                     silenciosa y calladamente,
se coló tu voz ahogada
                     hasta mi puerta entornada.
¿Qué secretos me confiabas
                    entre crepitar de espumas
y aleteos de gaviotas
                   al susurrarme palabras?
¿Qué ansiedades sudorabas
                  en tu soñar de inmensidades
hasta sacudir el salitrado lastre
                  en la arena remojada?
Desnudaste lentamente
                  pedacitos diminutos
de tu alma renovada
                  dejándolos caer en las caracolas del agua.
Recogiste las huellas
                 de mis leves pisadas,
las acunaste en tus brazos
                hasta llegar el alba.
Dormidas,
               en la arena,
quedaron dos almas,
               la una de claridad,
la otra de esperanza.
               En el claro del día
se encontraron en la arena,
                dibujada,
la silueta  de un hombre
                con los brazos sosteniendo
las huellas de unas pisadas.

                No me preguntéis nunca
si fue realidad o sueño,
                pero sentí el vaivén
que adormecía mi credo.

5 de octubre de 2010

Poema disparatado.

A "Errehache", por si su pregunta fuese un disparate.


A veces se oyen
desde dentro,
como un eco.

A veces se huelen
en el aire,
como un perfume.

Y otras, sólo
se recuerdan
en los pensamientos
guardados en los poros
que la memoria
dejó indelebles
desde la niñez
desnuda de disimulo.

A veces regresan,
como las aves migratorias,
colgados de hilos
de telarañas,
suscitados
por la lene impresión
de un tacto,
por la mirada perdida
en el horizonte marino,
por la lluvia constante
contra el cristal empañado,
por el olor de la leña
al arder en la lumbre.

Y son míos,
y son tuyos,
y a veces están
y otras no.

Reflejan un cosmos
pequeño, individual;
conforman el ser,
diminuto, esencial.

Y la vida subyace
bajo el manto líquido
que nos envuelve
aunque no sepamos nadar.
Porque regresar
sería volver a empezar
desde antes de ser.

Entre  aire y agua
se filtra la luz,
su brillo deslumbra,
nos embauca;
y recordamos,
para vivir,
el momento de nacer.