25 de junio de 2007

Ser otra sin olvidar, vivir




Más de un mes sin escribir, sin comunicarme con la blogosfera, sólo leyendo blogs conocidos. Tampoco es mucho, ¿no? Nadie me ha echado en falta, señal inconfundible de que nadie es insustituible. Y eso está muy bien.

Pero no, no por ello voy a dejar el blog, al menos de momento. De vez en cuando necesito escribir lo que me ocurre o lo que pienso a pesar de que las complicaciones de la vida cotidiana me impidan disponer del tiempo necesario para ponerme a ello, o, en todo caso, de la pausa inherente que supone el escribir en medio de las ocupaciones. Ya sabéis que no soy dueña de mi tiempo, se me escapa como agua atrapada en las manos... ¡Ay, cómo añoro aquellos años en que mi noción del tiempo era otra y éste permanecía a mi lado como fiel compañero, dejándome apreciar en todo su valor cada segundo transcurrido con la permanencia de minutos e incluso horas!

Pero hoy vengo aquí decidida a hacer otra cosa, a escribir sobre otras personas, personas que se han cruzado en mi camino o yo en el suyo y me hicieron sentir cosas, con las que me he reído, compartido cafés, meriendas, celebraciones infantiles, asuntos profesionales, personales, afectivos y mundanos.

Sí, personas que, si echamos la vista atrás, conocemos desde hace tantos años que casi nos echamos a temblar: "¡Leches!, taaaaaanto ya! ¿Soy taaan mayor?" Pues sí. Lo soy, lo confieso. Pero a lo que iba, que como siempre, me voy por las ramas.

Hoy dedico este post a mi amiga C, una persona especial con la que he compartido muchos años de profesión, de amistad, de respeto mutuo y de cariño. Mañana se despide de esta profesión nuestra, tan gratificante a veces y tan difícil las más de ellas. No sé exactamente cuántos lleva ella, pero aproximadamente unos cuarenta, si no los pasa. No sé qué pensaréis vosotros, pero yo, pienso, humildemente, que cuarenta años haciendo lo mismo marcan a una persona por mucha personalidad que tenga. O sea, que aunque quieras disimular a qué te dedicas, se te nota a kilómetros de distancia. Y este es su caso. Su figura responde a la perfección al modelo de su profesión.

¿Que cómo es?- os estaréis preguntanto. Os la describo ahora mismo:

Morena, de cara redondeada pero sin un ápice de carne en las mejillas, de ojos grandes, curiosos y cansados de tanto corregir cuadernos con faltas de ortografía, un poco apagados por el uso de las siempre metálicas gafas tras las que ocultan su brillo natural y que recoloca de vez en cuando sobre la estrecha y recta nariz; de ligerísimo y firme caminar, con la desenvoltura de quien sabe siempre a dónde va, a pesar de que sus huesos se resientan del exceso de humedad, de las forzadas e inadecuadas posturas de tantos años dedicada a la corrección y al tamaño de los pequeños pupitres.

Ignoro la talla de su ropa, pero podría pasar por la de una chica rozando la anorexia. Su cuerpo parece no resistir un día de ligero temporal sin peligro de que lo arrastre cual hoja seca en otoño ante un repentino golpe de viento. Sus gestos, sus andares, tienen cierto aire de femineidad. Sus manos son fuertes y ágiles, acostumbradas a trabajar en labores que requieren convicción y suavidad, que sirven tanto para cocinar como para realizar una perfecta y simétrica letra, tocar el piano o pintar. La música y los niños son sus pasiones.

Hace veinte años empezó a saber reír con ganas, se desprendió de un terrible lastre con el cargó durante 16 o 17 años. Nunca fue afortunada en el amor, mas siempre conservó un atisbo de búsqueda, una curiosidad por entablar, en la discreción, una posible relación que la resarciese de su primera y única experiencia amorosa. En su interior habita una mujer con mucho que ofrecer y poco que pedir. Pero estas premisas no resultan premiadas. Sus quehaceres cotidianos, durante muchos años, han sido sus maravillos hijos y más tarde su madre, a la que tuvo que cuidar a pesar de no adorarse mutuamente, porque... ya se sabe, donde hay hijas no existen hijos que colaboren en el cuidado de una madre.

Ciertamente, colocando en una balanza, es obvio que merecía una buena recompensa, que la vida se explayase con ella, que le regalase una duradera sonrisa para resarcir sus antiguas angustias, su total dedicación, su renuncia a una vida propia. Y no ha sido así. La puñetera vida le ha dado el tajazo más duro que una madre puede soportar: le arrancó a su hijo, al pequeño, al más débil y sensible de los tres.

Desde entonces, su sonrisa se ha convertido en una burda mueca imitadora, su mirada se ha teñido de tristeza, sus pasos se han vuelto cansados, inseguros y han perdido velocidad. Sus manos, seguras, ligeras, se han vuelto temblorosas, como si el viento las agitase levemente y no supiese qué hacer con ellas, como si estuviesen de más. Su ya pequeño cuerpo se ha ido debilitando hasta convertirse en un esqueleto con piel adherida y poco más. Sus ganas de hacer cosas ha ido mermando hasta acabar envuelta en un caparazón aconchado que sólo muestra, a través de una telilla, una parte de sí misma...

Y ha vuelto a intentar volver a sentir algo más que dolor. Ha deseado poder acariciar el amor, tranquilamente, de cuando en cuando, en la distancia, en la cercanía que dan unos días de asueto, en la intimidad que otorga la discreción y el saber hacer, sin alardes, sin trampas, con honestidad. Y la vida, le ha vuelto a fallar.

Sus fuerzas, inexplicables, increíbles, admirables, le han dado un giro de 180º a la vida que llevaba: ha cogido sus pertenencias, ha vendido su casa y se ha mudado de lugar. Porque aún le quedan cosas por ver, por soñar, por experimentar, disfrutar y por hacer.

Probablemente conserve su concha-caparazón, para que eso que damos en llamar "amor" no la vuelva a dañar.

Y tal vez, mirando al mar, sus tempestades internas conformen un halo de tranquilidad, de paz, risueñando hermosos momentos guardados en el centro de su memoria, en medio de su corazón y presagiando otros que sentirá con inusitada alegría y renovada libertad.


A ti,
amiga,
a ti,
por comenzar a ser
lo que nunca fuiste,
por soñar lo que nunca
fue por ti soñado,
por mirar todo cuanto abarca
tu nueva mirada:
un brindis chispeante
de burbujas mágicas
que llenen tus ojos
de alegría inesperada.
tus ligeras manos
de ternuras olvidadas,
tu pecho
de gozo renovado
y tus oídos
de palabras nunca antes
por ti escuchadas.
Brindo por tu nueva vida,
por tu nuevo empeño
en renacer de las cenizas
cual ave fénix herido
que emprende vuelo hacia el sol
para extasiarse
en la contemplación
del más bello de los espectáculos:
el nacimiento de un nuevo día y
en la belleza y sosiego del ocaso.










7 comentarios:

  1. Jod...! Casi lloro. Qué de emociones, de sentimientos, de historias, de sinceridad, qué de todo!
    Desde aquí, en la distancia relativa, mis mejores deseos para esa gran amiga tuya, y también para ti: un placer leerte de nuevo =D
    Besitos.

    ResponderEliminar
  2. Una tiene tantas vidas! Cuando emprendes una nueva, lo peor es sentir que traicionas la anterior, pero no es cierto. Todas están ahí, unidas en una trama y apoderándose de ti cuando menos lo esperas. Suerte para tu/nuestra amiga.

    ResponderEliminar
  3. Mafalda, me llena de alegría ver tu casa de nuevo "habitada", como te dije en mi blog. Han sido muchas las veces que he entrado y resultaba desolador no encontrarte. Conozco esa sensación de tiempo que se escurre entre las manos, pero sabía que encontrarías el momento de volver.

    En cuanto a este homenaje (merecidísimo) que le haces a tu amiga, sólo puedo decir que es precioso, emotivo, y que revela lo mucho que la quieres y la admiras.

    Un beso.

    ResponderEliminar
  4. Añado algo que tu/nuestra amiga entenderá: ojalá Dios no nos diera todo aquello que podemos soportar. Los pequeños Auswitzsch.

    ResponderEliminar
  5. Gracias a todas por pasaros por aquí, la verdad es que empezaba a echar de menos el blog, vuestros comentarios y estar en contacto.
    No sé, últimamente me apetece muchísimo hablar de la gente que me rodea, aquellos con los que comparto cosas, de los que aprendo y que tienen tanto de interesante que la cotidianeidad casi no nos lo deja ver.
    Mi amiga C merece muchas cosas, un pellizco gordo de felicidad. Aunque mantengo la esperanza de que sabrá encontrarla, en algún lugar.
    Besotes, chicas.

    ResponderEliminar
  6. Mafaldiña: esto es una belleza.
    (la antigua dulcecantar, la nueva Strauss)

    ResponderEliminar
  7. nueva Strauss, no sabía que habías cambiado tu nombre, ¿sigues teniendo tu dirección de correo anterior?
    Gracias por tus palabras y por pasarte por este lugar que tenía tan abandonado.
    Un besote muy muy gordo, y un montón de suerte en tu nuevo puesto.

    ResponderEliminar